Lo niego todo: las teorías conspirativas cunden en el siglo de la información
La gravedad, la miopía y hasta Napoleón. El conspirador tipo, con un alto nivel educativo aunque bajos ingresos, duda sobre cuestiones cada vez más extravagantes. Todo es posible, hasta que los inquilinos de La Casa Blanca o La Moncloa no sean de este planeta
Analizamos el fenómeno desde el punto de vista científico, político e histórico
La alargada sombra del negacionismo: la historia interminable de la lucha contra la razón y la ciencia
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Iniciar sesiónLa nieve que cayó en Filomena era de plástico, los fósiles de dinosaurios están fabricados y ¿quién le dice a usted que el acueducto de Segovia lo construyeron los romanos?
Urge, a renglón seguido, calificar todas las afirmaciones anteriores como falsas antes ... de que una cuenta conspiracionista presente este mismo artículo como justificante y prueba de que tenía razón. Claro que propagar teorías infundadas para explicar la realidad no es un fenómeno reciente.
Pero las conspiraciones -y dentro de estas, los llamados 'negacionismos'- viven un momento de reverdecimiento en las sociedades modernas. Antes de las causas, algunos datos: un tercio de la población en los países occidentales cree que los gobiernos estarían ocultando la evidencia de vida inteligente extraterrestre, otro tercio está convencido de que la industria farmacéutica opera con prácticas ilegales y alrededor de un cuarto afirma que los ocurrido en el 11-S fue un «atentado de falsa bandera».
Un tercio de la población cree que los gobiernos estarían ocultando la evidencia de vida inteligente extraterrestre
Son cifras que expone y de las que parte Carolina Galais, investigadora del Departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la Universidad Autónoma de Barcelona, para analizar los vínculos entre estas teorías y el populismo en España.
Relación con el populismo
«La inquietud me surgió cuando en la London School of Economics empezaron a hablar de la conspiración como un fenómeno más de derechas. Yo creía que en España ocurría al revés, pues el movimiento New Age se había hecho un sitio entre ciertos sectores de una izquierda, digamos, posmoderna. Sin embargo, nuestra encuesta arrancó en 2019 y, entonces, Vox ya había entrado en el panorama político».
La conspiración en España es más habitual en ciudadanos de ideología conservadora
En su opinión, esto podría haber trastocado su 'creencia' de partida. El estudio, realizado junto al también investigador Marc Guinjoan, arrojó varias conclusiones: las teorías de la conspiración abonan el pensamiento populista y en España -siguiendo la teoría clásica- encontrarían un mayor predicamento entre ciudadanos de ideología conservadora.
Algunas de las más populares, según Galais, son las que se basan en la creencia de que la élite política se organiza en clubes secretos que operan al margen de las instituciones democráticas (el Club Bilderberg o las conspiraciones New Age de David Icke por las que nuestros gobernantes serían en realidad humanoides reptilianos). Otra de las célebres, difundida desde los años setenta, es el llamado plan Kalergi, un proyecto que promovería borrar a los blancos del planeta mediante la mezcla genética con otras razas.
¿Son estas creencias rentables políticamente? «La exposición a teorías de la conspiración se solapa con los patrones populistas y enseña a ver el mundo de forma maniquea: en términos de buenos y malos, de posiciones irreconciliables», apunta esta investigadora.
Aludir a estas teorías, dice, sirve para fortalecer el sentimiento de pertenencia al grupo y para proponer élites alternativas utilizando la ira y el descontento de la gente. Entonces, según Galais, se genera un «sentimiento de orgullo por pensar de manera crítica, de ser mejor que los borregos que se creen la verdad oficial».
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En esta línea, y según la socióloga Celia Díaz Catalán, habría perfiles con una mayor inclinación a tener mentalidad conspirativa: «Además de la desconfianza en las instituciones políticas, suelen ser personas con ingresos inferiores a la media y un nivel educativo alto que se mezcla con una especie de narcisismo», apunta Díaz Catalán, que forma parte del Plan Estatal de Investigación Científica, Técnica y de Innovación 'Confianza, sistemas científicos y negacionismo'.
El cuestionamiento de evidencias científicas (como la esfericidad de la Tierra o la existencia misma de la Luna) habría aumentado tras la pandemia y va de la mano con cierto populismo político, expresa esta investigadora.
Pero hay un detalle que es llamativo si se atiende, por ejemplo, a los elaborados argumentos de los terraplanistas. O, a la inversa, es difícil saber qué porcentaje de la población sabría explicar por qué la Tierra es redonda. «La mayor parte de la gente no lo negamos todo por el principio de autoridad en los descubrimientos científicos. Son muy pocos los que tienen capacidad para comprobar si algo es cierto o no. Si uno cree en la Ciencia y en sus instituciones entiende que lo que le dicen ha sido corroborado».
Las teorías de la conspiración se dividen en tres grandes grupos: las relativas al poder y la política, las revisionistas de periodos históricos y las que cuestionan verdades científicas. En este último grupo, muchas de las 'creencias fundadas' arremeten contra la salud. La literatura conspiranoica alrededor del coronavirus empezó a extenderse desde el mismo momento en que las farmacéuticas empezaron a anunciar el desarrollo de una vacuna contra el virus.
Pero las hay mucho más estrafalarias: «¿Qué es lo único que tu óptico no quiere que sepas? Que en realidad no necesitas gafas ni lentillas». Así comenzaba el vídeo de la canadiense Samantha Lotus, uno de los que más se han viralizado en las redes sociales en los últimos tiempos. También se hicieron viriales los creadores del Birds Aren't Real (Los pájaros no son reales), un movimiento satírico que promovía la teoría de que las aves son drones operados por el gobierno de los Estados Unidos para espiar a los ciudadanos.
Sus creadores desde el principio lo concibieron como una broma pero, para su sorpresa -y según MSNBC-, cientos de miles de personas se lo tomaron muy en serio. Tanto que, en 2021, algunos simpatizantes se manifestaron frente a la sede de Twitter en San Francisco exigiendo que la empresa cambiara su logotipo.
Los opinadores y la Historia
Intentar demostrar que la Tierra es plana requiere de cierto 'andamiaje' argumentativo pero, si pasamos al terreno de la Historia, la cosa cambia. «Frente a las ciencias duras o empíricas, que se basan en certezas, están las ciencias humanas, como la Historia, que son fundamentalmente especulativas. Y, por tanto, un terreno muy susceptible al opinador profesional», afirma Emilio Sáenz-Francés, historiador y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.
Hay 'negacionistas' de la Edad Media, de la Antigua Grecia o de la existencia de Napoleón Bonaparte. «El mismo término 'negacionismo' es discutible y aunque hoy su uso se haya extendido surgió para denominar a los grupos que negaban las cifras de judíos exterminados en el Holocausto nazi, que es el caso más abrasivo de negacionismo hasta la fecha».
Habría que distinguir, insiste este profesor, entre el negacionismo por inflación o por ocultación de procesos históricos que pueden ser vergonzantes para la historia de un país. «No es nuevo. La Edad Media, por ejemplo, fue muy prolija en falsificaciones de la Historia e incluso de documentos. Siempre se ha intentado manipular el pasado en beneficio político propio, sin embargo, es un fenómeno que nunca había vivido una ecuación semejante de ignorancia y conocimiento. Nunca supimos tanto del pasado como ahora, por eso es sorprendente que sean tan habituales estos procesos de negación».
¿Cómo sabe usted que Alejandro Magno realmente existió? En opinión de este académico, la reducción al absurdo es uno de los mecanismos que más daño hacen a la disciplina histórica. «Estamos en un mundo de reverdecimiento del posmodernismo, es decir, de discusión de lo que es comúnmente establecido y aceptado», indica. La contradicción de dudar, en la era de la información, de quién puso la primera piedra del acueducto de Segovia.
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