El Papa deja Cuba con la esperanza de conseguir una transición pacífica
«Decepción» entre los disidentes políticos porque Benedicto XVI no se reunió con ellos durante su visita

Quienes han intentado forzar el cambio político en Cuba —desde el presidente Kennedy hasta hoy— han conseguido tan sólo el enrocamiento del régimen e incluso aumentar su apoyo popular frente a la presión exterior. Benedicto XVI ha apostado en cambio por una transición pacífica aunque sea lenta.
Ha intentado por las buenas lo que otros no consiguen por las malas. Ha pedido en público clemencia para los presos y permiso para abrir centros educativos que cimienten el futuro. Y ha pedido en privado a Raúl Castro gestos humanitarios que el Vaticano, por respeto al país anfitrión, ha declinado especificar. Benedicto XVI tuvo que renunciar, igual que hizo Juan Pablo II, a un encuentro con disidentes para hacer posible un viaje que ayudará su causa aunque sea de modo lento, quizá el único posible.
Durante la visita, el vicepresidente primero Marino Murillo, responsable de las reformas económicas, reiteró que «en Cuba no va a haber reforma política porque no hace falta. Simplemente estamos modernizando el sistema económico cubano para que nuestro socialismo sea sostenible». Les gustaría seguir el modelo de China o el de Vietnam, pero sin el petróleo semiregalado de Chávez —en peligro por unas metástasis que sometía a radioterapia esos días en La Habana—, la economía de la isla se hunde.
A su llegada al aeropuerto, donde fue recibido por Raúl Castro, manifestó: «Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren», y mencionó a «los presos y sus familiares», como haría en varias ocasiones. Eran referencias claras a los exilados y las Damas de Blanco, a las que no recibió muy a su pesar por exigencias de sus anfitriones. Benedicto XVI dijo que Cuba «está mirando ya al mañana, y por eso se esfuerza por renovar y ensanchar sus horizontes». Pocas horas después, también ante Raúl —quien asistió el lunes a la misa en Santiago igual que a la del miércoles en La Habana—, el Papa invitaba a que «luchen por construir una sociedad abierta y renovada , una sociedad mejor, más digna del hombre». Benedicto XVI nunca alza la voz —y menos lo haría ante un jefe de Estado anfitrión—, pero se entiende lo que quiere decir.
Si el mensaje visual era de cordialidad y sonrisas —espectáculo amargo para disidentes y exilados— el mensaje textual era de cambio. Incluso en su breve oración ante la Virgen de la Caridad del Cobre, el Papa rezó «por los que están privados de libertad, separados de sus seres queridos».
Pero sobre todo apostó por los encuentros privados con Raúl Castro y con Fidel, los dos hombres que tienen en su mano las riendas del país. Es significativo que el líder comunista que impuso un ateísmo oficial hasta 1992 preguntase a Benedicto XVI por la reforma de la liturgia y por el contenido de su trabajo como Papa. Y también que le tomase como consejero al pedirle que le envíe libros sobre los temas de que hablaron, incluidos los grandes problemas de la humanidad y la diversidad religiosa. Hasta ahora nadie ha conseguido echar a los Castro. El Papa apostó por moderarlos. El tiempo dirá si su estrategia da resultado.
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