pincho de tortilla y caña
Torrijas
Me temo que mis prácticas de piedad en esta época del año no son merecedoras de consuelo alguno
La olla de Pumpido
El enigma de Dios
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Iniciar sesiónHace unos años, como señal de agradecimiento por una entrevista que les hice en la radio, unas monjas entrañables me enviaron una remesa de torrijas que ellas mismas habían elaborado en su convento. Yo, modestia aparte, soy un experto en la materia. Mi abuela, ... que tenía mano de repostera consumada, me las escondía en Semana Santa encima de un armario para que no muriera de indigestión. Pero era en vano. Yo escalaba el armario con una agilidad impropia de mis kilos y vaciaba la bandeja en un santiamén. Por eso puedo decir que el obsequio de las monjas era de primera calidad. En un acto de justicia, así lo afirmé en antena. Llevado por el entusiasmo añadí que eran mejores que las que hacía mi suegra. Alguien debió irse de la lengua y ella, un pelín mosqueada, exigió entrar en directo para afearme la conducta. «Establecer competencias entre torrijas –vino a decir– es impropio de alguien que debería conocer lo que simbolizan». Acepté el rapapolvo con humildad y me dispuse a hacer mis propias averiguaciones. Lo ignoraba todo a propósito de la simbología religiosa de las torrijas. De hecho, me quedé de piedra cuando descubrí que, desde hace siglos, se vienen preparando con la sana intención de llevar algo de consuelo y energía a las personas que, atribuladas por la turbadora contemplación de la Pasión de Cristo y desnutridas por los rigores del ayuno cuaresmal, se quedaban mustios y muertos de hambre. Es verdad que mi abuela solía decirme que eran tan saludables que revivían a los muertos, pero siempre supuse que sólo se trataba de una hipérbole bien humorada. Luego supe que durante una época se las llamó 'sopas de partera' porque se creía que el pan, la leche y los huevos ayudaban a las mujeres que habían parido recientemente a recuperar fuerzas de manera rápida. Algo parecido –deduje yo– debió pensarse de los penitentes. Así que gracias a la reconvención radiofónica de mi suegra he llegado a saber que las torrijas representan la sustancia y el consuelo en tiempos de reflexión y austeridad. Mal rayo la confunda. ¿Por qué tuvo que abrirme los ojos? Desde entonces ya no me saben tan bien como antes. Me temo que mis prácticas de piedad en esta época del año no son merecedoras de consuelo alguno. Ni la meditación me deja fundido ni me desnutre el ayuno. Ahora, cuando doy cuenta de alguna, me reconcome la mala conciencia porque tengo más claro que el agua que lo hago por el puro placer de darme un homenaje pagano. Mi madre, que me conocía bien y no quería amargarme ninguna comilona, traía a casa buñuelos de viento el día de Todos los Santos y me explicaba que, según la leyenda, era muy recomendable comérselos durante esa festividad porque representaban a las almas que se elevaban al cielo huyendo del purgatorio. Cuantos más comiera, razonaba yo, más almas liberaría del sufrimiento expiatorio. Y naturalmente, amparado por esa coartada moral, me ponía ciego. Ahora frecuento menos las torrijas y los buñuelos, pero gracias a Dios, aún me queda el pincho de tortilla y caña, que es un manjar para cualquier época del año.
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