Claro que fue 'lawfare'

La izquierda siempre ha usado la justicia para hacer política y la derecha siempre lo ha intentado. Es el mismo instinto pero hay que felicitar a la izquierda porque ya que se ensucia consigue por lo menos su propósito. La derecha intentó controlar al juez Marchena y lo hizo con tal grosería y desfachatez que evidentemente don Manuel se borró para siempre de cualquier quiniela. Desde entonces, los mayores insultos al presidente de la Sala Segunda no llegaron de los independentistas ni de Podemos, ni del Partido Socialista, sino de periodistas y políticos de la derecha. En 2018 le acusaron entre otras mentiras de promover una sentencia blanda en el juicio del procés para conseguir el cargo de presidente del Consejo General del Poder Judicial con el apoyo del PSOE. Yo esto lo he escuchado. Yo esto he tenido que desmentirlo en mis artículos porque sabía que era falso y no eran insidias de El País ni de Esquerra, sino de los que ahora acusan a los independentistas de amedrentar a los jueces como ellos hicieron con infundios convertidos en noticia cuando tampoco les gustó una sentencia.

El juez Marchena es mi Paul Simon –'the fighter still remains'– pero no pienso que en general los jueces sean mejores que los políticos. Para una democracia son más perniciosos Baltasar Garzón o De Prada que los presidentes Zapatero y Sánchez.

Creo en la separación de poderes y sé que el PP no era el partido corrupto que presentó la sentencia del caso Gürtel para provocar exactamente lo que nos cayó encima al cabo de pocos días. Monago tiene razón cuando acusa al juez De Prada de 'lawfare', aunque ni él ni su partido son nadie para hacerse los del respeto a la independencia judicial, ni los socialistas, ni por supuesto Junts, cuyo modelo de Estado por si algún día tienen uno es el bananerismo folclórico con ínfulas.

Ni PP ni PSOE han creído nunca en la separación de poderes y han intentado siempre controlar la Justicia. El actual bloqueo no es otra cosa que sed de 'lawfare'. También los presidentes americanos intentan condicionar la política poniendo a jueces afines en su Tribunal Supremo. Lo impoluto no existe. Ni lo puro y los días que lo intentamos suelen acabar con recuento de cadáveres.

Está bien hacer oposición y que sea dura pero las lecciones tendrían que guardar proporción con la trayectoria de cada cual. Una cierta sonrisa sobre nuestro defecto ahuyenta el panfleto y el fanatismo. No se trata de ser menos hijo de puta sino de tener un poco –sólo un poco– de sentido del ridículo.