Arma y padrino
Duelos y quebrantos
Pareciera que el fin último sea volar todos los puentes que nos siguen uniendo hoy, como es natural y deseable, con Iberoamérica
A la izquierda se le atraganta la actualidad
Líneas rojas, metas volantes
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Iniciar sesiónAhora y poco en tren de Madrid puede uno comerse unas migas de las que quitan el sentío, ricos quesos con buen vino y soñar con suficientes ahorros como para comprar un palacio de los Fúcares y echar el resto de tardes en su histórico ... patio, tomando gin-tonics de los de Ezequiel con una cuadrilla de malagueños y algún vasco (habitaciones hay para todos). Pasear por las calles de Almagro es volver al Siglo de Oro, pero con higiene y urbanidad. Escribe una en su plaza y quiere hacerlo con capa española, aunque haga un calor de mil demonios. Belén, que es un poco la Penélope Cruz de 'Volver' con el día raro, frente a la fachada del palacio de los Marqueses de Torremejía, nos cuenta cómo fue adquirido y restaurado por un mejicano, Mauricio Fernández Garza, enamorado de La Mancha desde que en los setenta, en una subasta en Estados Unidos, compró un espectacular artesonado mudéjar que resultó ser el de la antigua Universidad de Nuestra Señora del Rosario de Almagro. Y para Almagro que se fue don Mauricio, a ver qué se cocía. Y allí les contó, y eso se cuenta, que quería devolverlo a la ciudad, pero el Gobierno de su país no se lo permitía, a su pesar, porque, parece, se considera allí que pasado un tiempo los elementos históricos que por allá pululen pasan a ser propiedad estatal, aunque sean fruto de expolio (el típico artesonado mudéjar zapoteca, se ve). Fernández Garza, que se sentía en deuda, fallecía hace apenas dos semanas, después de restaurar el palacio durante años y recuperar el techo policromado del siglo XV, varios murales ocultos bajo capas y capas de pintura y tiempo, y otros elementos originales del edificio, entre ellos algunas singulares columnas isabelinas del patio. Estos días, precisamente, era nombrado hijo adoptivo de Almagro. Y estos días, también precisamente, se celebraba el 12 de octubre, Fiesta Nacional y día de la Hispanidad, mal que les pese a algunos desilustrados que lo vinculan a un pasado colonial (olvidan, o quizá nunca lo supieron porque había que leer y estudiar, que España no tuvo colonias, sino virreinatos, y que el mestizaje fue habitual) y gritan aquello de que se devuelva el oro. Se ve que lo de las devoluciones solo opera en un sentido, con sus cinco siglos de por medio (como podrían ser diez mil y chillar que devuelvan los bifaces de sílex y los raspadores paleolíticos) y sin concretar; pero los artesonados, con su procedencia documentada y origen concreto, sacados del país a saber en qué condiciones, eso ya tal. Entre el afán decolonizador de unos (los Urtasun & Co.), dispuestos a desmembrar museos por capitalismo moral, y el de control institucional de otros (los Montero & Friends), prestos a cargarse el buen hacer de la Docta Casa si al mando no está uno de su panda, pareciera que el fin último sea volar todos los puentes que nos siguen uniendo hoy, como es natural y deseable, con Iberoamérica. Queda el trabajo de resistencia contra la fractura, pues, en el ciudadano. Al modo de un mejicano enamorado de Almagro.
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