Julia Ducournau vuelve a impactar tras 'Titane': «El cuerpo es el gran tabú contemporáneo»

«¿Por qué volver a hablar de virus y enfermedad después de todo lo que hemos vivido?». Ducournau, todo crudeza en sus formas y afabilidad en sus respuestas, sonríe con esa suficiencia tan francesa, tanto como las marcas de lujo parisino que la adornan: «Precisamente porque no hemos hablado suficiente», responde. «¿Recuerdas lo rápido que los gobiernos decretaron el regreso a la normalidad? Por motivos económicos, claro. Se nos dijo que teníamos que seguir adelante como si nada hubiera pasado. No hubo duelo colectivo, no hubo tiempo para procesar el trauma. Y así es como se generan los traumas intergeneracionales: negándolos».

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La cineasta francesa vincula directamente ambas crisis. «Durante el Covid, a los jóvenes se les detuvo la vida de golpe: estudios interrumpidos, primer empleo imposible, inflación, recesión. Y la respuesta social fue avergonzarlos: 'Si vuelves a casa de tus padres es porque eres un vago'. Todos sabemos que no es así, pero el estigma funciona exactamente igual que funcionó con el sida: culpar a la víctima para no tener que mirar el fallo del sistema», reflexiona la francesa sobre uno de los ejes de su 'Alpha', que se estrenó en España este fin de semana.

En 'Alpha', Ducournau retoma el tema del VIH con una estética cruda, directa. Cuerpos enfermos, sudor, fluidos, repulsión social. Nada se edulcora. Al revés, a veces se recrea en esos cuerpos que van perdiendo su vida. «Esa crudeza no es nueva en mí», aclara. «Está desde mis primeros cortos. No responde a una agenda política, aunque al final lo sea. Para mí el cuerpo mutado –sea por eczema o por algo mucho más grave– es el gran tabú contemporáneo. Socialmente se percibe como suciedad, como algo que hay que ocultar. Yo pienso lo contrario: el cuerpo sufriente es el lugar de la empatía por excelencia. Cuando lo mostramos con honestidad, sin máscaras, permitimos la identificación profunda. Porque todos, absolutamente todos, tenemos un sufrimiento que vemos en el espejo cada mañana».

Esta 'Alpha' llega ahora en media de una revisión del cine de autor europeo al sida y al VIH. Lo hizo Robin Campillo con la celebrada '120 pulsaciones' y ahora, más reciente, Carla Simón con 'Romería', con la que coincidió en la última edición de Cannes. «Conozco a Carla, admiro enormemente su voz, pero no nos coordinamos. Que varios cineastas de la misma generación estemos hablando ahora del mismo silencio significa que hay una necesidad de reparación. Durante el pico del sida, a finales de los ochenta y principios de los noventa, hubo películas valientes, y después llegó 'Philadelphia' en 1993 y, de repente, silencio. Treinta años de nada. El estigma social se encargó de que nadie quisiera recordar cómo se trató a los enfermos y a sus familias: el rechazo médico, moral, ético. El Covid ha sido un detonante. Nos ha recordado que las sociedades siguen fallando a sus enfermos y a sus jóvenes».

Ducournau habla con pasión desenfrenada cuando se refiere a la generación que hoy tiene entre 18 y 30 años, la que constituye la mayoría de sus seguidores. «Admiro su fluidez, su apertura mental. En los noventa, cuando yo era adolescente, la homofobia y la misoginia eran brutales. Ellos están rompiendo todo eso. Tienen la capacidad de aceptar narrativas con matices, cuerpos no normativos, experiencias no binarias. Mi cine, con su crudeza, les habla porque rechazan la perfección impostada de las redes sociales y reivindican el derecho a explorar qué significa habitar un cuerpo», asegura la cineasta, que atiende con una caja de pitillos al lado y unas formas tan alejadas a la impostura de algunos de sus autores coetáneos que tiene algo de fascinante. «Nadie va a reparar nada si no lamentamos de verdad lo que hicimos mal. Ni con el sida hace treinta años ni con los jóvenes de hoy. El cine no soluciona, pero puede ser el espacio donde por fin nos permitamos mirar».

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Con 'Alpha', Ducournau se reconcilia con varias generaciones ignoradas y olvidadas. Y lo hace con la crudeza y lo explícito de sus anteriores títulos, aunque en las dos horas de metraje el mensaje se disipa como esa arena que rodea y envuelve a su joven protagonista en cierto momento. Importa poco porque sus fans han encontrado en la parisina la voz de una radicalidad que habla desde lo salvaje, desde la cruda corporalidad a una generación envenedada de poses perfectas y filtros de Instagram.