LA TOURNEÉ DE DIOS
Irene Adler soy yo (y en Jerez, nada menos)
Representa a las mujeres que han tenido la temeridad de pensar por sí mismas
El duque, la pólvora y el betún
La inquilina
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Iniciar sesiónConfieso que no todos los días le nombran a una Irene Adler. Y menos aún en Jerez, donde todavía es patente ese aire inglés. Pero esta vez ha ocurrido: la Sociedad Literaria Sherlock Holmes de Jerez ha tenido la osadía de elegirme socia de ... honor bajo el nombre de esa mujer única capaz de poner de rodillas al mismísimo detective de Baker Street.
Parte del orgullo que siento ante este título se debe a que Irene Adler es una declaración de principios. Representa a todas las mujeres que han tenido la temeridad de pensar por sí mismas, de jugar con las mismas cartas que los hombres en el tapete de una mesa hostil y ganarles, al menos una vez, la partida sin despeinarse. Que me otorguen su nombre no es solo un honor: es una advertencia. Y una responsabilidad deliciosa. Cuando supe del nacimiento de esta sociedad –gracias a la inteligencia y al empeño de la escritora Margarita Lozano y de Adrián Otero, director de la librería El Laberinto–, pensé que era una rareza hermosa. En un país donde la lectura se considera casi una excentricidad y el pensamiento un lujo, crear una sociedad dedicada a Sherlock Holmes roza la insurrección cultural. Es un acto de resistencia. Un desafío elegante, como esos que se libran con guantes blancos y mirada irónica. Porque Holmes no es un simple detective. Es el símbolo de lo que estamos perdiendo: el rigor, la lógica, la calma de quien observa antes de opinar. Mientras el mundo se precipita en el griterío digital, Holmes sigue ahí, sereno, midiendo con su lupa el detalle que los demás no ven. En ese sentido, rescatarlo desde Jerez es casi una reparación moral.
Cuando escuché mi nombre asociado al de Irene, pensé en Holmes, claro, pero también en todas esas mujeres que, desde las sombras han sostenido la cultura con la misma discreción con la que Irene engañó al detective: sin alardes, pero con una eficacia impecable. Mujeres que leen, que piensan, que traducen, que editan, que levantan proyectos como este para que otros no se resignen a la mediocridad. Así que aquí me tienen: Irene Adler, desde Jerez, con una copa de vino en la mano, una biblioteca al fondo y el convencimiento de que la inteligencia sigue siendo el más erótico de los atributos.
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