UNa historia de sevilla
Cuando Sevilla se convirtió en Roma: la Colonia Iulia Romula Hispalis
Tras la última gran guerra civil de la República entre Julio César y Pompeyo, la antigua urbe del Guadalquivir fue elevada al rango de colonia con el nombre de Iulia Romula Hispalis
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Iniciar sesiónDesde la llegada de los romanos a la Bética, Hispalis fue un oppidum: un emporio comercial con población indígena, aliado de Roma e integrado en su órbita política, pero extranjera y sin los derechos plenos de ciudadanía. Todo cambió en el año ... 45 a. C., tras la última gran guerra civil de la República entre Julio César y Pompeyo. La antigua urbe del Guadalquivir fue entonces elevada al rango más alto dentro del orden romano: colonia. Con el nombre de Colonia Iulia Romula Hispalis, Sevilla pasó a ser ciudad romana de pleno derecho, vinculada al linaje —la gens— de Julio César y a la memoria de Rómulo, el mítico primer rey de Roma. Roma refundó a Sevilla con los «apellidos» de su fundador y, a la vez, de la gens Julia —la de Julio César—, que se proclamaba heredera de Eneas y, por tanto, descendiente de la diosa Venus.
Julio César e Hispalis. La victoria de César en la guerra civil contra Pompeyo
Antes de ser dictador, Julio César conoció de primera mano la provincia que décadas después marcaría su destino. En el año 69 a. C. fue nombrado cuestor en la Hispania Ulterior, con sede en Gades, y desde allí recorrió y conoció el valle del Guadalquivir. Aquel primer contacto fue decisivo: César quedó impresionado por la riqueza de la región, sus ciudades turdetanas y el comercio fluvial del Betis. En el santuario de Hércules de Gades en la actual Sancti Petri —según cuenta Suetonio— contempló la estatua de Alejandro Magno y lloró al pensar que, a su misma edad, aún no había hecho nada comparable. Ese episodio, más que una anécdota, marcaría su ambición y su relación con Hispania.
Años más tarde, ya en plena guerra civil contra Pompeyo, la Bética se convirtió en escenario de la última gran batalla de la República. Los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto, se atrincheraron en el sur, donde contaban con apoyos locales. En el 45 a. C., César cruzó el estrecho y los derrotó en la Batalla de Munda, una victoria tan difícil que, según sus propias palabras, aquel día luchó no por la gloria, sino por su propia vida.
El Bellum Hispaniense, crónica anónima contemporánea de los hechos, menciona su llegada a Hispalis, donde reunió una asamblea de todas las ciudades de la provincia. En ese contexto se sitúa el discurso final del Bellum Hispaniense, cuando César se dirige a los romanos de la Bética con severidad y clemencia a la vez. Les recuerda los beneficios que les había concedido desde su cuestoría, los impuestos que había aligerado y la protección que les había ofrecido ante el Senado. Pero les reprocha su deslealtad en la guerra civil:
«Vosotros, que conocéis las leyes y los derechos de los ciudadanos romanos, tantas veces habéis alzado la mano, a la manera de los bárbaros, contra los augustos magistrados… y así en ningún tiempo pudisteis conservar ni la concordia en la paz ni el valor en la guerra…» (Bell. Hisp. 42).
Sin embargo, tras aquella reprimenda en el foro de Hispalis, no castigó la deslealtad: prefirió integrarlos en su proyecto político. Aquel gesto fue el inicio de una nueva etapa. César no solo perdonó a Hispalis, sino que la transformó y podemos decir que la refundó. Poco después, la antigua ciudad turdetana se convertiría en Colonia Iulia Romula Hispalis, una réplica de Roma a orillas del Betis.
Oppidum, municipium y colonia: tres formas de ser ciudad en Roma
Para entender lo que supuso que Sevilla pasara a ser colonia, conviene recordar cómo se organizaban las ciudades dentro del mundo romano. Roma no imponía un único modelo, sino que adaptaba su sistema a las circunstancias de cada territorio. Así, en Hispania, convivieron tres categorías jurídicas principales: oppida, municipia y coloniae.
El oppidum era la forma más básica de integración. Se trataba de una ciudad aliada o federada, con población indígena, que conservaba sus propias leyes y costumbres, pero debía pagar tributos y acatar la autoridad del gobernador provincial. Era una especie de protectorado: dependiente de Roma, pero no plenamente romana. Hispalis fue durante mucho tiempo un oppidum, como tantas otras ciudades turdetanas del valle del Guadalquivir. Así nos lo cuenta el Bellum Hispaniense, nombrando a Hispalis como una ciudad extranjera durante la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, pese a lo adelantado de su romanización.
El municipium, en cambio, representaba un grado más alto. Sus habitantes gozaban del ius Latii, el derecho latino, que les permitía administrar su ciudad al estilo romano y, en algunos casos, alcanzar la ciudadanía plena. Estas ciudades imitaban el modelo político de Roma, con magistrados locales y un ordo decurionum o senado urbano, pero sus derechos seguían limitados respecto a los ciudadanos romanos de pleno derecho.
La categoría suprema era la colonia. A diferencia de los oppida o municipia, las coloniae eran auténticas prolongaciones de Roma fuera de Italia. Sus habitantes eran ciudadanos romanos de pleno derecho; su organización política reproducía la de la capital, y su territorio —el ager coloniarius— pertenecía al pueblo romano. En las colonias solían asentarse veteranos de guerra, comerciantes y familias itálicas, que actuaban como núcleo romanizador de la región.
Julio César y, después, Augusto, promovieron en Hispania una intensa política de colonización. Corduba, Carthago Nova, Emérita Augusta, Urso (Osuna) —la Colonia Genetiva Iulia, fundada por César para sus veteranos— o Hispalis recibieron ese título, convirtiéndose en modelos de administración y cultura romana en el sur peninsular. La Lex Ursonensis, conservada en bronce y hallada en Osuna, regula con minuciosidad el gobierno de una colonia cesariana: el número de magistrados, los procesos judiciales, el censo de ciudadanos o los honores públicos. Ese texto ilustra a la perfección cómo debió funcionar también Hispalis tras su elevación a colonia.
Para los hispalenses, convertirse en colonia significó un salto definitivo: dejar de ser un pueblo aliado para transformarse en ciudadanos romanos, con derechos, leyes y prestigio propios. No fue solo un cambio de nombre, sino una nueva identidad y casi una refundación. Desde entonces, Sevilla no miraría hacia Roma como a una potencia extranjera, sino como a sí misma.
La elevación a colonia: Iulia y Rómula
El nuevo estatuto que transformó a Hispalis en una colonia romana debió concederlo Julio César tras su victoria en Munda, hacia el año 45 a. C. Así lo deduce la historiografía a partir del testimonio de Estrabón, que en la segunda mitad del siglo I a. C. describe a Hispalis como una colonia insigne de los romanos (Geographiká, III, 2, 1). Aquel cambio no fue un mero gesto administrativo, sino una auténtica refundación política, social y simbólica.
Convertirse en colonia significaba adquirir el rango más alto dentro del orden urbano romano: todos los hispalenses libres pasaban a ser ciudadanos de pleno derecho, con el ius suffragii (derecho a votar), el ius honorum (derecho a ejercer cargos) y la posibilidad de integrarse en el ejército y la administración imperial. La ciudad pasaba a regirse por instituciones de tipo romano —duunviros, ediles, cuestores y un senado local o ordo decurionum— y su territorio se organizaba en centurias agrarias, asignadas a los colonos y a los veteranos licenciados.
No es casual que la nueva Sevilla adoptara el nombre de Colonia Iulia Romula Hispalis. Cada palabra en él tenía un peso político y simbólico. Iulia aludía a la gens Iulia, la familia de Julio César, que se hacía descender del héroe troyano Eneas y, por tanto, de la diosa Venus. Era una forma de vincular para siempre la identidad de la ciudad con el linaje divinizado del propio César. Romula, por su parte, evocaba a Rómulo, el mítico fundador de Roma -y también antepasado de Julio César- subrayando la idea de una «segunda Roma» nacida a orillas del Betis. Así, el nombre completo expresaba la integración total de Hispalis en el imaginario político romano: una urbe refundada bajo el amparo de César y de los orígenes mismos de la civilización romana.
Aquel título de colonia no fue honorífico, sino efectivo. Implicaba la llegada de nuevos habitantes —veteranos de las legiones cesarianas y colonos itálicos— que se establecieron junto a la población local, reorganizando el trazado urbano, el foro y los espacios públicos. Es probable que el reparto de tierras, documentado en otras colonias cesarianas como Urso, se repitiera también aquí, generando una nueva élite municipal vinculada directamente al poder de Roma. De hecho, las inscripciones hispalenses conservadas desde época de Augusto una sociedad plenamente romanizada, con magistrados, augures, pontífices y duunviros de nombre latino que regían la vida cívica.
La Colonia Iulia Romula Hispalis se convirtió así en una pieza clave de la red urbana del sur peninsular. En ella se consolidó una nueva aristocracia local —descendiente de terratenientes y veteranos itálicos— que mantuvo su protagonismo durante todo el Alto Imperio. Desde entonces, Sevilla ya no fue una ciudad conquistada, sino heredera legítima de Roma: una urbe en el corazón de la Bética que formaba parte de Roma misma. El mestizaje entre la antigua población indígena y los nuevos colonos cesarianos e italianos consolidó el proceso de romanización. A partir de entonces, Hispalis sería conocida no solo por su puerto y su comercio, sino por ser una auténtica comunidad romana en el corazón del Betis: la Colonia Iulia Romula Hispalis.
La memoria de Julio César en Sevilla
La huella de Julio César no se borró con el paso de los siglos. Aun hoy, su figura sigue viva en la memoria monumental de Sevilla, aunque a veces el propio sevillano no repare en ello. La ciudad conserva varios testimonios modernos que evocan su nombre y la trascendencia que tuvo su paso por Hispalis.
En el edificio del Ayuntamiento, junto al Arquillo de Diego de Riaño, una escultura en piedra representa a César con la corona de laurel, símbolo de la victoria. Fue colocada allí durante el siglo XIX, en una de las restauraciones historicistas de la fachada, por iniciativa del cabildo municipal. Su presencia recuerda al gobernante que —según la tradición— otorgó a Sevilla su primer rango como ciudad romana. Su mirada, orientada hacia la plaza del Salvador, parece contemplar el mismo espacio donde, veinte siglos antes, resonaron los ecos de su discurso ante los hispalenses.
Otra imagen, más antigua y cargada de simbolismo, se alza en la Alameda de Hércules. En 1574, el asistente real Francisco Zapata y Cisneros, conde de Barajas, mandó erigir allí dos columnas romanas procedentes de la calle Mármoles. Sobre ellas, el escultor Diego de Pesquera colocó las estatuas de Hércules y de Julio César, el héroe fundador y el conquistador romano que convirtió a Sevilla en colonia. Desde entonces, ambas coronan el paseo más antiguo de Europa como un emblema de la ciudad. Juntas representan la unión entre mito e historia, entre el origen legendario y el poder civilizador de Roma.
También la toponimia urbana conserva su memoria. La calle Julio César, comprendida entre Reyes Católicos y Marqués de Paradas, nació a mediados del siglo XIX en lo que entonces eran las afueras de la Puerta de Triana. Su trazado recto y su arbolado original la concebían como un pequeño paseo extramuros, un arrecife terrestre que miraba hacia el río. En 1859 fue rotulada con el nombre del general romano (100–44 a. C.), perpetuando en el mapa moderno de la ciudad el recuerdo de quien la transformó en colonia.
Pero aún queda otro recuerdo, que aunque desconocido quizá sea el más evocador: la placa de mármol situada en la Puerta de Jerez, en la esquina de la calle Maese Rodrigo, donde puede leerse que Julio César cercó a Sevilla «de muros y torres altas». Una frase que refleja como Sevilla fue ampliada y fortificada por el que se proclamaba descendiente de Eneas, de Rómulo y de Venus.
Pero esa es otra historia que contaremos más adelante.
* Con la colaboración de la Consejería de Turismo y Andalucía Exterior de la Junta de Andalucía, cofinanciado con Fondos Feder.
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