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Como el humor, el periodismo literario también es tragedia más tiempo

Nostalgia del edén

Donde caiga

Rosa Belmonte

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Cien años de 'The New Yorker' y en menudo tostón se ha convertido. Y claro que el tostón es tostón porque lo comparamos con su impresionante historia periodística y literaria (la que ayer nos contaba en ABC Jaime G. Mora). Ronan Farrow es ahora ... su reportero estrella. Tócate. El (largo) aliento huele a muerto. Todos tenemos los libros que antes fueron piezas de la revista fundada en 1925. De 'La lotería' de Shirley Jackson, a 'A sangre fría', de Truman Capote. De 'Hiroshima' de John Hersey, a 'Eichmann en Jerusalén'. Si el humor es tragedia más tiempo (se atribuya a Mark Twain, Lenny Bruce o Woody Allen), el periodismo en 'The New Yorker' también es tragedia más tiempo. Hannah Arendt quería conocer a Adolf Eichmann. Yo qué sé, hay quien quiere conocer a Julio Iglesias. Se ofreció a cubrir el juicio para la publicación. William Shawn, el director, le concedió la extensión que necesitara sin fecha de entrega. Ni extensión ni fecha.

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