El Vaticano: así es por dentro la institución más longeva y misteriosa del planeta

Por primera vez un libro intenta desentrañar cómo funciona la maquinaria que ayuda al Papa en su tarea mundial

La Guardia Suiza, el ejército del Vaticano, es el más pequeño del mundo Ignacio Gil

Con sus dos mil años de historia, el Vaticano sigue siendo una institución fascinante, capaz de aglutinar lo mejor y lo peor de la condición humana. Del interior de sus muros han salido los más nauseabundos escándalos de corrupción o las más rocambolescas historias ... de traición, como la de Paoletto, el mayordomo infiel. Sin embargo, pocos conocen de verdad cómo funciona la maquinaria que ayuda al Papa en su tarea mundial. Ese es el reto que se ha planteado —tras 22 años de trabajo en el corazón de la Iglesia— el corresponsal de ABC, Juan Vicente Boo, en su último libro «Descifrando el Vaticano» (Editorial Espasa).

«El Vaticano es un punto de referencia artístico, espiritual y político para todos los países y religiones , como demuestran las continuas visitas de jefes de Estado y personalidades de la ciencia, la cultura, la economía o el arte. Sin embargo, si te dejas enredar demasiado por la estructura burocrática o te obsesionas con las arrugas del sistema, puedes pasar todo el día enfadado y no llegar a ver lo importante», comenta el periodista.

El gran desafío de su nueva publicación es precisamente ayudar a los lectores a mirar el cuadro completo, pero quedarse con «lo esencial». «El Vaticano —afirma— es la puerta de entrada en una dimensión desconocida, casi mágica, donde lo invisible es más importante que lo visible. Entenderlo te permite acercarte al misterioso manantial oculto que ha alimentado la generosidad y la valentía de millones de personas desde hace dos mil años». El extracto del libro que aquí adelantamos, lo demuestra:

El «primer» Vaticano

La base de operaciones de Jesús no estaba en Tiberíades, la «capital» del lago, sino en Cafarnaúm. Y precisamente en la casa de Simón Pedro, organizada quizá entonces por su suegra, pues no se conservan menciones a su esposa. Aquel hogar era el primer «Vaticano», y ese estilo sencillo, familiar, sin vestimentas especiales se conservó hasta el siglo IV en que el emperador Constantino, probablemente por conveniencias políticas, comenzó a incorporar a los obispos a la corte imperial, facilitándoles residencias y escoltas de soldados cuando era necesario, y acostumbrándoles a ver el color púrpura —el color de la corte— como algo normal.

La «Iglesia imperial»

Los historiadores señalan que la embriaguez de la «Iglesia imperial» duró nada menos que dieciséis siglos, con épocas de apogeo durante el milenio de los Estados Pontificios (del 751 al 1870) en la península italiana, donde el Papa era a la vez el rey. Además de escandalizar a las Iglesias orientales, separadas de Roma desde 1054, el sistema del «Papa Rey» originaba vergonzosas luchas por el poder entre las familias nobles italianas , dando lugar a un gran número de intrigas, asesinatos y Papas indignos. Por otra parte, desnaturalizaba la relación de los fieles con el sucesor de Pedro, y hacía casi imposible que este pudiera concentrarse plenamente en su tarea espiritual. La caída de los Estados Pontificios puso fin a esa anomalía, pero sus secuelas psicológicas no están, por desgracia, completamente superadas.

Portada del libro ABC

Los «dos manuales» de la Curia

Sin que figure en ninguna parte como norma escrita, la Curia vaticana lleva los dos últimos siglos orientándose instintivamente por dos «manuales». Para los asuntos de ceremonias, protocolo, etc., el de Versalles: todo muy vistoso y elegante. Para la administración interna, el del Imperio austro húngaro: una maquinaria administrativa lenta pero eficaz, que terminaba tomando decisiones según los reglamentos y dejando constancia de ellas.

Esa rutina mental sufrió un fuerte shock con la llegada del papa Francisco. A bastantes miembros de la Curia no les gustaba su estilo sencillo y familiar, cercano a la gente, que dejaba en evidencia, por contraste, la altivez y lejanía de otros. Muchas de sus decisiones prácticas les desconcertaban. Al cabo de poco tiempo quedó claro que Francisco se guiaba por otros dos «manuales», los verdaderos. Y que leyéndolos con atención era muy fácil predecir las reacciones y las decisiones del primer Papa americano. Eran los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.

«Caja de resonancia mundial»

La Santa Sede es, después de Washington, el «número dos» mundial en cuanto a embajadores acreditados. En 2020 sumaban ciento ochenta y cinco, la mitad de ellos residentes en otras capitales europeas por llevar la representación de sus Gobiernos ante varios Estados. Pero nada menos que noventa con sede en Roma. En conjunto, suponen una extraordinaria «caja de resonancia» de los asuntos mundiales y un marco que permite crear discretamente líneas de cooperación para el bien , desde la ayuda a países en desarrollo, hasta el respaldo a nuevos tratados internacionales en temas de interés social o acuerdos de paz entre países enemistados.

Opacidad económica

Si del balance anual se sabe poco, del patrimonio, todavía menos. Ni la Santa Sede ni el Estado Vaticano hacen públicos los datos sobre su patrimonio inmobiliario —edificios— y de cartera —títulos financieros— en una docena de mercados internacionales. La opacidad en cuanto a balances y patrimonio, ya muy alta en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, aumentó en el de Francisco. El resultado es un escenario muy poco sano de arbitrariedad administrativa, con frecuentes escándalos económicos que afloran a pesar del esfuerzo por ocultarlos. La gestión financiera y las inversiones se llevan con un estilo «clandestino» y a veces casi mafioso, asignándolas sobre todo a amigos personales, en un contexto de favoritismo difícil de comprender.

El limosnero del Papa

Un par de años después, cuando el Papa le impuso la birreta de cardenal a Konrad Krajewski para subrayar la importancia de ese cargo hasta entonces poco valorado, el Limosnero decidió celebrarlo a su manera: una cena para doscientos ochenta pobres o personas sin casa en los comedores del Vaticano, servida por ochenta voluntarios. Francisco se presentó por sorpresa y le advirtió sonriendo: «Ojo, Conrado, que no he venido por ti, sino por ellos».

Museos y jardines, un valor más allá del cultural

La variedad de especies vegetales es inmensa, con plantas, flores y árboles de todos los continentes, traídos por misioneros a lo largo de siete siglos, pues los Jardines Vaticanos fueron creados por Nicolás III en el siglo XIII cuando trasladó al Vaticano —para estar más cerca de la tumba de Pedro— la residencia papal, instalada desde el siglo iv en la basílica de San Juan de Letrán.

La belleza y tranquilidad de los Jardines Vaticanos, donde el presente enlaza con el pasado, lleva el pensamiento hasta el Jardín del Edén, primer hábitat humano en el hermoso relato del Génesis. Tanto esos Jardines, iniciados en 1279, como el Museo Capitolino de Roma —el más antiguo del mundo—, creado por Sixto IV en 1471, o los Museos Vaticanos, que son de 1506, tienen un significado más allá del cultural . Su verdadero motivo de fondo es el religioso: mostrar de modo visible que Dios es Belleza.

Nunca son «días sanos» para el Papa

El líder espiritual de mil trescientos millones de católicos repartidos por todo el mundo nunca tiene «un día sano», pues en cada jornada llegan muchas noticias malas y otras muchas buenas. Cada día hay pasos adelante en unos temas y pasos atrás en otros. Para el Papa no hay periodos de tempestad y periodos de calma. Cada día es una mezcla de ambas, en dosis distintas. Siempre he admirado la capacidad de los sucesivos Papas de no dejarse abrumar o aplastar por los disgustos. Trabajan con serenidad en su despacho, rezan con esperanza en su capilla y reciben con amabilidad a sus visitantes.

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