Debajo de los adoquines no estaba la playa

El paseante

Las obras en el Centro, aunque sean muy limitadas, tienen repercusiones importantes en el tráfico rodado

Agosto es el mes por excelencia de las calicatas y las zanjas, aunque los trabajos se prolongarán en otoño

Las obras en Méndez Núñez han hecho aflorar los raíles de los antiguos tranvías eliminados en la década de los 60

Dos jóvenes por el pasillo que ha sido habilitados para los peatones en la calle Méndez Núñez Raúl doblado

Este capítulo del Paseante es una contradicción en sus términos desde la primera línea. Porque lo primero que hay que recomendar es que no se pasee por las calles en obra en el Centro y que se evite, en la medida de lo posible, ... transitar por ellas si no quiere verse acosado por máquinas rugientes que escupen humo, ruidos de martillos neumáticos, nubes de polvo en suspensión cada vez que los camiones se mueven y griterío en idiomas africanos de algunos operarios subsaharianos en los que sólo se acierta a entender la palabra 'albero', de improbable traducción al suajili, por ejemplo.

Agosto y obras se conjugan casi siempre en la misma frase. La disminución de la presión del tráfico rodado cotidiano hace que sea el mes preferido para el inicio de trabajos pendientes en la vía pública. Aunque no es el único, porque por lo general, esas actuaciones se extienden más allá del periodo vacacional complicando el tránsito rodado y de peatones a la vuelta del verano.

La mayor alteración tiene que ver con la Cuesta del Rosario, que tiene un plazo previsto de intervención de tres meses. Su cierre al tráfico rodado ha obligado a usar la calle Granada, peatonal, como vía de acceso a los garajes particulares de la calle Álvarez Quintero, entre los que se cuenta un hotel en el que no parece haber caído nadie en la cuenta porque a la señal de dirección prohibida con la placa de excepción para los garajes, alguien ha añadido un folio impreso con una flecha y la palabra hotel.

A su vez, el corte de Méndez Núñez ha obligado a compartir entrada y salida al aparcamiento público de la calle Albareda por la Plaza Nueva, en dos carriles sucintos de apenas veinte metros pintados en amarillo en el suelo. Como esta intervención en la calle que guarda la memoria del bravo marino español, vencedor de la campaña del Pacífico (antiguo nombre de la plaza de la Magdalena, que conservaba así unidad con O'Donnell), tiene una duración de siete meses, mejor no imaginar qué sucederá en el periodo navideño cuando aparcar en algún estacionamiento del Centro con plazas libres se convierte en una odisea para los automovilistas.

Quizá a esta previsión responda el aperitivo de actuación en la vía pública en la calle San Pablo, justo delante de los grandes almacenes, donde una máquina perfora el pavimento peatonal sin que todavía pueda deducirse qué va a hacerse después: si parada de taxis, si doble sentido en la calle o si nuevamente espacio ganado para el viandante. Es sólo un entrante, porque el plato fuerte empieza en Méndez Núñez a la altura de Albareda, la antigua calle de Catalanes por ser el lugar donde se apostaban los comerciantes de esa región.

De momento, la obra va. Que ya es decir. Han encajonado lo que era la calzada y los pasillos de las aceras enjauladas con vallas han quedado tan estrechos que los peatones tienen que extremar la cortesía entre ellos para cederse amablemente el paso unos a otros cuando se cruzan por el mismo acerado. No digamos cuando el que camina por la acera empuja un carrito de bebé, una silla de ruedas o arrastra una carretilla de reparto. Entonces, los zaguanes de las tiendas vienen a ser una suerte de burladeros para evitar la embestida de los otros usuarios de la vía peatonal.

Esto también pasa en la calle Santa Ángela de la Cruz, también con estrecheces por las obras delante de la casa madre de las Hermanas de la Cruz, que están celebrando un año jubilar por su sesquicentenario fundacional con más molestias de las imaginadas para quienes se acercan a lucrar las indulgencias del jubileo. A las habituales disposiciones de la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede (confesar, comulgar, profesar la fe y rezar por las intenciones del Papa), habrá que añadir ahora llegar a pasar por la puerta santa sin torcerse el tobillo. Y quien dice el convento, dice los comercios de estas calles desventradas, en muchos casos asediados por vallas y maquinarias infernales que alejan a los posibles clientes.

Las obras en el viario del Centro sacan a la luz tesoros almohades como en esta calle, donde los arqueólogos han tomado posiciones para datar y estudiar los sillares hallados, pero también restos de épocas más recientes, como los carriles de hierro de los tranvías, desaparecidos en la década de los años 60 del pasado siglo, que aparecieron en cuanto se removió el pavimento en Méndez Núñez.

En la Cuesta del Rosario, sin embargo, cuanto ha aparecido son adoquines. Unos lustrosos y ortogonales adoquines de Gerena que ahora el Ayuntamiento se llevará a alguna parte porque los bordillos que ya están empezando a colocar huyen de las formas imperfectas que los canteros le sacan al granito a base de martillo y cincel: todos son prismas rectangulares simétricos con piedra, aburridísima, de Quintana de la Serena y otras canteras 'estandarizadas'.

En mayo del 68, los revolucionarios construían barricadas contra la policía levantando el pavés de las calles de París teniendo como lema el deseo utópico de que «debajo de los adoquines está la playa». En agosto de 2025, debajo de las sucesivas capas de asfalto de la Cuesta del Rosario han aparecido los adoquines que pavimentaron la vía hasta la 'marea negra' de los años 70. La pena es que debajo de los adoquines no estaba la playa. Quienes vuelvan de la orilla del mar en septiembre y se encuentren muchas calles de la ciudad desventradas bien que lo sentirán.

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