Seiscientos kilómetros en busca de un tratamiento para la anorexia

La falta de unidades especializadas obliga a pacientes del País Vasco a buscar ayuda fuera de su comunidad

Se empadronan en otras regiones para poder acceder a las unidades especializadas de la sanidad pública

La anorexia y la bulimia son más comunes en las mujeres de mediana edad que en las adolescentes

Aitziber Samaniego Y Alexandra Ruiz de Zzua, pacientes con anorexia.

Miriam Villamediana

Alexandra Ruiz de Azúa lleva casi dos décadas luchando contra los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) . « He pasado por todas las fases: anorexia, bulimia, ortorexia y abuso de laxantes », explica. Apenas tenía 11 años la primera vez que la ... ingresaron, todavía en pediatría. En el informe de alta los doctores recomendaban realizar un seguimiento extra hospitalario. Sin embargo, esta vitoriana, que ahora tiene 35 años, relata a ABC que no tuvo ningún tipo de tratamiento o terapia hasta el año 2014 , casi dos décadas después.

«En realidad no se puede decir que fuera una terapia porque solo me pesaban», denuncia. La situación llegó al límite cuando la joven, que mide 1,70, adelgazó tanto que apenas pesaba 35 kilos . Ingresó entonces en la unidad de psiquiatría del Hospital de Santiago de Vitoria. Su relato de aquellos días recuerda más a un encarcelamiento que a una atención médica.

«Me dejaban todo el día sola en una habitación», explica. Dentro, una cámara de seguridad grababa sus movimientos las 24 horas del día, y únicamente podía disponer de un libro. « Cuando me duchaba había cuatro personas mirándome», explica . Según el relato de Alexandra, el tratamiento se basaba en un sistema de premios y castigos. Es decir, si comía y ganaba peso , tenía acceso a privilegios como hablar con su familia. Y si perdía peso o no comía, recibía un castigo.

De Vitoria a Ciudad Real

En los días que estuvo allí explica que no tuvo ningún tipo de terapia psicológica. « Uno de los días pedí que viniera el psiquiatra porque no me encontraba bien y me contestaron que no podía porque estaba muy ocupado », relata. Entonces decidió pedir el alta voluntaria pocos días después. «Me amenazaron con no volverme a atender más adelante».

Fue la desesperación la que le llevó a buscar alternativas fuera de Vitoria. Alexandra recuerda que estuvo buscando soluciones en otras comunidades autónomas . Así, dio con la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria que existe en el Hospital General Universitario de Ciudad Real, perteneciente a la red de sanidad pública manchega.

Como una adicción

«Encontré una entrevista que le habían hecho al jefe de la unidad y pensé que ese era el sitio adecuado para curarme», recuerda Alexandra. Se refiere a un vídeo disponible en Youtube al doctor Luis Beato, responsable de esta unidad , que es pionera en España en el tratamiento de trastornos alimentarios. En ella, el psiquiatra explica que aplican una técnica novedosa que ha dado buenos resultados. En lugar de utilizar el sistema de premios y castigos con sus pacientes, estos trastornos se tratan como «una conducta adictiva». Para ello utilizan la psicoterapia social y la estrategia motivacional para conseguir que el paciente «se desencante» con esta conducta y así modifique sus hábitos.

« Fui a Ciudad Real a conocer al médico y me dijo que me ingresaba en ese momento », recuerda Alexandra. Aunque el traslado no resultó sencillo. Intentó en un primer momento que el servicio vasco de Salud, Osakidetza, trasladara su expediente, «pero se negó», asegura. Entonces buscó una familia que la «acogiera» para empadronarse con ellos, a más de 500 kilómetros de su familia, para poder ingresar en la unidad.

Lo que Alexandra se encontró en el centro castellano-manchego tiene poco que ver con lo que había vivido en el hospital vitoriano. Allí convivía con otras chicas (la mayoría de las que sufren esta enfermedad son mujeres) que tenían el mismo trastorno que ella. Podía salir de la habitación, las comidas las realizaban todas juntas y «no había ni premios ni castigos» . Por las mañanas había días que tenían terapias en grupo, y por las tardes hacían actividades con un componente más lúdico, como por ejemplo pintura. «Podías hablar y te sentías comprendida», resume.

El principal problema es que el País Vasco no existen unidades específicas para tratar trastornos del Comportamiento Alimentario. Son casos que se tratan como una enfermedad psiquiátrica más . Esto implica que no haya profesionales especializados y que cuando las pacientes necesitan un ingreso este se realice en la misma planta de psiquiatría donde se atienden patologías que nada tienen que ver. «En uno de los ingresos pregunté al psiquiatra a ver si podía tener papel y boli y me contestó que lo tenía que consultar porque nunca había tratado un TCA», lamenta Alexandra.

Desde el departamento de Salud del País Vasco reconocen a ABC que «no hay ningún recurso específico de hospitalización». Aseguran que «en la evidencia científica disponible» estas unidades no han «demostrado su eficacia de forma indiscutible» . Explican que sí existe, sin embargo, un programa específico asociado a los trastornos de la conducta alimentaria y que en tanto en cuanto son patologías más frecuentes en la infancia y la adolescencia, cuentan con dispositivos de hospitalización «en unidades de psiquiatría infanto-juvenil». Además, el País Vasco cuenta con «dispositivos ambulatorios de alta intensidad», como son los comedores terapéuticos.

La experiencia de Aitziber Salburua en uno de estos comedores, sin embargo, no fue en absoluto satisfactoria . Fue el primer recurso que le ofrecieron cuando en 2018 empezó a «dejar de comer» mientras estudiaba unas oposiciones. «Aquello no era un comedor», describe. Asegura que tenía que comer sola y «encerrada» en una sala y después le obligaban a pasar media hora tumbada.

«Era incapaz de tomarme unas lentejas sin apoyo», relata. En esas circunstancias no consiguió recuperar el peso que había perdido debido a su anorexia y terminó ingresada también en la Unidad de Psiquiatría del Hospital de Santiago de Vitoria. Su experiencia es muy similar a la de Alexandra. « Te encierran en una habitación, no puedes salir y estás sola todo el rato », recuerda. Únicamente recibía una vez al día la visita de la psiquiatra que únicamente le preguntaba si había comido algo.

«Engordarte como un pavo»

«En esa situación solo comes para engordar y que te dejen salir», explica. Sin embargo una vez en casa estas pacientes vuelven a dejar de comer y con mucha frecuencia recaen en su enfermedad. La atención extra hospitalaria, en su caso, tampoco fue satisfactoria. La trataban una psiquiatra y una psicóloga y asegura haberse sentido «maltratada» en muchas de las sesiones. «».

La desesperación hizo que en abril de 2019 intentara suicidarse. « Me decía que estaba haciendo sufrir a mis hijos, que vaya ejemplo les estaba dando o que tenía que ingresar para dejar descansar a mi marido me fue de las manos, me veía peor y me corté las venas». Aitziber no entiende que el departamento de Salud vasco niegue la efectividad de las unidades especializadas en trastornos de la conducta alimentaria. «Aquí solo quieren engordarte como a un pavo», lamenta. Se ha planteado buscar alternativas en otras comunidades autónomas, aunque tener dos hijos pequeños y el coste económico que supondría para toda la familia le hace, de momento, buscar alternativas más cercanas.

Aitziber y Alexandra son solo dos de los rostros de una enfermedad que va en aumento tras la pandemia en todo el país . Esta realidad se hizo pública a través de una recogida de firmas que inició José Julián Nieva para que la sanidad vasca creara una unidad de atención de este tipo. Su hija, Nagore, de 17 años, está ingresada en Albacete en estos momentos, a unos 700 kilómetros de su casa . Nieva explica que antes intentaron ingresarla en otras ciudades como Santander, Santiago, Valencia o Madrid, donde sí existen este tipo de unidades especializadas de las que en el País Vasco se reniega. Fuentes de la Sanidad vasca confirman a ABC, sin embargo, que la puerta no está totalmente cerrada. Explican que en la consejería existe un «compromiso» para «evaluar su necesidad» y aseguran que «si fuera el caso» se plantearía proponer e implementar este tipo de recursos.

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