TURQUÍA
«Iba a violarme otra vez, así que le maté»
La opinión pública turca, dividida ante los casos de mujeres que han asesinado a sus agresores sexuales
DANIEL IRIARTE
¿Tiene una víctima derecho a matar a su violador? Según un tribunal turco, sí: esta semana, la Corte Penal de Gaziantep ha absuelto a una mujer de 43 años –identificada en la prensa turca como Nafiye K.- por el asesinato, el año pasado, de ... Ai Kalkan, que la había agredido sexualmente repetidamente durante varios meses con total impunidad.
Según la información publicada, Nafiye había denunciado en diversas ocasiones a su violador, sin que las autoridades hubiesen hecho nada por impedirlo. Impotente, la mujer se mudó a otra localidad de la provincia de Gaziantep, en el sureste del país. Pero Kalkan, una persona de su entorno cercano, descubrió dónde se encontraba y se presentó en aquel lugar para volver a violarla.
Nafiye decidió entonces actuar: convocó a Kalkan en la estación de autobuses, y allí le asestó varias puñaladas que le provocaron la muerte. La mujer huyó, pero la policía no tardó en dar con ella y arrestarla.
«No tenía otra opción que protegerse»
El pasado martes, no obstante, el tribunal determinó que había actuado en defensa propia y la puso en libertad. «Debe aceptarse que la sospechosa no tenía otra opción que protegerse de un asalto sexual que sin duda iba a repetirse», dice la sentencia absolutoria.
No es, ni mucho menos, el único suceso reciente de este tipo: el pasado verano, la opinión pública turca se mostró dividida ante el caso de Nevin Yildirim, una joven de 26 años de extracción humilde y madre de dos hijos que vivía en un pueblo del suroeste de Turquía. Después de que su marido se marchase a otra ciudad en busca de un trabajo temporal, Yildirim fue violada por un vecino, Nurettin Gider, a punta de pistola.
Para conseguir el silencio de la mujer, Gider amenazó con matar a sus hijos, y le hizo fotografías durante una de las agresiones para chantajearla, fotos que podían significar una sentencia de muerte para ella si alguien de su propia familia decidía que suponían «un deshonor». De este modo, Gider abusó de ella durante un período de ocho meses, durante el cual ella descubrió con horror que se había quedado embarazada de su agresor.
Pero el pasado 28 de agosto, Nevin sorprendió a Gider saltando la tapia de su casa una vez más. «Inmediatamente supe que me iba a violar otra vez», declaró posteriormente a la policía. Y decidió que no lo iba a consentir. Cogió la escopeta de su suegro y abrió fuego contra Gider. Este, herido, trató de sacar su arma, así que ella disparó de nuevo.
Macabro «trofeo»
Lo que ocurrió después es aún más escalofriante, igual que su relato ante las autoridades: «Le perseguí. Cayó al suelo. Empezó a maldecirme. Esta vez le disparé a los genitales. Se quedó quieto. Supe que estaba muerto. Entonces le decapité». Nevin, entonces, agarró la cabeza seccionada por el pelo y se paseó por el pueblo con su macabro trofeo, gritando: «¡Ya no hablaréis a mis espaldas! ¡He lavado mi honor!».
Aunque la mayoría de las asociaciones feministas de Turquía se abstienen de aprobar públicamente estas muertes, en general han mostrado un apoyo moderado a mujeres en la situación de Yildirim y Nafiye. Informalmente, en conversaciones privadas, blogs o incluso Twitter , muchas activistas apoyan sus actos.
La escritora Elif Shafak es una de las que ha protestado contra el contexto «manifiestamente patriarcal» que ha llevado a sucesos como estos. «Para mujeres en Turquía que son víctimas de la violencia sexual o doméstica, hay pocas puertas a las que llamar. Hay pocos refugios de mujeres, y demasiado a menudo la sociedad tiende a juzgar a la víctima, no al perpetrador. Muchas mujeres son asesinadas o forzadas a suicidarse cada año en nombre del honor», escribió tras el crímen de Yildirim.
Denuncias y estigmas
Una situación que parecen confirmar las propias palabras de la mujer: «Pensé en denunciarlo a la policía militar o al fiscal del distrito, pero esto iba a marcarme como una mujer despreciable. Dado que iba a tener una mala reputación, decidí limpiar mi honor y actuar para matarle. Pensé mucho en suicidarme, pero no podía».
La mujer todavía espera juicio, pero en septiembre un tribunal determinó que no podía someterse a un aborto a pesar de las circunstancias. Esto ha sido interpretado por muchos como un signo de los nuevos tiempos que corren, al hilo de la futura legislación antiaborto que prepara el gobierno (y que, a pesar de no haber sido aprobada todavía, está siendo ya aplicada en muchos lugares).
En una atmósfera así, es posible que, como ha determinado el tribunal de Gaziantep, algunas mujeres no tengan demasiadas opciones. Eso, al menos, es lo que parece pensar Yildirim. «Ahora nadie llamará a mis hijos bastardos», asegura.
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