Arcos y las dolorosas de luto, principio y final del articulismo de Antonio Burgos

'Arcos, símbolo y síntesis'. Así se titulaba el primer artículo de un entonces joven Antonio Burgos, que posó su mirada en la localidad gaditana conocida por su escarpado perfil y a la que eligió el autor como «símbolo y síntesis de Andalucía, antología grácil y espontánea de los valores del sur».

En su texto, publicado el 8 de marzo de 1962, defendía el carácter propio de la tierra andaluza, que diferencia a los pueblos del sur de otros rincones del país. No había ni un ápice de nacionalismo excluyente en sus líneas, sino el reconocimiento de una identidad diferente que describía con un profundo sentido lírico: «Pueblos blancos y campesinos, agrupados en torno a un campanario, extendidos en el llano o agazapados sobre el monte. Pueblos de cal y empedrado, delimitados por la cuadriculada topografía de los olivares o las viñas. Pueblos lejanos y nostálgicos cuando se les ve desde lejos, cuando se adivinan desde el horizonte las vidas que latirán bajo cada tejado, los ojos de muchacha enamorada que se ocultarán detrás de cada ventana».

Este artículo, que recoge afirmaciones del historiador Florentino Pérez-Embid, el escritor José María Pemán o los poetas Rafael Montesinos y Jiménez Martos, fue elaborado por un Antonio Burgos que aún no había cumplido los 19 años. Cuatro años después, en 1966, entró ya a trabajar en plantilla para este periódico como periodista y donde llegó a ser subdirector.

El pasado 30 de octubre, el Recuadro alojaba el último artículo de Antonio Burgos antes de que las fuerzas definitivamente le abandonaran y no pudiera seguir cumpliendo con sus lectores. Llevaba como título 'Dolorosas de luto', donde recurría a las tallas marianas para anunciar la llegada del mes de noviembre, el tiempo por excelencia de los difuntos; unos días en los que el imaginario del periodista vestía de negra mantilla a las depositarias de las devoción sevillana porque ellas «estrenan también lágrimas de verdad por sus hermanos fallecidos».

La relectura de ese último artículo cobra un sentido distinto ahora que se ha convertido en el epitafio del articulista. Antonio Burgos se detuvo en las esquelas de noviembre «que suplen a las de verano que no pudimos ver porque estábamos de vacaciones lejos de Sevilla». Y hasta en este adiós que quizás intuía, no abandonó su gusto por hacerle hueco a la poesía, rescatando algún que otro verso. Su último guiño fue para Enrique López Alarcón quien evocó a la Macarena. La Esperanza estuvo presente, como no, en el final de Burgos, y vestida de luto. «¡Yo ponía a la Esperanza así en el paso, de negro y de guapa!», reivindicó para siempre el periodista.