Una historia de sevilla... en verano
Sevilla, Cartagena de Indias y Portobelo: la Flota de Tierra Firme
Tras el descubrimiento de América a finales del siglo XV Sevilla se convirtió en la ciudad predominante para las siguientes expediciones de exploración y comercio
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Iniciar sesiónTras el descubrimiento de América, a finales del siglo XV, Sevilla se convirtió en la ciudad que fue ganando predominio para las siguientes expediciones de exploración y comercio, pero la relación entre Sevilla y los puertos de América española se oficializó en los albores ... del siglo XVI, cuando la ciudad andaluza se convirtió en el puerto exclusivo del comercio con las Indias. En 1503, los Reyes Católicos fundaron en Sevilla la Casa de la Contratación de Indias, encargada de centralizar y fiscalizar todo lo relativo al comercio transatlántico. Sevilla fue elegida sobre otros puertos marítimos como Cádiz debido a su posición tierra adentro, protegida por el río Guadalquivir, lo que ofrecía mayor seguridad ante incursiones enemigas, además de otros factores como las colonias de mercaderes extranjeros, sus Atarazanas, la tradición náutica de Sevilla y que era la ciudad más grande y poblada de Castilla a finales del siglo XV. Este monopolio hizo de Sevilla una ciudad opulenta; hacia la mitad del siglo XVI ya había superado a Amberes como principal centro financiero de Europa, gracias al flujo de metales preciosos americanos.
Durante la primera mitad del siglo XVI, los viajes a América se hacían con cierta libertad, pero la creciente amenaza de corsarios (principalmente franceses, ingleses y holandeses) forzó una organización más rigurosa. La corona instauró impuestos como la avería, pagado por los mercaderes para financiar escoltas navales. Ya en la década de 1520, el emperador Carlos V -tras el asalto y robo en 1522 frente a las Azores de dos barcos que volvían de México con el tesoro de Moctezuma para el emperador- experimentó con convoyes protegidos, pero fue Felipe II quien consolidó el sistema de flotas en la segunda mitad del XVI. En 1561, el monarca emitió órdenes para establecer flotas anuales con escolta militar, asegurando que los barcos mercantes viajasen agrupados desde Sevilla para defenderse de la piratería. Así nació formalmente la Flota de Indias, un plan de navegación comercial entre España y América vigente desde 1564 hasta 1776.
Organización de la flota de Sevilla: Casa de Mercaderes y la partida de Tierra Firme
Para gestionar aquel intenso tráfico transoceánico se desarrolló en Sevilla una compleja organización comercial y naval. Los propios comerciantes se agruparon en el Consulado de Mercaderes de Sevilla (también llamado Universidad de los Cargadores a Indias) fundado en 1543, que básicamente eran la organización de comerciantes mayoristas (empresarios privados) que financiaban y exportaban e importaban las grandes mercancías de la flota. Durante décadas estos mercaderes negocian en las gradas de la catedral, hasta que Felipe II ordenó construir una sede propia: la Casa Lonja de Mercaderes. Inaugurada en 1598 junto a la Catedral, este gran edificio (hoy Archivo de Indias) proveía a los comerciantes un espacio digno para sus tratos . La Lonja simbolizaba el auge del comercio: Felipe II mismo dispuso su construcción «para lustre del comercio», entregándola al Consulado de mercaderes.
La Casa de la Contratación, por su parte, supervisaba todos los aspectos logísticos además de fiscalizar toda la mercancía que entraba y salía de la flota con el llamado Quinto Real (una quinta parte de los beneficios que iban directos a la Corona), algo parecido a nuestro actual IVA. También llevaba los registros de navíos, concedía licencias de embarque, inspeccionaba la navegabilidad de los barcos y custodiaba los bienes de pasajeros fallecidos en Ultramar, entre otras muchas funciones ligadas al comercio de Ultramar. Antes de zarpar, cada barco debía inscribirse en los registros oficiales detallando cargamento, tripulación y pasajeros. Se designaban convoyes que partirían solo en fechas autorizadas, con escolta militar coordinada entre Sevilla y las autoridades de Indias. Los barcos militares que custodiaban las flotas se financiaban con el llamado impuesto de la avería, un impuesto aplicado a los comerciantes, cuyos fondos sufragaban los barcos de guerra de escolta.
Las dos flotas sevillanas que partían anualmente
De esta forma, por decisión de Felipe II, a partir de 1565-1566, quedó establecido el sistema regular de flotas y galeones que dominaría los siguientes 200 años. En adelante, saldrían dos flotas anuales de Sevilla, en fechas distintas y con destinos distintos, para abarcar los dos grandes virreinatos americanos:
-La Flota de Nueva España, conocida simplemente como «la Flota» o «Flota del Tesoro», zarpaba cada primavera (abril) con destino a Veracruz (México). Este convoy abastecía el Virreinato de Nueva España, que incluía México y el Caribe, transportando bienes europeos y llevando de regreso plata mexicana (principalmente de las minas mexicanas de Guanajuato y Zacatecas), cochinilla de Oaxaca, vainilla de Veracruz, etc.
-La Flota de Tierra Firme, que ocupa este artículo. Llamada popularmente «los Galeones», partía más tarde, alrededor de agosto, rumbo a Cartagena de Indias (actual Colombia) y Portobelo (Panamá). Este era el convoy asignado al Virreinato del Perú (que englobaba gran parte de Sudamérica en esa época). Se denominaba flota de los Galeones porque incluía poderosos galeones de guerra que escoltaban a los mercantes, dada la enorme riqueza (principalmente plata peruana proveniente del Potosí) que transportaba de regreso.
Ambas flotas, la de Nueva España y la de Tierra Firme, navegaban por rutas parcialmente comunes y tenían un ciclo anual coordinado. Salían de Sevilla en momentos distintos, pero se reunían para el regreso: tras completar sus itinerarios comerciales en América, coincidían en la Habana, en la isla de Cuba, para emprender juntas el viaje de vuelta a España . Allí las esperaba la Armada de la Guarda, la escuadra de galeones reales que aseguraba la travesía atlántica de retorno, y que a veces durante la estancia caribeña realizaba misiones ofensivas contra bases corsarias enemigas .
Este engranaje logístico requería una meticulosa preparación. En Sevilla, meses antes de la partida, los muelles del Guadalquivir y los almacenes del arenal y Triana bullían de actividad. Había que aprovisionar decenas de barcos con alimentos, agua dulce, municiones y todo lo necesario para una travesía de varios meses. Las cargas incluían desde toneladas de mercancías (ropa, vino, aceite, herramientas, libros, imágenes religiosas, etc.) hasta animales vivos (caballos, cerdos, aves de corral) destinados a los virreinatos. Se calcula que en algunas flotas llegaron a participar más de 100 naves entre mercantes y escoltas, con hasta 8.000 tripulantes en conjunto.
Antes de partir, los oficiales reales inspeccionaban cada nave en Sanlúcar de Barrameda –el puerto en la desembocadura del Guadalquivir– para verificar que cumplía las ordenanzas. Ningún navío podía zarpar sin permiso: la ley prohibía que navíos sueltos navegaran fuera del convoy oficial. Aquellos que violaban esta norma incurrían en contrabando o piratería. Gracias a este sistema concertado, la Carrera de Indias fue muy eficaz: durante casi tres siglos, apenas el 1% de los barcos de las flotas cayeron en manos enemigas o naufragaron, una estadística notable dada la duración y peligros de la ruta.
Puertos americanos de la Flota de Tierra Firme: Cartagena de Indias y Portobelo
Cartagena de Indias y Portobelo fueron dos de los puertos americanos más estrechamente vinculados a Sevilla por medio de la Flota de Tierra Firme. Estas ciudades, enclavadas en la costa Caribe, funcionaron como nodos principales de la ruta de la Flota de Tierra Firme (o de los Galeones) y aún hoy comparten huellas de aquella época dorada.
Cartagena de Indias, fundada en 1533 por Pedro de Heredia , rápidamente se convirtió en un punto clave del comercio y la defensa española en América. Su magnífica bahía natural, semejante a la de Cartagena en España (de ahí su nombre), ofrecía un fondeadero seguro y estratégico. Cartagena era la puerta de entrada al norte de Suramérica: allí desembarcaban mercancías peninsulares para los grandes epicentros poblacionales y comerciales de Quito o Lima, y se embarcaba el oro y demás productos de esas regiones rumbo a Sevilla. Durante más de 275 años bajo dominio español, Cartagena floreció gracias a la Flota, pero también sufrió los embates de enemigos que codiciaban sus riquezas. Por ello, la corona invirtió enormemente en su fortificación. Tras ataques devastadores (como el saqueo del pirata Francis Drake en 1586), se levantó alrededor de la ciudad un complejo sistema de murallas y fuertes que la convirtieron en «una de las ciudades más fortificadas del Caribe». El famoso Castillo de San Felipe de Barajas, colosal fortaleza sobre un cerro que domina la ciudad, es símbolo de esa defensa tenaz: construido en el siglo XVII (en honor a Felipe IV de ahí su nombre), vigilaba cualquier movimiento enemigo desde el mar .
La presencia de Sevilla en Cartagena no solo se manifestó en lo militar y comercial, sino también en la herencia cultural y urbana. La estructura de la ciudad, con su casco amurallado, sus plazas y casas con patios interiores, reflejaba modelos sevillanos. Viajeros han notado que la arquitectura colonial cartagenera evoca a la de Andalucía: «casas con sus patios poblados de columnas, arcos y flores», al estilo de los tradicionales patios sevillanos. No es casualidad: muchos colonos provenían de Sevilla u otras ciudades españolas y replicaron en el Nuevo Mundo los diseños hogareños de la metrópoli. Se cuenta que en el Siglo de Oro, cuando un sevillano adinerado mandaba construir una casa, solía decir al arquitecto: «Hágame usted en este solar un gran patio y buenos corredores; si terreno queda, hágame habitaciones». Esa prioridad por el patio central, corazón de la vivienda andaluza, también la adoptaron los españoles en Cartagena y demás urbes americanas. Por ello, al pasear por la Cartagena actual, uno encuentra casonas virreinales con patios frescos y sombreados, de claras reminiscencias hispalenses.
La actividad comercial entre Sevilla y Cartagena dejó otras huellas. Muchas familias notables de Cartagena tenían lazos con Sevilla (vínculos comerciales y matrimoniales). Asimismo, instituciones religiosas enviaban miembros de una ciudad a otra; por ejemplo, los jesuitas fundaron colegio en Cartagena (San Pedro Claver) y en Sevilla existía un contínuo contacto e intercambio de imágenes sacras, reliquias y donativos. Otro convento fundado por religiosas sevillanas fue el Convento de Santa Clara (hoy Hotel Sofitel Legend) fundado por tres hermanas clarisas procedentes del Convento de Santa Inés de Sevilla (c/ Doña María Coronel). Hasta en la gastronomía y costumbres se percibían influencias mutuas: productos como el aceite de oliva, el vino, las almendras y especias llevados desde Sevilla influenciaron la cocina caribeña, mientras que allá en España se popularizaban el cacao, el maíz o el tabaco procedentes de Indias.
Cartagena posee hasta un arrabal que recuerda a Triana: Getsemaní, el antiguo barrio portuario de la ciudad. Situado extramuros, frente a la bahía, fue durante siglos el espacio de los marineros, artesanos, calafates y trabajadores del puerto, igual que Triana lo era en Sevilla junto al Guadalquivir. Allí se mezclaban gentes de todos los orígenes —esclavos africanos, criollos, indios y españoles humildes— creando un ambiente bullicioso, de tabernas, talleres y pequeñas casas encaladas.
Como Triana, Getsemaní tenía también una identidad popular y rebelde: fue el escenario de conspiraciones independentistas en el siglo XIX y sigue siendo hoy un barrio de fuerte carácter, lleno de vida, música y color.
Por su parte, Portobelo (Panamá) fue el otro pilar de la ruta de la Flota de Tierra Firme. Situado en la costa del istmo de Panamá en su parte caribeña, este pequeño puerto natural sustituyó en 1597 a Nombre de Dios como sede de las ferias de la plata. Bautizado como San Felipe de Portobelo en honor a Felipe II, el pueblo de Portobelo tuvo un rol inmenso desproporcionado a su tamaño: era el punto de encuentro del comercio transpacífico y atlántico. Allí llegaba por un lado la plata del Perú y el Alto Perú (hoy Bolivia) tras cruzar el istmo, y por otro lado llegaban los galeones de Sevilla con los bienes europeos. Durante más de 150 años (c.1600-1750), Portobelo albergó la Feria de Portobelo, el mercado anual donde se realizaba el grueso de los intercambios entre España y el Virreinato del Perú.
La logística era la siguiente: los barcos españoles (los Galeones de Tierra Firme) atracaban en Portobelo cargados de manufacturas europeas –desde paños, herramientas y libros hasta vinos y quincallería– pertenecientes a mercaderes españoles. Al mismo tiempo, desde el otro lado del Pacífico, los comerciantes del Perú fletaban navíos en Callao (puerto de Lima) con toda clase de productos coloniales (plata, cacao de Guayaquil, grana cochinilla de Oaxaca via Acapulco, cueros de Quito, etc.) y con ellos cruzaban a la Ciudad de Panamá en la costa del Pacífico. De Panamá, las mercancías y la plata se transportaban en recuas de mulas a lo largo del istmo –por caminos como el Camino Real o el Camino de Cruces, usando tramos del río Chagres navegables– hasta Portobelo. Este trasiego transístmico concentraba una riqueza fabulosa: se calcula que alrededor del 60% de todo el oro que llegó a España entre 1531 y 1660 pasó por Panamá, lo que da idea de su importancia.
En resumen, tanto Cartagena de Indias como Portobelo sirvieron como eslabones fundamentales de la cadena comercial que unía a Sevilla con las riquezas de América. Ambas ciudades compartieron con Sevilla no solo el intercambio de productos y metales preciosos, sino una herencia histórica y cultural. En Cartagena quedaron para siempre las murallas, los patios sevillanos y la impronta andaluza en su paisaje urbano. En Portobelo, aunque mucho más modesto, perdura la leyenda de los tesoros y galeones, y el recuerdo de que en sus aguas y selvas transitó buena parte de la plata que sostuvo al imperio español.
El legado de aquellos siglos de la Flota de Indias permanece vivo en la historia y en la cultura. Cartagena de Indias y Portobelo, con sus fortines y tradiciones, recuerdan la estrecha unión transatlántica. Y la literatura del Siglo de Oro inmortalizó el ambiente de la época. Lope de Vega, en El Arenal de Sevilla puso en boca de Alvarado una respuesta a un personaje forastero asombrado de la ciudad:
«Pues aguardad una flota
y veréis toda esta arena
de carros de plata llena,
que imaginarlo alborota.»
Con estos versos, Lope retrata la maravilla y el alboroto que provocaba en Sevilla la llegada de los tesoros de Indias. Aquella relación entre Sevilla, Cartagena de Indias y Portobelo –tejida por la ruta de los galeones– dejó una impronta indeleble en ambos continentes, una historia de comercio, culturas entrelazadas, fortunas y épica marítima que perdura en la memoria como uno de los capítulos más fascinantes de nuestra historia. Sevilla y la Flota de Indias, en vínculo con sus puertos americanos, representan el primer sistema de comercio global de la historia, cuyo legado aún hoy podemos imaginar tanto al pasear por el Arenal sevillano como por las murallas americanas, evocando aquellos «carros de plata llena» que tanto alboroto causaban en ambas orillas del Atlántico.
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