Del fin del mundo y de aquí al lado
«Ya sabemos que la púrpura y las novelas suelen llevarse bastante bien, pero la realidad camina por otros derroteros»
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Se esperaba para antes de Navidad y así ha sido. Francisco ha anunciado un consistorio para la creación de 21 nuevos cardenales y, como él mismo explicó, su procedencia expresa la universalidad de la Iglesia y, por otra parte, manifiesta el vínculo vital entre ... la Sede de Pedro y las Iglesias particulares establecidas por el mundo. Es sabido que el Papa tiene libertad total para designar a los cardenales, y aunque haya tradiciones y lógicas más o menos asentadas y razonables, Francisco ha demostrado sobradamente que no está sujeto a ellas.
Entre los nombres anunciados hay algunos que responden a esas lógicas. Que los arzobispos de Lima, Toronto, Santiago de Chile y Turín, o el Vicario de Roma, sean cardenales, responde al peso de esas diócesis y encaja en la historia reciente. Otros nombres responden a un cierto criterio de representatividad. Europa sigue siendo mayoritaria en el colegio cardenalicio, pero cada vez menos, y eso tiene sentido al contemplar la presencia del catolicismo en el mundo. Es comprensible que Francisco quiera una mayor presencia de purpurados de Asia y de África, donde crece un «catolicismo de primavera», como él mismo ha dicho al regresar de su reciente viaje a Asia y Oceanía. En esta hornada figuran un japonés, un filipino, un indonesio y un costamarfileño.
Por otro lado, encontramos nombres que obedecen a situaciones estratégicas para la Iglesia en este momento histórico. Seguramente a estas responde la elección (muy singular) del arzobispo de Teherán-Isfahán, donde los católicos son una pequeñísima minoría siempre en precario; la del arzobispo de Argel, un lugar de avanzadilla en el diálogo con el Islam; y la del arzobispo de Belgrado, ya que Serbia es una difícil frontera entre el este y el oeste, también en el plano eclesial. También aparecen en la lista publicada el domingo algunos colaboradores del Papa en la Curia, como el responsable de la sección de migraciones o el organizador de los viajes papales.
Por lo demás, a cada uno le podrán sorprender algunas ausencias. A mí, personalmente, la del arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica de Ucrania, un gran testigo y maestro de la fe en plena guerra; más aún cuando sí ha sido nombrado cardenal, en esta ocasión, un jovencísimo obispo de la iglesia ucraniana en Melbourne (Australia). También echo en falta personalidades como el arzobispo de Milán (una de las sedes más importantes de Europa, cuyo titular, además, fue nombrado por Francisco) o el de Edimburgo, un gran pastor en una tierra con una significativa presencia católica de heroica historia. Claro que cada uno podría dibujar este mapa a su gusto y no sé dónde acabaríamos.
Me produce una sonrisa la insistencia de algunos en que Francisco busca con estos nombramientos «atar» su sucesión. No lo creo y, además, sería imposible. Desde luego, el Papa refleja, más o menos, su visión de por dónde debe caminar la Iglesia, pero no veo entre los nombrados una sensibilidad pastoral homogénea y, además, conociendo sus perfiles, observo un rasgo de gran libertad y de probada fidelidad, a veces en situaciones muy difíciles. Ya sabemos que la púrpura y las novelas suelen llevarse bastante bien, pero la realidad camina por otros derroteros. Además, ¿quién sabe como será el colegio que elija al sucesor de Francisco?
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