Los temporales que han golpeado el norte dejan una herida mortal en playas y familias
El letal mosaico del peor invierno deja unos daños valorados en unos 150 millones de euros y siete personas fallecidas
p. alcalá/i. reyero/a. carra
Aunque no acostumbra a mostrar placidez en el golfo Ártabro, el Atlántico azuzado por temporales y ciclogénesis explosivas ha multiplicado la altura y fuerza de su oleaje y el poder de sus habituales corrientes, noqueando buena parte de las playas del litoral noroeste de España.
No sólo el paseo marítimo de La Coruña sucumbió al oleaje, los arenales de buena parte de las playas se han ido con las olas en muchas de las hermosas playas atlánticas que salpican el litoral que va desde la ría de Ortigueira a la Costa da Morte. Especialmente afectados han quedado los arenales de La Magdalena, en Cedeira; Outeiro, Doniños y Ponzos, en Ferrol; A Arnela, en Porto do Son; Ancoradoiro y Esteiro, en Muros y Coira, en Portosín. Todos ellos han perdido cientos de metros cúbicos de arena, que en unos casos ha ido a parar a las entrañas del océano, y en otros, los que menos, ha sido arrastrada y desperdigada tierra adentro.
Hasta dos metros de altura han perdido las playas más afectadas, que presentan ahora un corte abrupto allá donde las olas terminaban. Destino vacacional de Semana Santa, alguna no llegará a tiempo para albergar toallas, pese a los esfuerzos gubernamentales. En su mayoría han perdido además pequeñas instalaciones (duchas, postes salvavidas, pequeños muelles...) que sumaban para que en todas ellas ondee una de las banderas azules que distingue su excelencia.
Asturias y Cantabria
Pero no solo Galicia ha sido batido sin compasión por las borrascas este invierno. En Asturias y Cantabria, también han visto cómo el mar se adueñaba violentamente de playas y entornos naturales. Carolina Veiguelas, jefa de obras y servicios del ayuntamiento de Castrillón, en conversación telefónica con ABC, explica que «todas las playas del municipio se han visto afectadas de una u otra manera. En la de Salinas-Arnao la arena ha desaparecido mientras que en la de San Juan las pasarelas de acceso han quedado enterradas. Y en la de Bayas, el cauce del río que desemboca allí se ha embalsado, impidiendo el acceso a la playa». Y peor ha sido en Cudillero, en Luanco -donde las olas llegaron a sobrepasar viviendas situadas frente al mar- y en Luarca, que vio desaparecer el Museo del Calamar Gigante, una referencia internacional de máximo interés científico. En Asturias, el mar no ha respetado ni a los muertos, como dejó claro en Bañugues, donde las fuertes mareas sacaron de su secular descanso los restos óseos que reposaban en el cementerio medieval. Claro que peor que el mar fue el comportamiento de quienes fueron sorprendidos expoliando huesos.
En Cantabria, la fuerza de la mar se llevó en la playa de La Magdalena, en Santander, el embarcadero antiguo y parte del muro del Balneario. Y antes de eso, también hurtó a sus vecinos la arena de la playa de los Peligros. En Gijón, lo peor se lo llevó el Muro de San Lorenzo, el principal escaparate turístico de la ciudad, cuya reparación estiman las autoridades locales que costará cerca de 300.000 euros.
Todo el litoral cantábrico ha quedado mellado por los mordiscos del mar. Y uno de los más fuertes se lo ha llevado el Puntal de Laredo, en Santander, donde Agustín Calvo, técnico jurídico de Medio Ambiente y Patrimonio del ayuntamiento cuenta cómo «las olas superaron el cordón dunar y llegaron a penetrar hasta un centenar de metros en el interior. Muchas de ellas han desaparecido y otras han perdido su talud suave, quedando cortadas en vertical, con lo que corren peligro de derrumbarse. Pero lo peor es que todo el sistema de dunas ha quedado muy debilitado y si se produce otro temporal puede acabar llevándose todo. Sin protección que amortigüe la energía del mar, las olas podrían incluso atravesar el paseo marítimo y causar problemas en los cimientos de las viviendas. Es muy urgente recuperar cuanto antes esta protección natural contra la furia del mar».
San Sebastián, inundada
En la costa vasca, la peor parte del temporal se la llevó San Sebastián, que volvió a ver cómo las olas, superiores a 10 metros de altura, entraron en la parte vieja de la ciudad y causaron importantes destrozos que el Ayuntamiento cifra en casi 6 millones de euros. Las zonas rojas fueron las playas de La Zurriola (1,4 millones) y La Concha, cinco de los puentes que atraviesan el río Urumea, así como el Paseo Nuevo (1,1 millones), balcón donostiarra cerrado hasta junio por obras en la ladera del monte Urgull, y cuyo desprendimiento costó la vida de un joven en agosto.
Con un ojo puesto en la Semana Santa, desde el consistorio asumen que la «prioridad absoluta» es recuperar los arenales para la temporada de verano. «Somos una ciudad turística y no tener nuestras playas listas nos haría mucho daño», indican desde el equipo de Bildu, que confía en la «celeridad» de la Dirección de Costas, que asumirá en marzo los arreglos del espigón de La Zurriola. La situación en esta playa es la que más preocupa porque «está perdiendo arena», difícil de recuperar, y que va a parar al río Urumea, cuyos desbordamientos mantienen en vilo a los barrios. Solo de la playa de Ondarreta se han retirado 500 toneladas de arena desplazada. Con todo, el Gobierno vasco cree que los efectos del temporal estarán subsanados «como mucho en un mes», por lo que no temen que vaya a afectar negativamente al turismo en Semana Santa.
En Zarauz, la fuerza del mar se tragó la duna de su turística playa, de alto valor ecológico. En Vizcaya, las 28 playas de la provincia se vieron afectadas y la mayoría sufrió corrimientos de tierras, quedando «desconfiguradas». La Diputación foral cifra los daños en dos millones de euros en el litoral, de los cuales 800.000 están relacionados estrictamente con las playas, que se espera estén «perfectas» para junio.
Balance mortal
Para todo lo anterior, al menos sí habrá remedio. Costoso -150 millones según el Gobierno, que este viernes aprobó un real decreto para iniciar actuaciones urgentes por valor de 44 millones de euros- , pero posible. Lo que no tiene solución es el balance de vidas humanas arrebatadas. Imposible no recordar el tributo humano que se ha cobrado el mar este invierno.
La primera víctima de los temporales en el norte fue un inmigrante senegalés de 43 años en Ondarroa, Vizcaya. Pocos días después, ya en 2014, era un pescador de 70 años de Corrubedo, en La Coruña, quien desaparecía entre las olas; su cuerpo fue encontrado por sus propios hijos días después. También los tres integrantes de una misma familia fueron arrastrados en la localidad coruñesa de Valdoviño por el mar. Y a finales de ese mismo mes, un percebeiro de Ribadeo, en Lugo, sufría la misma suerte.
Terminaba enero con los servicios de rescate buscando contrarreloj, y febrero apenas tardaba unos días en añadir su tributo a tan funesta lista, cuando la destructiva «Nadja» se llevaba a un joven de quince años que montaba en bicicleta con un amigo. Ni siquiera los franceses se libraron del zarpazo mortal. En Biarritz, una joven de 28 años desapareció, y también un indigente en Port-Vieux. Un invierno terrible, del que aún nos queda un mes.
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