De sacerdote a seminarista, el abuso sexual que persigue durante toda la vida
Josu López Villaba, un sacerdote de 81 años abusado en el seminario cuando tenía 12, acompaña al obispo de Bilbao en el acto de petición de perdón
Gabilondo revelará qué diócesis no colaboran con la investigación sobre abusos a menores
Madrid
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Iniciar sesiónJosu López Villalba tiene 81 años pero este viernes rememorará los abusos que sufrió con 12 en el seminario, cuando arrancaba su vida de vocación. Recordará la cara de aquel sacerdote, que tendría que haber sido su formador, y como la acercaba a ... la suya, hasta romper cualquier límite. Y aquellas manos, que le acariciaban por encima de su ropa interior.
Josu López, «Palankín» como le conocen sus mejores amigos es también sacerdote y ha compartido el altar con el obispo de Bilbao, Joseba Segura, en el «acto oracional por las víctimas de abusos sexuales» de la diócesis, en la que será la primera petición pública de perdón organizada por la Iglesia católica en España. El de Josu López Villalba es un caso paradigmático sobre cómo se han tratado los abusos en la Iglesia católica española durante años.
Cuando Josu López fue abusado tenía 12 años. Era 1954 y se encontraba en el seminario menor de Derio (Vizcaya), preparándose para ser cura. Su abusador fue un formador del propio seminario. Un sacerdote al que la diócesis le había encomendado justo lo contrario, encargarse de su cuidado, y el de los otros seminaristas, protegerles, educarles y acompañares en su camino vocacional.
Un sacerdote víctima de abusos presidirá el acto de perdón organizado por el obispado de Bilbao
Miriam VillamedianaSe trata de un homenaje inédito hasta ahora en España en el que las víctimas serán las protagonistas
Se llamaba Manuel Estomba y según el informe elaborado por la Universidad de Deusto para la diócesis de Bilbao, sus víctimas coinciden en que «era habitual que abrazara a los alumnos, juntando su cara con la de ellos, introdujera la mano por la pernera del pantalón corto y acariciara los genitales por encima del calzoncillo».
Confusión, vergüenza y repulsión. Los sentimientos de las víctimas eran comunes y compartidos. Pero no eran tiempos de denuncia, sino de mirar hacia otro lado. Es evidente que la consideración social de los abusos a menores hace décadas no era la misma que en la actualidad, pero también es cierto que por aquel entonces todos sabían que aquello estaba mal. Por ello, era -y es- práctica común de los victimarios buscar entre los más débiles, fijarse en los que menos credibilidad podían tener si, llegado el caso se animaban a romper ese silencio, que fundamentado en el miedo, les acababan imponiendo.
A Manuel Estomba, el abusador de Josu, o le pudo en exceso la confianza o su actitud se les fue de las manos. Quizás ambas cosas. Por eso, todos los testigos coinciden en que «fue voz común que su salida intempestiva del seminario a mediados del curso 1955-56 se debió a que estas prácticas llegaron a conocimiento de sus superiores por la queja del padre de uno de los alumnos, a quien se lo había revelado su hijo», señala el informe sobre el caso.
Encubrimiento
Es aquí donde los abusos en Derio muestran otra de las características que aflora en la mayor parte de los casos: el encubrimiento. Estomba fue enviado a Ecuador, como cura misionero, donde permaneció hasta finales de los setenta. En su expediente personal sacerdotal no consta cuál fue el motivo de este traslado. Su «protección» siguió durante toda su carrera sacerdotal. A su regreso de Ecuador se integró, sin ningún tipo de restricciones en el ejercicio de su ministerio, en la comunidad sacerdotal del santuario de Urkiola, uno de los lugares emblemáticos de la Iglesia vasca. Tampoco nadie advirtió a las autoridades de la diócesis de lo que había sucedido años atrás en el seminario.
Estomba gozó además de un gran reconocimiento social. En Ecuador, en agradecimiento a sus iniciativas misioneras que promovió, sigue teniendo dedicada una calle, con su nombre en Machala. En Vizcaya, no le faltó el prestigio por su promoción de la literatura en euskera y por la publicación de varios libros. Junto con otro sacerdote, Donato Arrinda, -que también estuvo de misionero en Ecuador-, escribió la monografía «Los vascos» y la «Gran enciclopedia vasca». Y en solitario, varias novelas, lo que le valió el reconocimiento en Irún, su localidad natal, que le puso su nombre a un parque. Desde que se conocieron los abusos, Bildu reclama que se retire su nombre del callejero.
Revictimización
Fue en el momento de denunciar cuando Josu López vivió otro de los escollos a los que se enfrentan quienes han sufrido los abusos: la revictimización que supone no ser creído, a la par que se señalado como un «enemigo» de la Iglesia. «Me sentí solo y como el malo», ha contado el sacerdote sobre aquellos momentos en que decidió hacer público el abuso que sufrió en su niñez. «En la Iglesia de Vizcaya nunca ha habido abusos», era la frase de las autoridades que cerraba cualquier posibilidad de duda sobre el tema.
Y ha sido el mismo argumento que la mayor parte de los obispos españoles han sostenido hasta hace muy pocos años, cuando la eclosión de casos en Estados Unidos, Australia y norte de Europa, empezaba a poner en evidencia que España no podía ser una isla en la cuestión. Todavía los hay que, en privado, lo siguen sosteniendo. Como prueba, el que este acto de reparación, en marzo de 2023 sea el primero que organiza una diócesis.
Un marca para toda la vida
Josu López afirma que aquellos casos de abusos no le han «marcado la vida». Es cierto que, afortunadamente, el sacerdote supo reponerse a aquellos momentos y su trayectoria vital no parece marcada por ese trauma. Pero no siempre es así, los testimonios de otras muchas víctimas muestran una vida condicionada por los abusos.
Sin ir más lejos, en otro caso de abusos investigado en Bilbao por la diócesis, el de la Casa de la Misericordia -un hospicio para niños de familias sin recursos y huérfanos- las transcripciones de algunas de las víctimas de uno de los directores -también sacerdote- muestran no sólo infancias destruidas por la depravación de quien les obligaba a dormir sin calzoncillos, sino también la realidad de haber «vivido toda la vida con rabia», de graves problemas de identidad sexual, de «cabreo hacia la Iglesia», de pesadillas y problemas psicológicos que perduran hasta la vejez o incluso de suicidios, de quienes no fueron capaces de gestionarlo en aquel momento.
Lo cierto es que, aunque López afirma que aquellos acontecimientos del seminario menor no le han marcado, su vida ha corrido paralela, en cierto sentido, a la de su abusador. También fue misionero en la misma zona de Ecuador, unos años después. Allí indagó entre los fieles por si Estomba había continuado con los abusos, aunque no encontró pruebas de ello. A su vuelta, acabó también en Urkiola, durante cinco años tuvo que soportar un enorme retrato de su abusador que se encontraba en la sacristía. «Me comía los hígados», afirma con crudeza al describir la sensación que vivía cada día cuando se revestía para celebrar la misa.
Escribió en dos ocasiones al entonces obispo de Bilbao, Mario Iceta hasta conseguir que se retirara, en 2019, el cuadro. Fue un hecho simbólico, la primera reparación pública que obtuvo, casi setenta años después de ser abusado. El acto de este viernes, es la segunda, pero en público, con el obispo presente y en representación de todos los que, un día, sintieron que quien les arrancaba la inocencia era, paradójicamente, quien tendría que haberla protegido.
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