Cardo máximo
Nos gusta Nadal
Es un espejo que nos devuelve nuestra imagen sensiblemente retocada para mejor, por eso nos gusta mirarnos y recrearnos en el reflejo de su azogue
Seamos honestos con nosotros mismos: lo que más nos gusta de Nadal es que gana. Y, de forma vicaria, nos hace ganar a todos los que presenciamos su juego a miles de kilómetros de distancia por esa experiencia compartida que es la patria. Si Nadal ... no fuera el campeón que es, si no se hubiera alzado veintiuna veces con la victoria en alguno de los cuatro grandes torneos del planeta tenístico, no lo tendríamos en consideración. Todo lo más, alabaríamos sus virtudes, tan evidentes, pero acompañadas con una mueca de decepción, la que acompaña siempre a los perdedores, a los tipos que no están tocados por la fortuna o el destino para quedar por delante de los demás. Pero gana y eso es lo único que nos importa. Si además, como es el caso, es un tipo elegante al que no se le conoce ninguna salida de tono, con un saber estar innato y una humildad que contrasta con la exhibición de pavos reales que es la pasarela del deporte profesional, miel sobre hojuelas. Sobre todo, porque nos sirve para lavar la conciencia de todo lo que echamos en falta en nuestro propio comportamiento individual y colectivo. Rafa Nadal es un espejo que nos devuelve nuestra imagen sensiblemente retocada para mejor, por eso nos gusta mirarnos y recrearnos en el reflejo de su azogue.
Por si fuera poco, contrapuesto a Djokovic se le ve todavía más agigantado. Igualados en la cancha deportiva, la talla de Nadal supera en varios palmos la del serbio, al que le cuadran los adjetivos de bronco, taimado, protestón, airado y, después del culebrón del visado en Australia, falaz. Pero seguro que para sus compatriotas y para quienes lo tienen por santo laico deportivo, nada de eso va en su demérito. Y lo que destacan de él es que gana. Hasta ayer, los mismos Grand Slam que Nadal o Roger Federer, probablemente el jugador más elegante de la historia del tenis. Y eso será suficiente, por encima de cualquier otra consideración. Aunque no tenga la misma fortaleza mental que el campeón español, aunque no tenga siempre una mano tendida para el rival, aunque no sea un tipo entrañable por su sensatez… pero es un campeón. Y nos gusta la gente que gana. Como sea. Por lo civil o por lo criminal, pero que gana. Porque esa y no otra es la razón de ser del deporte: ganar.
Sólo el que se corona con el laurel de campeón puede inscribirse en nuestro imaginario con la categoría de héroe contemporáneo. Con independencia de su vida privada. ¡Pues anda que no hay ejemplos de campeones en todas las disciplinas deportivas que arruinaron su prestigio, su nombre y su vida con una conducta inapropiada lejos del terreno de juego! Pero nadie jamás les podrá arrebatar la vitola de ases. Las medallas, los honores, los títulos nobiliarios, los nombramientos, el nomenclátor… todo puede revertirse y desposeer a quien un día se le rindieron honores triunfales. Sólo a los campeones se les mantiene intacta la memoria de su triunfo. Por eso, sobre todo, nos gusta Nadal.
Noticias relacionadas
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras