Una historia de Sevilla
«Julio César me cercó de muros y torres altas…»
Tras su conversión en colonia, Hispalis experimentó una expansión urbana sin precedentes, cuadruplicando su perímetro
Una historia de Sevilla
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Iniciar sesiónLa desaparecida Puerta de Jerez de Sevilla estuvo presidida por una placa de mármol con el lema: «Julio César me cercó de muros y torres altas…», inscripción que aún hoy -afortunadamente- puede verse en la plaza que ocupó dicha puerta. ¿De dónde procede ... esta expresión? Según la tradición, el general romano —que se decía descendiente de Venus— otorgó a Hispalis el rango de colonia, rebautizándola como Colonia Iulia Romula Hispalis. ¿Llegó entonces a ampliar la ciudad? La historiografía no puede afirmarlo con certeza. Desde el primitivo promontorio fundacional —entre las actuales calles Mateos Gago y Cuesta del Rosario— la ciudad se extendió hacia el norte y el este, trazando un nuevo pomerium que transformaría a Sevilla en una pequeña Roma a orillas del Betis.
La inscripción de la Puerta de Jerez
Durante siglos, la desaparecida Puerta de Jerez de Sevilla estuvo coronada por una inscripción en mármol que resumía, en apenas unos versos, lo más granado de la historia de Sevilla:
«Hércules me edificó,
Julio César me cercó de muros y torres altas,
y el Rey Santo me ganó
con Garci Pérez de Vargas.»
Mandada grabar hacia 1576 por el conde de Barajas, aquella lápida formaba parte del mismo programa humanista que dio origen a la Alameda de Hércules. En una Sevilla que era ya capital de la Monarquía Hispánica, la erudición renacentista quiso dotarla de un linaje mítico que uniese los tiempos legendarios con la gloria imperial del siglo XVI. Así, en piedra, quedó fijada una síntesis perfecta de su relato fundacional: Hércules como creador mítico, Julio César como refundador romano y Fernando III como restaurador cristiano.
No hay fuente clásica que afirme que César amurallase Hispalis. Sin embargo, desde los primeros cronistas modernos —Lucio Marineo Sículo, Alonso Morgado o Rodrigo Caro— se difundió la idea de que el dictador romano no solo reorganizó la ciudad, sino que la «cercó de muros y torres altas», otorgándole su fisonomía romana. Aquel eco erudito se convirtió pronto en tradición cívica, una afirmación poética más poderosa que literal.
Tras la demolición de la Puerta de Jerez en el siglo XIX, la placa fue rescatada y hoy puede verse, casi inadvertida, en la esquina de la plaza con la calle Maese Rodrigo. José Gestoso registró su traslado y conservación a finales del Ochocientos, consciente de su valor histórico. Pocas piedras condensan tanto orgullo y memoria: mito, historia y fe entrelazados en un mismo mármol, como si la ciudad, al mirarse en él, recordase quién la edificó, quién la cercó y quién la ganó.
El perímetro del oppidum: la colina fundacional de Hispalis
Antes de convertirse en colonia romana, Híspalis fue un oppidum turdetano levantado sobre un pequeño promontorio junto al Betis. La topografía era su mejor defensa: un terreno elevado y firme, rodeado por antiguos brazos del río y por el arroyo Tagarete, que convertían el asentamiento en una suerte de isla natural. Ese núcleo primigenio coincide con el área comprendida entre las actuales calles Mateos Gago, Abades, Cuesta del Rosario y San Isidoro, donde las excavaciones han revelado los niveles más antiguos de ocupación. Allí se encontraba el corazón de la ciudad prerromana, una trama irregular de precarias viviendas de tapial que, tras la llegada de Roma, se adaptó paulatinamente al nuevo orden urbano.
Los trabajos de A. Blanco Freijeiro, J. M. Campos Carrasco o Ignacio Rodríguez Temiño han permitido reconstruir los contornos de ese primer recinto. Según sus investigaciones, el oppidum abarcaba una extensión modesta, apenas unas seis hectáreas, limitada al norte por la actual calle Almirante Hoyos y al sur por Mateos Gago, cerrando un óvalo natural que miraba al río. Bajo los pavimentos de Cuesta del Rosario o Argote de Molina han aparecido niveles de incendio y cerámicas campanienses que marcan la transición entre la ciudad turdetana y la romana.
Aquel primer Hispalis no era aún la urbe monumental que más tarde evocaría la tradición, sino un enclave fluvial de gran valor estratégico. Desde su acrópolis, los romanos dominaron el estuario y establecieron un puerto interior, preludio del futuro emporio de la Bética. Sobre ese promontorio se alzaron los primeros templos, quizá dedicados a Melkart o Hércules, y las primeras calles pavimentadas de la historia de Sevilla. Todo cuanto vino después —la colonia, las murallas, el foro— se edificó tomando como referencia aquel pequeño altozano: la colina fundacional donde nació, entre el agua y la arena, la ciudad de Sevilla. La llamada «cota 14».
La expansión urbana de Hispalis: hipótesis y teorías
La conversión de Hispalis en colonia romana supuso una transformación urbana sin precedentes. Sobre aquel promontorio turdetano se levantó, a partir del siglo I a. C., una ciudad organizada según los cánones romanos, aunque su trazado inicial aún conservaba algo del laberinto indígena que la precedió. Los arqueólogos J. M. Campos Carrasco y A. Blanco Freijeiro, referentes imprescindibles en el estudio del urbanismo antiguo de Sevilla en el pasado siglo, coincidieron en señalar que la expansión de la ciudad fue un proceso paulatino, más evolutivo que fundacional.
Para Blanco Freijeiro, Hispalis fue durante buena parte de la República un pequeño enclave comercial dependiente del cauce del Betis, y sólo en época de César alcanzó la estructura de una verdadera urbe, dotada de foro, astilleros y murallas. A partir de entonces habría pasado de ser un vicus fluvial a convertirse en un núcleo urbano de primer orden, una colonia con vida cívica plena. Campos, sin embargo, matiza este relato: considera que la gran reorganización de la trama urbana —con ejes ortogonales, cardo y decumanus, y un posible recinto amurallado— no se produjo hasta bien entrado el siglo I a. C., cuando la presencia romana era ya estable y el territorio bético se encontraba plenamente pacificado.
Es evidente que la reconstrucción del perímetro colonial es aún hipotética -y quizá siempre lo sea-, apoyada en la lectura del parcelario y en los hallazgos dispersos de excavaciones en el centro urbano de Sevilla. No se trata de certezas, sino de indicios que permiten imaginar cómo el oppidum original fue extendiéndose hacia el norte y el este, en busca de terrenos, que aunque más bajos que la colina fundacional, fuesen seguros de inundaciones.
El nuevo viario habría incorporado foros, templos y espacios públicos adaptados a la topografía, dando forma a un ensanche urbano de planta aproximadamente triangular que multiplicó por cuatro la superficie inicial del asentamiento. Lo que sabemos sin ningún tipo de duda, es que Hispalis se amplió, entre el siglo I a. C y el I d. C enormemente hacia el norte y hacia el este, llegando su conjunto urbano por el norte hasta la Plaza de la Encarnación y por el este hasta la Puerta de Carmona.
Ese triángulo —delimitado entre el paleocauce del Betis y el arroyo Tagarete— debe entenderse como una reconstrucción teórica, fruto de la comparación de alineaciones, cotas y patrones urbanos. No existe ningún plano antiguo que lo confirme, pero su lógica interna resulta innegable: la nueva ciudad se articulaba en torno a un eje longitudinal este-oeste y a una red de calles perpendiculares que regularizaron el viejo relieve.
De aquella expansión nacería la imagen clásica de la Hispalis romana: una colonia portuaria, densamente habitada y ordenada según el modelo itálico, donde la arquitectura pública y privada se adaptó al pulso del río. Fue en esos años de tránsito —entre el mito de César y la política de Augusto— cuando Sevilla consolidó su verdadera vocación urbana: la de crecer sobre su propia memoria, edificando una Roma en miniatura sobre los cimientos de la Turdetania.
Julio César o Augusto: la expansión y el mito
Atribuir a Julio César la expansión de Hispalis es, más que un hecho histórico, una herencia literaria. Las fuentes clásicas no mencionan en ningún momento que el dictador reformara su trazado o erigiera murallas, aunque sí confirman su paso por la ciudad y su papel decisivo en su promoción política. En el año 45 a. C., tras la victoria en Munda, César reorganizó el territorio bético y posiblemente otorgó a Hispalis el rango de colonia, con el título de Colonia Iulia Romula Hispalis, en homenaje a su linaje y a la propia Roma. Aquella decisión selló la entrada definitiva de la ciudad en la órbita imperial, pero no necesariamente su ampliación física.
El verdadero impulso urbanístico llegaría probablemente con Augusto, su heredero y continuador. A él se deben las grandes deductiones de colonos veteranos y la regularización de la trama urbana en muchas ciudades hispanas. Es muy posible que entonces se fijara el nuevo pomerium —el límite sagrado de la ciudad— y que se trazaran las calles principales que estructuraron la Sevilla romana. Las excavaciones han demostrado que las fases constructivas más sólidas pertenecen ya al cambio de era, cuando el viejo oppidum se transformó en una urbe plenamente romana.
La tradición, sin embargo, prefirió recordar a César: el conquistador, el estratega, el hombre que «cercó de muros y torres altas» a la ciudad. La piedra de la Puerta de Jerez conservó su nombre como símbolo de mito y grandeza, mientras que la arqueología moderna nos irá desvelando en el futuro muchos de los misterios que la vieja Hispalis todavía guarda bajo la Sevilla actual.
Y aunque hoy no podamos trazar con precisión el perímetro de aquel recinto de expansión, sí reconocemos en nuestro viario la huella de algunas de sus puertas y calzadas antiguas que partían de ella… pero esa, querido lector, es una historia que contaremos más adelante.
* Con la colaboración de la Consejería de Turismo y Andalucía Exterior de la Junta de Andalucía, cofinanciado con Fondos Feder.
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