Las exmonjas de Belorado reivindican el cisma y se aferran a las propiedades
Las exclarisas renuevan sus votos y se adhieren al «juramento antimodernista»
Visto para sentencia: las exmonjas de Belorado desafían al comisario pontificio en la vista del desahucio del convento
Belorado (Burgos)
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Iniciar sesiónCiertas teorías esotéricas sostienen que el juego de la oca no es sólo un pasatiempo infantil, sino una representación simbólica del Camino de Santiago. Según esta lectura, atribuida con frecuencia a los templarios, las 63 casillas del tablero encerrarían una guía iniciática: el avance en ... espiral como imagen del viaje interior, las ocas como estaciones de gracia, y las trampas del laberinto, el puente o la cárcel como metáforas de las pruebas que debe sortear el peregrino. Desde hace siglos, ese camino que pasa por el mismo umbral del monasterio, ha sido la razón por la que Belorado resonaba en mapas y credenciales de peregrino. Hasta que, en mayo de 2024, las dieciséis clarisas que lo habitaban decidieron que el camino a seguir no era hacia Santiago, sino hacia una nueva Roma sin Papa ni Concilio, inaugurando así el primer cisma oficial del siglo XXI.
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Catorce meses después de aquel estallido mediático —excomuniones mediante, cruce de acusaciones en comunicados a altas horas de la noche, impagos acumulados y un aporte de más de cuatrocientos mil euros por parte de la Federación de Clarisas para sostener a sus excompañeras díscolas—, cuando todo indicaba que la celebración de la vista previa del desahucio iba a comenzar a resolver la compleja situación, el monasterio parece haberse detenido en la casilla 58 del juego, la de la muerte, que te condena a volver al principio. Un bucle perfecto entre lo sacro y lo procesal, donde ni Dios ni el Código Civil consiguen que la partida avance.
En la mañana de este martes, después de la vista previa sobre el desahucio —en la que las exreligiosas no llegaron a intervenir—, el foco se puso de nuevo en el monasterio de Belorado, donde todo comenzó hace más de un año. En concreto, en el comedor de la hospedería —en la que durante las semanas más tensas del conflicto habitaron el cura coctelero José Ceacero y el obispo sedevacantista excomulgado Pablo Rojas, luego repudiados por las exclarisas—, las ocho supervivientes de aquel cisma ofrecieron su primera rueda de prensa en catorce meses.
Sobre la mesa, los mismos argumentos doctrinales que, según ellas, las llevaron a aquella ruptura. Un rechazo absoluto a lo que denominan la «Iglesia conciliar», aquella que, tras el Concilio Vaticano II, habría comenzado a diluir su doctrina hasta alejarse de su verdadera esencia. Pero, según ellas, ese es un debate «que se obvia, y parece que no se va a hablar y que se van a ir metiendo diferentes cosas, a lo que nosotras no estamos de acuerdo».
Desviación doctrinal
Entre los ejemplos de esa supuesta desviación doctrinal que las habría llevado a concluir que la fe que profesan no es la actual de la Iglesia católica, citaron la idea —según ellas errónea— de que «no todos somos hijos de Dios», difundida por los últimos Papas. «Hijos de Dios sólo somos los cristianos por el bautismo. Un musulmán no es hijo de Dios, él mismo te dirá que es de otra religión distinta. ¡Sí, eso no es una herejía!», explicó la exmonja conocida como sor Berit.
Esa, precisamente —la de exmonja— es una expresión que siempre les ha molestado y con la que ahora quieren poner fin mediante un acto simbólico: la renovación de sus votos y su adhesión al «juramento antimodernista», requerido por el papa Pío X desde 1910 a todo el clero, predicadores y formadores católicos, y cuya obligación estuvo vigente hasta 1967. Para demostrarlo, han presentado en exclusiva unos documentos firmados por cada una de las ocho y por el obispo excomulgado valenciano Rafael Cloquell, junto a un franciscano sedevacantista de origen brasileño que ahora les oficia los sacramentos.
Lo cierto es que el delito de cisma en el que incurrieron conlleva la excomunión 'latae sententiae', que en el caso de las diez que persistieron implicó un decreto explícito de excomunión, en el que también se recordaba su expulsión de la vida religiosa. Un extremo lógico por una doble razón: por no encontrarse ya en comunión con la Iglesia y porque sus votos y profesión solemne fueron realizados bajo una normativa canónica que ahora repudian, al remitirse al Código de Derecho Canónico de 1917 y a la estructura legal anterior al Concilio Vaticano II. El hecho mismo de haber querido oficializar esa renovación de votos —algo habitual cuando un consagrado cambia de confesión cristiana— evidencia su voluntad de clarificar su estatus religioso.
Paréntesis cerrado
Según Laura García de Viedma, la entonces abadesa, la renovación de los votos y la adhesión al juramento antimodernista permiten además subsanar en Belorado los 60 años de «Concilio Vaticano II». «Ninguna autoridad eclesial puede decirnos que dejemos de existir porque somos una abadía constituida en 1358», argumentó. Según ella, el paréntesis contaminado por las ideas del Vaticano II, entre 1965 y el 8 de mayo de 2024 —fecha en que oficializaron su ruptura con la Iglesia «conciliar»—, queda así cerrado.
¿Cómo habría que llamarlas ahora? Según ellas, «seguimos siendo monjas clarisas» y representantes de la auténtica «Iglesia católica» —compuesta por ellas ocho y algún obispo o fraile itinerante—, mientras que relegan al resto de católicos —unos 1.406 millones, según el último Anuario Pontificio— a lo que denominan «Iglesia conciliar». En la práctica, son ellas las que se sitúan fuera, por lo que sería más ajustado llamarlas «clarisas preconciliares» o «sedevacantistas», nombre que mejor define al exiguo movimiento al que se han adherido, más que el apelativo de católicas, que significa universal.
Pero más allá del debate doctrinal —que ya intentaban presentar como origen del cisma en sus primeras comunicaciones, aunque entonces quienes lo encabezaban eran el obispo excomulgado y el cura coctelero—, lo que vuelve a situarnos en la casilla de salida en este particular juego de la oca es la trama inmobiliaria: el control de las propiedades conventuales, que desde el principio ha estado en el trasfondo del conflicto, como este diario ha sostenido y documentado durante meses.
Así, la vista previa en el Juzgado de Briviesca ha girado en torno a la cuestión clave: quién es el legítimo administrador de las propiedades de la comunidad. Incluso, ante la pregunta de qué harán si la jueza decreta finalmente el desahucio, no han dudado en afirmar que decidirán «en comunidad» si «resistir o salir de manera voluntaria». En la rueda de prensa, alguna de ellas se mostró partidaria de «resistir», lo que, en caso de hacerse efectivo el lanzamiento, podría derivar en una imagen insólita: la Guardia Civil desalojando a la fuerza a unas monjas preconciliares.
Dieciséis clarisas
Lo cierto es que la comunidad de Belorado estaba compuesta, hace catorce meses, por dieciséis clarisas, y este martes sólo han comparecido ante la prensa ocho de ellas. Una dejó el convento apenas unos días después del cisma, alarmada por la presencia del «fantoche» Pablo Rojas. Otras dos, ya excomulgadas, se marcharon en los primeros meses por desavenencias con la exabadesa. Las cinco restantes, todas ancianas —entre 86 y 100 años—, nunca rompieron con el Papa ni están excomulgadas, y apenas han aparecido en público. Según las ocho cismáticas, también apoyan su causa, pero en los documentos presentados no figuraba ni su adhesión al juramento sedevacantista ni la renovación de sus votos.
«Hoy está aquí presente justo la mitad de la comunidad que habitaba este monasterio cuando anunciaron su ruptura con el Papa. ¿Les ha merecido la pena este trayecto?», les preguntó este periodista durante la rueda de prensa. «Pues sí, vale la pena ser fiel a Jesucristo, a la moral y a nuestra propia consagración religiosa», respondió con firmeza sor Berit, defendiendo que han tomado una decisión en conciencia. Aunque para ellas, las que se han quedado en el camino, en esta oca de Belorado, la casilla de la muerte —en este caso espiritual— haya dejado de ser alegórica para adquirir tintes lamentablemente literales.
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