Incendios en Maui
Lahaina: el paraíso hawaiano convertido en crematorio
Una bola de fuego se comió más de dos mil edificios. Las construcciones de madera apiñadas en el centro histórico ardieron como cajas de cerillas
Enviado especial a Lahaina (Maui, Hawái)
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Iniciar sesiónLa carretera que serpentea de Maalaela a Lahaina, en la isla hawaiana de Maui, es mágica. A un lado, el azul brillante del Pacífico. Al otro, una capa de amarillo casi eléctrico, el de la hierba y el matorral que cubre la roca ... volcánica que desciende hasta el mar. Es un paisaje asombroso, purísimo y oro. Pero ese amarillo, producto de la sequedad endémica de esta parte de la isla, pone la carne de gallina: es un recuerdo al combustible que hizo que Lahaina, capital histórica del Reino de Hawái, rincón turístico adorado, fuera devorada por las llamas.
Un poco más adelante, la carretera va pegada a una playa de arena blanca que cambia el azul por turquesa. Cada poco, aparecen árboles de varios metros de altura sacados de cuajo, con los tentáculos de sus raíces al aire. Es la señal del vendaval que batió la costa y azuzó el fuego con violencia. Era la cola de un huracán de categoría 4, cientos de kilómetros al sur de Maui, pero que trajo vientos de hasta 130 kilómetros por hora.
Cerca de Lahaina, aparecen los restos de conatos de fuego. Más allá, el cadáver de un coche calcinado. Y, al fondo, Lahaina, convertida en una masa gris y negra. Una bola de fuego se comió más de dos mil edificios. Las construcciones de madera apiñadas en el centro histórico ardieron como cajas de cerillas.
«Lahaina se quemó así», dice Candee Olafson y chasquea los dedos. Habla con este periódico delante de un refugio para supervivientes, en un polideportivo de Wailea, media hora hacia el este. «Front Street -la principal calle comercial- se quemó en diecisiete minutos. De mi casa queda en pie el buzón«.
En pocas horas, Lahaina se convirtió en un crematorio. Todavía no se puede medir la envergadura de la tragedia. Solo se sabe que será insoportable. Se anticipa en los abrazos que se dedican los vecinos a cada paso. De los trece mil habitantes de Lahaina, cerca de mil siguen sin estar localizados, y han pasado más de diez días desde el incendio. El recuento oficial de víctimas está en 111, pero todo el mundo aquí sabe que ese número no significa nada. Serán muchas más.
Una tragedia de este tamaño es inadmisible en cualquier lugar. Pero recorriendo las calles de Lahaina, alfombradas de escombros, entre montañas de metal fundido y jardines carbonizados, donde apenas se reconoce la forma de una lavadora o de un frigorífico, donde se quedarán para siempre los huesos pulverizados de sus vecinos, resulta inconcebible que esto ocurra aquí. En el patio de recreo de los millonarios de EE.UU., donde paran Oprah Winfrey o Jeff Bezos, destino vacacional de las élites, donde no es casualidad que se grabara la popular serie 'White Lotus'. En el paraíso de la primera potencia mundial.
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Muchos vecinos hablan de «tormenta perfecta», la combinación de una sequía mayor de lo habitual y vientos huracanados. Una chispa, provocada con probabilidad por la caída de postes eléctricos, hizo el resto.
«No hay nada en el mundo que se pudiera haber hecho para prepararnos, para enfrentar ese viento», dice Anthony Steele, con su hija encaramada al costado, desde un centro de entrega de víveres en una de las pocas zonas de Lahaina que indultó el fuego. «Era algo como de una película, con el fuego corriendo por las calles».
Tom Napoli y su mujer, Mona, huyeron de su casa con lo puesto. Conceden que las infraestructuras de Lahaina estaban anticuadas, con el sistema eléctrico por el aire, en postes endebles. «Vimos las llamaradas desde el centro de evacuados. Las casas explotaban una detrás de la otra. Era como el 'blitz'», dice sobre la guerra relámpago de los nazis. «Y ahora Lahaina parece Hiroshima«.
Para muchos, esa tormenta fue perfecta porque tuvo un componente humano: fallos en la prevención y en la gestión del desastre. «Para mí esto es inaceptable, que ocurra en un lugar moderno, lleno de turistas y de dólares, donde pagamos un montón de impuestos», critica Jeremy Baldwin, mientras llena su ranchera con víveres. Él y su familia lo han perdido todo. Su casa, su negocio, su taller, su colección de instrumentos, sus antigüedades. «Creía que si una casa sobrevivía la fuego, sería la mía, con muros de hormigón y techo de acero. El hormigón estaba hecho escombros y sonaba como vidrio. La temperatura del fuego debió ser brutal«, cuenta.
Ahora tiene por delante un futuro incierto y un luto por los vecinos que no se sabe cuánto durará. «Cuando ves cosas así en países con menos posibilidades, ves esas tragedias y piensas 'si al menos esta gente tuviera capacidad financiera eso no pasaría'. Y ahora resulta que ha pasado aquí, en la joya de la sociedad estadounidense. No sé a dónde fue el dinero, pero no se quedó en Lahaina», protesta.
Cadena de errores
Baldwin enumera los errores que exasperan a los vecinos, y de los que cada vez se conocen más datos. La compañía eléctrica, Hawaiian Electric, no cerró el suministro eléctrico de manera completa, lo que pudo haber provocado el incendio por la caída de postes o por la caída de árboles contra los nudos de alta tensión (hay en marcha demandas colectivas de vecinos contra la compañía).
Las sirenas de alerta no se pusieron en marcha. El director de la Agencia de Gestión de Emergencias de Maui, Herman Andaya, defendió que no se hizo porque están pensadas para tsunamis y eso hubiera empujado a los que huían contra las llamas (al día siguiente de ofrecer esta versión, Andaya dimitió). Pero tampoco recibieron alertas en sus móviles. Los más afortunados escucharon las órdenes de evacuación por los megáfonos de la policía. La única alerta para la mayoría fue ver que el fuego venía a por ellos. Tanto el Departamento de Justicia como la fiscalía estatal han abierto investigaciones para revisar qué ocurrió y cuál fue la respuesta al desastre.
«Mucha gente ni se enteró. Seguro que hubo gente que se murió durmiendo en casa», dice el español Marc Castaño, al que el incendio le pilló pasando el verano en Maui con su pareja. Desde entonces, ambos trabajan ocho horas al día como voluntarios, repartiendo a los supervivientes. «Los primeros días, la única ayuda fue la que organizaron los propios vecinos. Con las carreteras cortadas, la gente traía víveres y combustible en barco. Por aquí no había ni rastro del ejército ni de agencias federales», explica. Es probable que este lunes Joe y Jill Biden, de visita en Hawái para preocuparse por los afectados, se hagan una foto donde él y otros voluntarios -desde las raciones de comida de World Central Kitchen de José Andrés a un centro médico ambulante- trabajan cada día. Les han pedido que esté todo muy limpio para cuando llegue el presidente de EE.UU.
Lahaina tiene un camino largo por delante. Habrá que esperar años o décadas hasta que se vuelva a levantar del todo. El coste de la reconstrucción se estima en 5.500 millones de dólares. Pero la cicatriz emocional es incalculable: lo único seguro del futuro de Lahaina es que será cementerio de muchos sus vecinos. De vuelta en el centro para refugiados, a Candee le da igual donde le refugien, pero que no sea cerca de la que fue su casa. «No puedo volver ahora a Lahaina. El viento me trae los gritos de los muertos».
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