CRUZAR EL OCÉANO EN UN TIMÓN
«Nos atamos con los cinturones. Si te duermes y caes al mar, estás muerto»
ABC reconstruye la odisea de los tres nigerianos que llegaron a Las Palmas en el timón de un petrolero. Han pedido asilo y confían en que se les conceda
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Los viejos barcos de Ulises
Tienen miedo. Hoy están a salvo, pero siguen teniendo miedo. Ya no es el tormento de un lugar oscuro y húmedo en las entrañas de un petrolero, sin agua, en un lento viaje hacia un destino incierto, con el temor de que las fuerzas ... duren menos que el trayecto. Entonces era miedo al presente, ahora es al futuro. Aquellos tres nigerianos que llegaron a Las Palmas, en noviembre, escondidos en el timón del Alithini II siguen en nuestro país. Dos en Madrid, en una solución habitacional de Cáritas y otro en la isla, en un albergue de CEAR, a la espera de que Inmigración resuelva su expediente de petición de asilo.
Ahora el miedo es al porvenir. A que, como ya le sucedió a uno de ellos hace dos años, rechacen su petición y sean devueltos a Nigeria. Y que la odisea de once días escondidos en aquel agujero sea estéril. A través de testimonios directos y de las personas que les han acogido en España, ABC ha podido reconstruir como fue su peripecia.
Un relato que merece ser narrado. Para que podamos llegar a entender hasta qué límites empuja la desesperación ante la guerra, la pobreza y la necesidad. Para que quien tiene que decidir sobre sus vidas no se enfrente a un frío expediente con fechas, millas náuticas, puertos y documentos fotocopiados, sino a la historia real, de tres hombres, a los que durante once días, sólo un agujero les separaba del mar y de una muerte segura.
Una historia que solo puede ser en primera persona:
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Les llevó un pescador al timón
«Entonces supimos que no había marcha atrás. Sentados sobre la pala, contemplábamos cómo el bote del pescador que nos había acercado hasta el timón se alejaba lentamente hacia la costa, y entendimos de golpe que nuestra apuesta solo tenía dos salidas: resistir en aquel agujero sobre nuestras cabezas hasta el próximo puerto o perdernos en el mar.
Una apuesta a ciegas, porque ni conocíamos el destino del barco, ni hasta dónde podían llegar nuestras fuerzas. Solo restaba confiar en que estas fueran suficientes para el trayecto que nos quedaba por delante. No era complicado intuir que aquel hombre, que se hacía diminuto por momentos, era la última persona que veríamos, fuera de nosotros, en los once días siguientes.
Habíamos llegado al timón cuando el petrolero ya salía, muy despacio, del puerto de Lagos. Pero nuestra aventura había comenzado unas horas antes, cuando vi al más joven de los chicos —tendría unos 20 años— que hablaba con un pescador. No le conocía, pero comprendí que le estaba pidiendo que le acercara hasta el petrolero, para colarse en el hueco que queda junto a la mecha del timón. Me uní a ellos y me aceptaron de buen grado. También llegó nuestro tercer compañero, que tiene poco más de 30 años. No nos conocíamos de nada. Nos unió el destino, movidos por la necesidad de buscar una vida mejor.
El pescador aceptó y, ya juntos, corrimos para preparar nuestro incierto viaje. Entonces no se lo dije, pero yo ya había hecho aquella travesía dos años antes. Les expliqué lo que necesitábamos. Llenamos dos bolsas, una con comida y otra con botellas de agua y un martillo. Era nuestro seguro de vida, la herramienta que nos serviría, si llegábamos a la desesperación, para golpear el casco con fuerza y hacer saber a la tripulación que estábamos allí.
2
Perdieron el agua y un martillo
Intuíamos, más bien queríamos creer, que el petrolero se dirigía hacia el norte, a Europa. En noviembre de 2020 ya hice un viaje parecido. Salí de Lagos escondido, junto a otras dos personas, en el mismo lugar. Nos descubrieron al llegar a Las Palmas y nos subieron a cubierta. Fuimos considerados polizones y nos llevaron hasta el puerto de destino, en Noruega. Allí pedí asilo político por la situación de persecución que vivo en Biafra, mi región de origen. Me la denegaron y el barco me llevó de vuelta a Lagos. De nada sirvió aquel riesgo.
Ahora también comenzaba mal. La peor de nuestras desgracias llegó cuando apenas comenzábamos la travesía. Al tratar de subir al habitáculo donde nos íbamos a refugiar, la bolsa con las botellas de agua y el martillo cayó al mar. Nuestro sustento y la herramienta que nos podía salvar, perdidos para siempre. No teníamos a quien llamar, el pescador ya estaba lejos. Decidimos seguir adelante. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?
3
Se escondieron encima del timón
Todos nos han visto en esa foto, sentados sobre la pala del timón, pero no hicimos ahí la travesía. Sería imposible. El primer golpe de mar nos habría arrojado al agua. En realidad nos refugiamos en el hueco que hay justo arriba, un habitáculo formado por el espacio que hay entre el casco del barco y la mecha, la barra que conecta el timón con la maquinaria que lo acciona.
Sois muchos los que me habéis preguntado por este tuit, preguntándome si era posible.
— Santiago el marino ☸🌌🌊🌅 (@Superasturianu) November 29, 2022
Pues sí, no sólo es posible, sino además relativamente habitual. Os lo explico a continuación:
👇🏻👇🏻👇🏻 https://t.co/Y71V1CZSA0
Es un espacio oscuro, como un techo abovedado como el de una iglesia. La única luz entra por el agujero del suelo, por donde entramos. También llegan las salpicaduras del mar, cuando se embravece. El ruido es constante, pero soportable. Al rumor continuo del mar y de la hélice, se suma el de la maquinaria del timón. Pero es habitable. Puedes ir sentado, incluso recostarte un poco.
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Apenas podían dormir
Aunque es difícil descansar. Si te duermes y caes al agua, estás muerto. Para evitarlo nos atamos unos a otros con los cinturones, para servir de contrapeso por si alguno resbalaba. Apenas podíamos dormir, nos daba miedo, nos turnábamos para dar cabezadas y que alguien estuviera siempre alerta.
Sin agua, la desesperación comenzó a partir del segundo día. Les expliqué que podíamos calmar un poco la sed mojándonos los labios con el agua salada del mar que nos salpicaba. «¡No la bebáis, que podéis enfermar!», les dije. No me hicieron caso. Son muy jóvenes y no sabían sobrevivir. Teníamos comida pero, ¿de qué nos servía? Si nos la llevábamos a la boca nos daba más sed.
La única medida del tiempo era el contraste entre el día y la noche, cuando el agujero sólo nos devolvía oscuridad. No existían las horas, solo un tiempo constante y eterno. Pasábamos la mayor parte del tiempo rezando, pidiendo a Dios que el barco parara de una vez.
También hablábamos de nuestras vidas. Ellos están solos, no les queda nadie allí. Tienen esa suerte. Mi caso es distinto. Tengo 42 años y en Biafra me espera mi mujer y mi hijo. Y mis hermanos, que dependen de mí desde que murió mi padre. Comencé esta locura porque quiero sobrevivir y ayudar a mi familia. La violencia es un problema, la comida es un problema, el trabajo es un problema. Todos dicen que este año volverá la guerra y morirá gente. Este viaje desesperado es mi ultima opción.
5
Llegaron deshidratados y exhaustos
¡El motor empieza a ralentizarse! Estamos llegando a puerto. No sabemos cuál. ¡Qué mas da! Apenas podíamos aguantar más. Un día más y habríamos desfallecido. El barco se para, y apenas tenemos fuerzas para bajar de nuevo al timón y sentarnos sobre la pala. No te he dicho mi nombre, no necesitas saberlo. Soy el del gorro blanco, a la izquierda.
Queremos que nos vean. ¡Necesitamos que nos vean! Alguien, desde uno de los barcos que ayuda a los petroleros a fondear en el puerto, descubre nuestra presencia. Nos miran sorprendidos. Nosotros apenas podemos devolverles la sorpresa y mostrarles gratitud con nuestra mirada. Son los primeros rostros que vemos desde aquel pescador. Nos ayudan a bajar. No podemos más.
Nos llevaron al hospital. Yo estaba deshidratado y exhausto. Necesité varios días para recuperarme. Allí empezó a cambiar mi suerte. Recibí la visita de un voluntario del secretariado de Migraciones de la diócesis de Canarias. No sé como llegó hasta mi habitación. Me ofreció asesoría, si la quería, y acepté. Me ayudaron a pedir el asilo. Luego, a recurrir cuando lo denegaron en un primer momento y nos quisieron expulsar al considerarnos polizones.
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Gracias a ellos, ahora estoy en Madrid, en espera de que se resuelva mi petición. Valoro mucho todo lo que están haciendo por mi en España. Solo puedo dar las gracias a todos los que me han ayudado en este viaje. No han sido mis fuerzas, sino Dios quien me ha movido.
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