Una historia de sevilla
Los epígrafes de la Giralda: de Sevilla a Roma «ad ripam Baetis»
Esta es la historia de los epígrafes de la base de la Giralda que nos llevan desde Sevilla hasta la misma Roma desde las orillas del Guadalquivir
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Iniciar sesiónCuando caminamos por el entorno de la Giralda, pocas veces nos percatamos de los elementos que se encuentran a los pies de su basamento. La base del antiguo alminar almohade se levantó con material de acarreo de la Sevilla romana: sillares romanos ... de piedra alcoriza y pedestales de mármoles y piedra caliza. Algunos de esos pedestales, identificados y estudiados en los años noventa, nos hablan de la exportación de aceite de oliva a Roma desde el puerto de Hispalis: de gremios, de barqueros, empresarios, comerciantes y funcionarios que participaban en el comercio oleario.
Un alminar sobre cimientos romanos
La Giralda de Sevilla tiene su origen a finales del siglo XII como alminar de la mezquita mayor almohade. Para sustentar la torre y que no se cayese en futuros movimientos de tierra, los almohades cimentaron el minarete sobre una gran zapata de argamasa de cal, cascotes cerámicos y piedra, que nivelaba el terreno y repartía el peso del alzado sobre los antiguos rellenos romanos y medievales del entorno próximo.
Sobre esa plataforma se levantó un potente zócalo de varias hiladas de sillares de piedra alcoriza, cuidadosamente escuadrados y trabados entre sí, que conforman el basamento pétreo visible hoy a ras de calle. A partir de esa cota, el cuerpo del alminar se construyó en ladrillo, siguiendo el esquema habitual de los minaretes norteafricanos. Las intervenciones arqueológicas realizadas en la década de 1990 permitieron seccionar ese basamento y comprobar que, entre los sillares regulares, los constructores insertaron abundante material de acarreo procedente de la Sevilla romana.
En el interior del zócalo y, sobre todo, en sus esquinas, se documentó la reutilización de grandes piezas arquitectónicas antiguas: bloques de caliza y pedestales y aras romanas de mármol, algunos de ellos con inscripciones latinas todavía legibles. Todo indica que procedían de edificios públicos y espacios monumentales próximos, arrasados cuando se preparó el solar de la mezquita, probablemente vinculados al barrio portuario y al área de representación de las corporaciones situados en torno a la actual Catedral. Al quedar encajados en el ángulo oriental de la torre, orientado hacia la plaza de la Virgen de los Reyes, varios de estos pedestales epigráficos han permanecido visibles, aunque en posición secundaria, formando parte del basamento de la Giralda.
La operación, concebida en clave puramente constructiva —aprovechar piedra sólida y bien tallada disponible en las inmediaciones—, tuvo una consecuencia inesperada: los textos honoríficos dedicados a funcionarios imperiales, a empresarios del aceite y a gremios de trabajadores del puerto quedaron conservados bajo la base misma de la torre. Gracias a esa reutilización, hoy podemos leer en la base de la Giralda los nombres y cargos de algunos de los protagonistas del comercio oleario de época romana y enlazarlos con el amplio circuito que unía el puerto de Hispalis con la Roma imperial.
La annona y el circuito del aceite bético
El contexto de estos pedestales remite a una institución decisiva de la economía imperial: la annona. Con ese término se designaba el complejo sistema con el que el Estado intentaba asegurar el abastecimiento regular de la capital del Imperio y del ejército. Primero se pensó sobre todo en el trigo, indispensable para el reparto de pan a la plebe urbana, pero pronto el engranaje se amplió a otros productos básicos, entre ellos el aceite de oliva. Alimentar a Roma exigía organizar la producción en las provincias, fijar impuestos en especie, contratar el transporte y controlar los grandes almacenes portuarios donde se recibían y distribuían las mercancías.
En ese dispositivo, la Bética ocupó un lugar privilegiado. Sus campiñas olivareras produjeron durante los siglos I y II d. C. una cantidad de aceite sin parangón en el resto del Mediterráneo. Ese aceite viajaba en grandes ánforas globulares —las célebres Dressel 20— que, tras cumplir su función, se fragmentaban y se amontonaban en las afueras de Roma. Así nació el monte Testaccio, una colina artificial formada por millones de fragmentos de ánforas, muchas de ellas procedentes de ciudades del valle del Guadalquivir. Sobre sus paredes se conservan todavía inscripciones pintadas que mencionan a negociantes, cargadores y oficinas fiscales relacionados con el aceite bético.
Hispalis se insertaba en ese circuito como uno de los grandes puertos fluviales de la provincia y como uno de los principales centros autorizados para controlar y canalizar la exportación de aceite bético hacia Roma. Desde aquí se concentraba la producción del interior, se fiscalizaban los cargamentos vinculados a la annona y se organizaba su salida por el Guadalquivir hacia la costa y, desde allí, hacia Ostia y Portus, los puertos de la capital. La annona deja de ser, así, una abstracción administrativa y se convierte en una red muy concreta que une los olivares de la Bética, los muelles de Hispalis y los almacenes de la Urbs en Ostia y Portus. Los pedestales encastrados hoy en la base de la Giralda conservan los nombres, rangos y cargos de algunos de los protagonistas de esa red y nos permiten seguir, con una precisión poco frecuente, el camino del aceite bético desde las orillas del Guadalquivir hasta las laderas del Testaccio.
Un mundo oleario a los pies de la Giralda: funcionarios, oleari, scaphari…
En la base de la Giralda pueden leerse hoy varias inscripciones de pedestales romanos reutilizados y todos ellos nos hablan del puerto de Hispalis. Algunas de las más interesantes son aras erigidas por los scapharii, los barqueros del Guadalquivir, en honor de dos personajes a los que reconocen su buen gobierno: Sextus Iulius Possessor y Lucius Castricius Honoratus. Otra, en la cara sur del alminar, es el pedestal de M. Iulius Hermesianus, empresario oleario ligado directamente al comercio del aceite.
Sextus Iulius Possessor era un caballero romano al servicio del emperador. La inscripción lo presenta como procurator Augustorum «ad ripam Baetis», delegado imperial «en las orillas del Baetis», destinado a controlar el río y su tráfico. Antes había trabajado en Roma como colaborador del prefecto de la annona, gestionando el aceite africano e hispano que llegaba a la capital. Que los scapharii Hispalenses le dediquen un ara en la que subrayan su «inocencia» y su «singular justicia» indica hasta qué punto lo percibían como la encarnación del poder estatal en el puerto de Hispalis: el funcionario que regula el cauce, las obras y los cargamentos vinculados a la annona.
Lucius Castricius Honoratus se sitúa en ese mismo nivel, aunque con un perfil distinto. La inscripción lo define como primus pilus, veterano del ejército y antiguo jefe de centuria de una legión. Los scapharii Romulae consistentes le erigen su ara, probablemente en reconocimiento a su papel como responsable técnico en las obras hidráulicas y de canalización del río -canales del río, como los encontrados recientemente en Sevilla-. Possessor y Castricius representan, así, la doble vertiente del Estado en el puerto: la autoridad administrativa y la competencia militar y técnica aplicada al control del Guadalquivir.
Muy diferente es la posición de Marcus Iulius Hermesianus. El pedestal reutilizado en la base meridional de la Giralda lo presenta como diffusor olei ad annonam urbis y curator corporis oleariorum. No se trata de un funcionario, sino de un gran empresario del aceite: organiza la exportación del producto bético hacia Roma y preside el colegio de los olearii, la corporación de comerciantes que articula el negocio en torno a Hispalis. Entre los olivares del interior y los almacenes de la Urbs, Hermesianus personifica el nivel privado de este circuito, el del beneficio económico y las redes mercantiles.
En la base de todos ellos aparecen los propios scapharii, los barqueros que firman dos de las dedicaciones. Su nombre procede de las scaphae, embarcaciones de poco calado con las que se remolcaban naves mayores, se cargaban y descargaban ánforas y se movían mercancías por el tramo urbano del río. Organizados en corporaciones, representan la mano de obra especializada del puerto: sin su trabajo cotidiano, ni las decisiones del funcionario ni los contratos del empresario se habrían traducido en barcos realmente cargados «ad ripam Baetis», desde las orillas del Betis. De este modo, los epígrafes de la Giralda permiten reconocer, en apenas unas líneas de latín, la estructura completa del puerto romano de Sevilla: el Estado, el negocio y el trabajo.
El «Foro de las Corporaciones» o puerto oleario bajo la actual Catedral de Sevilla
La concentración de inscripciones ligadas al comercio del aceite y al mundo corporativo en el entorno de la Catedral llevó a A. Blanco Freijeiro a proponer en esta zona un auténtico foro de las corporaciones, un foro oleario comparable —en escala menor— al de Ostia. Pedestales dedicados al collegium oleariorum, aras de los scapharii de Hispalis y de Iulia Romula, menciones a una statio Romulensis y homenajes a altos responsables de la annona como Sextus Iulius Possessor y Lucius Castricius Honoratus difícilmente pueden entenderse como piezas aisladas: remiten a un mismo paisaje institucional, el de las sedes y plazas de representación de los gremios vinculados al puerto. Que hoy no dispongamos de una planta completa de ese foro no invalida la hipótesis; siglos de construcciones superpuestas y de expolios y acarreos de material, además de las transformación fluvial, dificultan sobremanera su hallazgo y comprensión integral.
La discusión terminológica no altera, sin embargo, el punto de fondo: bajo la Catedral y en su entorno inmediato se concentraba uno de los sectores neurálgicos del puerto romano. Los pedestales dedicados al collegium oleariorum, las aras de los scapharii de Hispalis y de Iulia Romula, las menciones a statio y a altos funcionarios de la annona dibujan un paisaje de oficinas, almacenes y sedes corporativas pegadas a un brazo del Baetis que discurría junto al actual templo metropolitano, aprovechando el paleocauce que la arqueología ha documentado junto al área catedralicia en la Avenida de la Constitución. Desde este «barrio administrativo» del puerto se organizaba buena parte del tráfico oleario: aquí se reunían los olearii, aquí se agradecía en piedra el buen gobierno de procuradores como Sextus Iulius Possessor y Lucius Castricius Honoratus, y desde aquí partían las remesas de ánforas béticas que acabarían apiladas en la colina artificial del Testaccio, cerrando el círculo entre la base de la Giralda, el Guadalquivir y la Roma imperial.
La Giralda: una torre almohade que nos lleva de Sevilla a Roma
Cuando se observa todo el conjunto, la escena se ordena con claridad. A los pies de la Giralda se cruzan la arquitectura almohade y las huellas materiales del antiguo puerto de Hispalis y la red económica del aceite que conectaba Sevilla con Roma. Los pedestales reaprovechados en el basamento no son simples piedras constructivas: nos dan una valiosa información sobre los nombres y personajes procuradores, funcionarios, comerciantes y barqueros que movían las ánforas por el cauce. En apenas unas líneas de latín se condensa la estructura completa del puerto bético, desde la imposición estatal hasta el trabajo cotidiano sobre el agua.
El vínculo con Roma no es una metáfora. El mismo Hermesianus cuyo nombre se lee hoy en la cara sur de la Giralda aparece también en las inscripciones pintadas de las ánforas acumuladas en el Testaccio. El comerciante grabado en el basamento de la torre es, por tanto, el mismo que firma remesas de aceite destinadas a la annona de la Urbs. Entre ambos extremos se sitúan el foro oleario oculto bajo la Catedral, el brazo del Guadalquivir que rozaba sus muros y las corporaciones que operaban en su entorno. La Giralda se convierte así en una base de datos conformadas por huellas hispalenses: una torre islámica levantada sobre pedestales romanos que todavía hoy permiten seguir, desde una esquina de la plaza Virgen de los Reyes, el camino que llevaba el aceite bético de Sevilla hasta Roma, «ad ripam Baetis» -esto es-, desde las orillas del Guadalquivir.
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