Perdigones de plata

Destape integral

Estalló lo de Cerdán y resultó imposible blindarse bajo la protección de ese escudo multiusos

Al ralentí

El silencio

Negar la cruel y testaruda evidencia suponía un ejercicio que los de mi generación observamos, entre el pasmo, la risa y la perplejidad, cuando de chavalines nos colábamos en los cines de reestreno para contemplar gozosos las películas del destape que se nutría, sobre ... todo, a base de mucha lencería y algún pezón rebelde que galvanizaba nuestros ánimos. Lo que más nos marcó, y nos influyó, fue la frase que el marido, sorprendido por su esposa en el lecho con otra damisela, le soltaba sin rubor a modo de excusa patatera, eso de «cariño, no es lo que parece». Qué manera tan delirante y bochornosa de renunciar a la realidad. Semejante jeta, semejante desparpajo, justo descubierto en un trance de callejón sin salida, impresionaba sobremanera a nuestros adolescentes corazones.

Hasta ahora, el sanchismo, quizá también influenciado por aquellas rijosas españoladas, caminaba con el pecho abombado y el profundo desahogo de ese «cariño, no es lo que parece», pues sus disparos de «bulo», «fango» y «fachosfera» no era sino una evolución de aquellas pilladas a calzón quitado. Cuando los medios de comunicación decentes y la ciudadanía que todavía cavila por sí misma mentaban a la mujer del presidente, al hermano del presidente, a Koldo, a Ábalos, a Jessi, a Gallardo, a Leire y a toda la risueña cuadrilla que chapotea en el légamo de las cloacas, los favores, las trapisondas, los chantajes y los desmadres, el sanchismo se parapetaba como David Crockett en El Álamo tras ese maravilloso «cariño, no es lo que parece» que sólo revelaba una caradura de cemento armado. Hasta que estalló lo de Santos Cerdán y resultó imposible blindarse bajo la protección de ese escudo multiusos. Por lo tanto, de aquel inocente destape hemos evolucionado hasta el grosero y chabacano destape integral que ha provocado un maremoto irreversible de consecuencias inciertas. «Cariño, no es lo que parece», le susurró Clinton a Hillary cuando sus amoríos becarios. Luego pidió perdón y le funcionó. Sánchez también pide perdón. Conmigo que no cuente.

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