La luz de Vermeer y los labios de Scarlett
El raro parecido físico y probablemente espiritual entre la actriz Scarlett Johansson y la protagonista del célebre cuadro de Vermeer sería el segundo y gran milagro de esta película, «La joven de la perla», con la que debuta brillantemente en el largometraje Peter Webber. Antes ... de reparar en ese milagroso detalle, es imprescindible «desasombrarse» de otro parecido físico y espiritual: la luz que consigue el fotógrafo portugués Eduardo Serra y la que fabricaba en sus cuadros el holandés Johannes Vermeer.
Y ésa es la gran puerta por la que se entra a la delicada relación amorosa o sentimental entre el pintor y su modelo: a través de la luz caramelizada de la pantalla, más lienzo que nunca, y mediante una asombrosa construcción visual de los ambientes, rincones, situaciones y personajes que rodearon aquel cuadro, desde los puramente familiares hasta los económicos y anímicos.
El argumento se forja al amparo de una suposición: que el artista «conectó» de un modo especial con la joven empleada que limpiaba en su estudio y que parecía poseer una rara sensibilidad para «ver» y «componer» la luz y el color de Vermeer. El director muestra la construcción vaporosa de la relación entre ellos con la misma limpieza y brillo que la de la luz y la composición de la escena, con un cuidado extremo en no banalizar los sentimientos de los personajes: no se llega a ver el amor, sino a lo sumo su intuición, o su anhelo.
Es, pues, «La joven de la perla» una película a la que se asiste con los ojos humedecidos por la pericia estética de sus imágenes, pero, también, con los dedos esponjosos detrás de la sutileza de sentimientos que sugiere y que provoca. Entre tanta cualidad, ni siquiera pasa desapercibida la franqueza interpretativa de la chica Johansson (esta película debiera de llevar urgentemente a «Lost in traslation», y «Lost in traslation» debiera de traer urgentemente de vuelta a ésta), y entre el resto y acertadísimo reparto, apenas si puede uno dedicarle una mirada al que encarna al pintor, Colin Firth... Tal vez, el único reproche a la película, que no te ofrezca mejor firmado el dibujo interno de Vermeer, más frío y lejano.
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