Cardo máximo

Con voz propia

Mogan nos enseña cómo las ganas de salir y buscarse la vida son más fuertes que todas las adversidades que se ponen en contra

De vez en cuando, una bocanada de aire fresco revolea el periódico que hacemos a diario y los ejemplares se quedan abiertos justo por la página que nos llama la atención. A mí me ha pasado con la entrevista a José Manuel Noguera, el barbero ... de las Tres Mil, que ayer domingo se asomaba a ABC de la mano del compañero Jesús Álvarez para dar, sin pretenderlo, unas cuantas lecciones. No de erudición ni de profundidad intelectual, sino a ras de suelo, con la gramática parda de quien sabe lo que es vivir con estrecheces: si hasta la academia de peluquería donde aprendió el oficio era un esfuerzo ímprobo para su familia. Si no leyeron la entrevista del domingo, búsquenla y caerán en la cuenta de lo poco que escuchamos a los vecinos de esos barrios que etiquetamos con el sambenito de la exclusión social como quien les pone al cuello la tablilla del lazareto.

La historia de Mogan, que es así como lo conoce todo el mundo en la zona, es un ejemplo. Va por su séptima barbería -casi todas en barrios digamos difíciles- y, a pesar de la pandemia y sus confinamientos no ha dejado de pagar las nóminas de sus empleados, que puso por delante de la deuda con Hacienda: ¡como debe ser! Cuántas lecciones agavilladas en una doble página: la madre coraje como un dique frente al abandono escolar, el padre superviviente de la droga o la cárcel entre todos los de su generación, el dueño de la academia de peluquería que vio en el chico cualidades, el encargado de la peluquería de Valencia al que se ganó por su desparpajo y su atrevimiento, la visión empresarial encontrando el nicho de negocio adecuado, la importación de 'know-how' de países pobres para adaptarlo a la realidad comercial de barrios con pocos recursos, los impuestos y la competencia desleal…

Ya digo, sin pretender nada. Pero Mogan nos enseña cómo las ganas de salir y buscarse la vida son más fuertes que todas las adversidades que se ponen en contra. Y, por encima de todo, la importancia de ciertos intangibles que despreciamos olímpicamente a la hora de plantear una solución a esas zonas desfavorecidas de las que no nos llegan voces claras de sus moradores -indudablemente, por pereza nuestra- sino su eco tamizado a través de las impenetrables estructuras oficiales de ayuda al emprendimiento. En muchos casos, no son subvenciones ni dinero lo que se demanda sino un porteador que desbroce la selva burocrática en que mueren enredados muchos proyectos que podrían fructificar.

Hay una dignidad incólume en esa gente que lo pasa mal, que reclama a gritos una mirada lejos del prejuicio y la etiqueta colectiva con que los despachamos por pura comodidad intelectual. Lo fundamental es escuchar lo que precisan, a lo que aspiran, dónde encuentran los obstáculos, de su propios labios.

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