TIRO AL AIRE
Ripley en LinkedIn
Vale más un contacto que un título. Es una máxima que no se menta, pero que se conoce bien en las escuelas de negocios
El verdadero amor de verano
Esta casa es una ruina (versión Moncloa)
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Iniciar sesiónEs una hipocresía que en este país exista el delito de tráfico de influencias. Se calcula que el 70 por ciento o más de las ofertas de trabajo no se publican en ningún sitio. Llámenlo boca a boca. Llámenlo prima de Ábalos. O conocida ... de Koldo. O mujer del presidente. ¿Ven? Contactos. Cruce de amigos. Caminos conectados. O tráfico de influencias.
La conclusión del verano, de las dimisiones, de las grabaciones infinitas, de las consultoras que se mueven cerca del Gobierno, no le va a gustar al sistema educativo –ni a los estudiantes–: vale más un contacto que un título. Es una máxima que no se menta, pero que se conoce bien en las escuelas de negocios. Y en según qué colegios. Tú eres tú y tus contactos. Ortega en tiempos de LinkedIn. No nos engañemos, uno vale lo que vale su agenda. ¿O de qué tanto 'lobby' montado por exministros? Lo público es el mercado de los mercados. Por eso, cuanta más gente de la que se mueve en él conozcas, mejor. Luego están los concursos y las oposiciones, pero eso es para pringados. Digo, estudiosos.
Las rusas tienen sus propias escuelas para cazar millonarios. Academias para ser las mejores en lograr petrorrublos. Al final, también es estudiar. Comportamientos. Sí, de mercado. Hay tantos como negocios. Cada uno toma los caminos que puede hacia el éxito y el dinero. No está tan claro que los másteres y la universidad sean uno.
Una vez comprobado que las notas y los títulos no te garantizan nada, queda el vacío. Entonces, ¿qué hay de la meritocracia?, ¿esa que no nos gobierna? A ser pillo, pillín, pillastre no te enseñan en las aulas. Al menos, a las que yo he ido. La escuela de la vida, siempre se ha dicho en las casas, es otra cosa. El verdadero máster del Universo. El verbo aprender sirve para dentro y fuera de las clases. Por algo será.
Otra cosa es que luego quieras colgarte el título. Hasta hace no tanto miraba de reojo a todo profesional que enmarcara los suyos en el despacho. Cuando LinkedIn era el gotelé. Ahora sé que hay que desconfiar de los otros. De los Tom Ripley de la política. Pero, ¿cuántos son? A ratos hasta hay que defenderlos: ¿Qué diferencia hay entre lo que eres y lo que aparentas ser? ¿Cuál es tu verdadera personalidad laboral? Con un médico o un abogado no debería pasar, pero en política es más importante lo que proyectas que lo que eres. Se estudia para hacer algo bien, mejor, desde la excelencia, pero ¿eso lo garantiza un título?
Decía mi profesor de Filosofía del instituto que teníamos que nacer todos ya con los títulos –los que sean– y, a partir de ahí, que estudiara quien quisiera. Al leer las noticias este verano, pienso que aquel deseo suyo contra la titulitis ya se ha cumplido. Total, comprobamos que, si no fuera por un papel sellado, no sabríamos diferenciar quién ha estudiado qué.
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