Arma y padrino
Existe, vaya si esto existe
¿Quién necesita hoy leerse un libro para defender a gritos que es ofensivo y que no tiene razón?
La manía de abolir
Ser o no ser inocente
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Iniciar sesiónEntiendo que hay quien es capaz de navegar mares embravecidos y quien se ahoga en un vaso de agua (a mí se me rompe una uña y pido la extremaunción). Pero me cuesta entender por qué el que bracea está más preocupado por intentar hundir ... el barco del audaz en lugar de dedicar sus esfuerzos a ponerse a salvo él mismo. Supongo que tiene que ver con aquella vieja historia del pobre hombre al que se le muere su única cabra y, al encontrarse con un genio que le concede un deseo, pide que se muera la cabra de su vecino. Pero no hablo de vecinos ni de ahogados, al menos no literalmente, hablo de los aspavientos de algunos ante el nuevo libro de Juan Soto Ivars, 'Esto no existe'. Libro que, por supuesto, no han leído. Pero, ¿quién necesita hoy leerse un libro para defender a gritos que es ofensivo y que no tiene razón? Recuerden aquel boicot al de José Errasti y Marino Pérez, 'Nadie nace en un cuerpo equivocado', y las protestas y amenazas de exaltados (los autores debieron ser protegidos por la Policía en alguna de las presentaciones), muy indignados por algo terrible que estaban seguros se decían pero no podían saberlo porque no se habían detenido a leerlo.
Soto se ha especializado en levantarle la falda a la realidad y hacernos mirar ahí, justo donde alguien oculta algo, empeñado en mostrarnos las costuras y obligarnos a pensar en lo que incomoda porque nos retrata como sociedad (y no es bonito). Lo hizo con 'Nadie se va a reír' y lo hace ahora con 'Esto no existe'. Se supone que ese es, precisamente, su trabajo como periodista: chapotear allá donde a alguien le interesa que nadie meta las narices. Pero vivimos tiempos raros, aquellos en los que, nos advertía Chersterton, sería necesario desenvainar sables para defender que el prado es verde, y se le reprocha hacer, y hacer bien, lo que debe. Soto va sin sable, de momento, pero le arman los argumentos, el rigor, el trabajo y la constancia. Enfrente tiene a los que creen que si se disiente de aquello que ellos piensan y defienden solo puede ser por desconocimiento, estupidez o maldad, los que rehúyen el debate, los que prefieren que haya cosas que ni se tocan ni se dicen (y que son ellos quienes las deciden). Y ahí está precisamente lo preocupante, en el ansia inquisidora de los aspirantes a censores y en el clima social, cada vez menos predispuesto al intercambio sano de ideas.
Yo lo he leído, claro, y me parece un trabajo valiente y una lectura imprescindible, que indaga donde nadie se ha atrevido y arroja luz allá donde algunos activistas de lo suyo prefieren que siga reinando la oscuridad. Porque si nadie mira, no ha ocurrido. Y es necesario siempre, hoy imprescindible, que un audaz impertinente, mientras los acomodaticios y los serviles, los fanáticos y los apesebrados, ruegan al genio que su cabra muera, decida sin amilanarse que es importante seguir metiendo la nariz donde todos le gritan que no es asunto suyo.
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