Y si la Iglesia hablara de Dios
Hablar de Dios no significa no hablar del hombre, ni minusvalorarlo, ni amenazarlo en su integridad
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Iniciar sesiónEl periodista e historiador británico Sir Paul Johnson, autor de libros memorables como su 'Intelectuales', decía que «trato de no escribir sobre religión más de cuatro veces al año, y nunca en Navidad ni en Pascua, cuando lo hacen todos los demás. Por otra ... parte, escribo por lo menos cuatro artículos al año donde cito a Dios«.
Esta referencia me ha venido a la cabeza después de leer el reciente libro del teólogo Olegario González de Cardedal, 'La pregunta por Dios. Experiencias límite y respuestas de la fe'. Don Olegario lleva muchos años siendo un teólogo de lo esencial, quizá porque el tiempo le ha llevado al convencimiento de que hay palabras primeras y segundas, palabras principales y secundarias, tanto en la vida de las personas como de las instituciones. Su propuesta es sencilla: las preguntas por el sentido (origen) y por la salvación (fin) no pueden ser descartadas ni sofocadas si queremos vivir con dignidad y morir con esperanza.
De entre las muchas afirmaciones del teólogo por excelencia de la Salamanca contemporánea hay una que me ha dado que pensar. Dice así: «Lo primero, y en el fondo, lo único específico que los seguidores de Jesús tenemos que ofrecer al mundo es la fe en Dios, con todo lo que ello implica, tal como él se nos ha dicho y dado a sí mismo de manera suprema y definitiva en el Señor Jesús: en su palabra, su muerte y resurrección, su Espíritu y su Iglesia». ¿Hay demasiadas palabras en la Iglesia hoy que no hablan de Dios? ¿Qué pasaría si la Iglesia se diera una tregua en su análisis y en su propuesta ética de la realidad global y, durante un tiempo, se propusiera hablar principalmente de Dios, del Dios amor? ¿No hay demasiada focalización en los discursos sobre materias sociales, éticas, que centran la atención e impiden o retrasan un encuentro con las cuestiones esenciales de la vida? Hablar de Dios no significa no hablar del hombre, ni minusvalorarlo, ni amenazarlo en su integridad. Todo lo contrario. No hay más que fijarnos en el Portal de Belén.
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