La tercera
El zar y el chef
Pasada ya la tormenta, Prigozhin ha vuelto a criticar a los jefes militares. Al haber cedido a la presión, el zar ha perdido su aura de líder implacable
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Luis de la Corte
«Grita ¡devastación! y suelta a los perros de la guerra»
Cuando en febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania rememoré esa cita de Shakespeare. Una íntima pedantería me impidió advertir entonces que el lugar donde había leído por primera vez la teatral frase no fue ... el Julio César, de donde procede, sino el inicio de 'Los perros de la guerra', una novela de intriga de los años setenta escrita por Frederick Forsyth. Los sucesos ocurridos en Rusia entre el 23 y el 24 de junio de este 2023 me volvieron a recordar aquel 'best-seller'. Según confesión propia, Forsyth sacó su argumento de sus vivencias en varias pequeñas repúblicas africanas durante la etapa poscolonial: repúblicas «tan caóticas y mal defendidas», apuntó una vez el novelista británico, que «podrían ser derrocadas y conquistadas por un grupo reducido de soldados profesionales con el armamento adecuado». Aunque, ¿quién se habría atrevido a imaginar que una situación semejante pudiera darse en el país de los zares? Pero así pareció suceder hace pocos días: tras muchos meses combatiendo en Ucrania, durante unas horas los «perros de la guerra» del grupo Wagner y su dueño, el correoso Yevgeni Prigozhin, popularmente conocido como 'el chef de Putin', amenazaron con poner en jaque al Kremlin.
Incluso prescindiendo de metáforas, el episodio sigue pareciendo un relato surrealista. Un antiguo ex convicto y vendedor de salchichas convertido en millonario con ejército propio. Unos 5.000 soldados de fortuna y presidarios conducidos por un veterano militar ruso admirador de la SS y de la música de Wagner capturando una base del Estado Mayor ruso, dirigiéndose luego a Moscú y cubriendo varios cientos de kilómetros sin encontrar ninguna resistencia significativa. Barricadas y puentes cortados en la capital rusa, mientras algunos moscovitas preparaban su huida. Finalmente, el presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko anunciaba un acuerdo con Prigozhin para la escalada, bajo promesa de perdón a los rebeldes. ¿Quién dijo que el realismo mágico solo era posible en América Latina?
Tanto la figura de Prigozhin, con el grupo Wagner al fondo, como su reciente levantamiento solo podían haber ocurrido bajo un sistema político como el forjado por Vladímir Putin. Como un zar sin corona, desde su llegada al poder en el año 2000 Putin aplicó con determinación y destreza innegables las lecciones del manual del dictador: ofrecer estabilidad a costa de restringir derechos y libertades, inventar y crearse enemigos externos, anular a críticos y opositores, asegurarse el apoyo de una coalición pequeña constituida por hombres poderosos e influyentes, aunque siempre dependientes del gran líder. Así fue como Rusia se fue pareciendo cada vez más a un Estado mafioso, con Putin como jefe indiscutible e indiscutido … hasta hace pocos días. El zar necesitaba a Prigozhin y sus fuerzas mercenarias para dos propósitos. El primero era incrementar la influencia exterior rusa emprendiendo aventuras y negocios en Ucrania (en 2014) y después en Siria, Libia, Sudán, República Centroafricana, Madagascar, Mozambique, Mali: países donde convenía introducir actores armados y ofrecer apoyo militar y fuerzas de seguridad, sin exponer demasiado a las tropas regulares rusas. Asimismo, a Putin le interesaba disponer de aliados como Prigozhin que ayudasen a contrapesar el poder de unas fuerzas armadas respaldadas por el complejo militar-industrial ruso y tradicionalmente reacias a toda forma de supervisión civil.
La clásica estrategia de dividir a subordinados y aliados le ha funcionado a Putin durante largo tiempo, tal vez hasta convencerlo de que nunca le fallaría. Pero eso precisamente eso es lo que ha acabado pasando. Los errores cometidos en la guerra de Ucrania, los esfuerzos realizados por Prigozhin para sacar ventaja de la campaña militar, la gravedad y resonancia de sus críticas a los jefes de las fuerzas armadas y las últimas regulaciones aprobadas para poner bajo control del ejército a todos los mercenarios rusos acabaron por precipitar el órdago del oligarca.
¿Qué pretendía el viejo colega del zar con su marcha hacia Moscú? Ante todo, preservar el control de grupo Wagner, del que dependen su influencia política y varios negociados muy lucrativos. Putin consintió durante demasiado tiempo sus críticas a los jefes militares, lo que quizá hizo creer a Prigozhin que mantendría el favor del zar bajo cualquier circunstancia. Asimismo, su creciente popularidad pude inducirle a esperar que su levantamiento suscitase amplios apoyos, incluso dentro de las fuerzas armadas. Seguramente quiso hacer una demostración de fuerza que obligase a Putin a interceder por él ante los jefes militares y sustituirlos por otros. Pero Prigozhin sobrestimó su ascendiente sobre Putin y menospreció la relación que une a su antiguo protector con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu. Según ciertas informaciones, algunos hombres poderosos, incluidos altos mandos militares, habrían prometido apoyar la aventura, aunque luego terminarán echándose atrás (esas cosas pasan) o acabasen siendo neutralizados por los servicios de inteligencia. Sea como fuere, ninguna fuerza ajena a los Wagner llegó a sumarse a su marcha, por lo que Prigozhin debió darse cuenta de que Putin no cedería y de que estaba sólo frente al abismo.
¿Por qué el zar decidió resolver la crisis contemporizando con aquellos a los que horas antes había llamado traidores, en lugar de ordenar a la fuerza aérea que pulverizase las columnas de los Wagner? Durante los días que siguieron al levantamiento se insistió en la tesis de que si Putin no ordenó una matanza fue únicamente porque no estar seguro de que sus órdenes llegaran a ser obedecidas o bien porque Prigozhin logró amedrentarle. Pero caben otras explicaciones. Tal vez, Putin quiso simplemente parar la marcha sin derramar sangre. Actuando con mayor contundencia se arriesgaba a abrir un foco de inestabilidad o un frente de combate dentro de Rusia, lo que complicaría la campaña de Ucrania, al obligarle a traer soldados de vuelta, y comprometería más su liderazgo. Para no parecer que cedía demasiado pudo usar a Lukashenko, uno de sus títeres, adjudicándole el papel de presunto mediador. Tiempo habría para terminar de ajustar cuentas con Prigozhin. La prioridad era cortar aquella deriva.
Pasada ya la tormenta, Prigozhin ha vuelto a criticar a los jefes militares, Putin ha instado a los Wagner a integrarse en el ejército o marcharse a Bielorrusia con su jefe y mientras escribo el ministro de Defensa y el jefe del Estado Mayor continúan en sus cargos. Además, al haber cedido a la presión, el zar ha perdido su aura de líder implacable. Demasiados flecos como para descartar nuevos giros o sorpresas. Desde Occidente se empieza a pensar (pero también se teme) que el régimen ruso esté resquebrajándose. Quizá sea cierto, pero nadie sabe en realidad cuán profundas serán las grietas.
es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Instituto de Ciencias Forenses y Seguridad
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