epidemia en áfrica
La última estación del Ébola
El cementerio de Kenema reúne la mayor concentración de víctimas de ébola. Los cuerpos anónimos reposan sin un triste recordatorio
EDUARDO S. MOLANO
Entre la maleza, Bakai Scallon comienza a sortear obstáculos. Equipado tan solo con unas chanclas de cuero, los pasos de este sierraleonés resultan casi circenses. Al llegar a un pequeño montículo, el cincuentón decide hundir su pie semidesnudo en la tierra. Hemos llegado a su ... reino. «No tenemos ni botas para trabajar», lamenta. En términos científicos, la queja se encuentra justificada. Scallon es enterrador. Y a poco más de un metro bajo la tierra que pisamos, se encuentran los testigos mudos de su obra: el cementerio de Kenema, al este de Sierra Leona. Quizá, la mayor concentración de víctimas de Ébola del mundo.
«Desde hace dos meses, cada día nos llega un nuevo fallecido» , denuncia Scallon. A su lado, el resto de sepultureros que componen el camposanto asiente. Ninguno de ellos cobra más de 80 euros al mes por el trabajo que realizan.
«Ésta es la última estación del Ébola, deberíamos estar mejor equipados», se queja Muskafa Kone, también enterrador. Toda una vida en el negocio de la muerte y, sin embargo, hasta este año, nunca había dado descanso eterno a una víctima de este mal. Salvo un contagio en Costa de Marfil en 1994, el oeste de África permanecía ajeno , al menos de forma conocida, al Ébola.
«¡Hoy seguro que tendremos un nuevo cuerpo. Es necesario ser precavidos para ahorrar trabajo!», nos grita Yisai Aifar, mientras da los últimos retoques a uno de los agujeros mortuorios. Me pregunto si el nuevo residente del hoyo será consciente del cruel diálogo a voces.
Fosas comunes
De nuevo, entre paladas de tierra, el cementerio de Kenema comienza edificar la despedida a uno de sus hijos. Muchos de ellos, incluso, sin un recordatorio para ser llorados. « Algunos muertos nos los traen directamente del hospital y los dejamos aquí. Nadie sabe quiénes son. La única orden es que cada víctima tiene que ser enterrada de forma individual, nada de fosas comunes», asevera Aifar.
En otros sepulcros, en cambio, una placa identificativa refleja la crueldad del virus: Fatmata Koromo. Perdía la vida a finales del pasado julio. Tenía apenas 22 meses de edad. Un nombre para centenares de números.
Desde el inicio de la epidemia de Ébola a comienzos de año, Sierra Leona ha registrado más de 700 contagios en sus fronteras , con casi 300 muertos. Desde un punto de vista global, este país es el que mayor cantidad de casos sufre, por delante de Guinea Conakry, donde se inició el foco, Liberia y Nigeria.
Para paliar esta crisis, que en números absolutos ya ha provocado 1.779 casos y 961 muertos al oeste de África, el Gobierno sierraleonés ha decretado la situación de cuarentena en los actuales epicentros del contagio: los distritos de Kenema y Kailahun. En virtud del nuevo mandato, desde el jueves, los accesos a ambas regiones se encuentran sellados, permitiéndose tan solo el tránsito de efectivos militares y humanitarios. Mientras, el Ejecutivo de Liberia, anunciaba un bloqueo similar que impide los desplazamientos entre las regiones occidentales de Grand Cape Mount y Bomi, donde el Ébola es especialmente beligerante , hacia la capital, Monrovia.
Cuando la comida escasea
En el hospital de Kenema, con medio centenar de contagiados por Ébola debatiéndose entre la vida y la muerte, la decisión política es especialmente polémica.
«Para buena parte de los productos alimenticios, dependemos de la metrópolis (Freetown). Cuando estos comiencen a escasear, comenzarán los disturbios», denuncia Saad, comerciante de la inmensa comunidad de libaneses con la que cuenta Kenema.
«Desde un punto de vista médico, estoy de acuerdo en la puesta en cuarentena. Es necesario aislar el virus. Sin embargo, en lo económico puede crear un futuro muy crítico. Dos meses aquí atrapados es demasiado tiempo », asegura, por su parte, Fulli, quien espera noticias de su sobrino, ingresado por un presunto caso de Ébola.
Todavía con la palabra doblada en la boca, comienza un aguacero en el hospital de Kenema. La tormenta vacía la improvisada sala de espera en la que se ha convertido el pabellón dedicado al virus.
De regreso a la necrópolis, sentados en un pequeño porche, el trío de sepultureros espera que amaine el temporal. En la lejanía, el nuevo agujero mortuorio, ya terminado, rebosa completamente de agua. Sigue diluviando en Kenema.
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