la barbitúrica de la semana
Soy de la Cuesta
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Iniciar sesiónLa madrileña cuesta de Moyano cumple hoy cien años. Valle-Inclán la inmortalizó en sus escritos, Francisco Umbral se refirió a ella como la calle más leída de Madrid y Mario Vargas Llosa la recorrió buscando libros de Azorín. Bien sujeta al pedestal, una ... estatua de Pío Baroja la preside, en honor a sus largos paseos a la caza de un buen ejemplar. Con una longitud de casi doscientos metros, debe su nombre a Claudio Moyano, político liberal que consiguió reformar la enseñanza española.
En Moyano se mezclan autores y libros, monárquicos y republicanos, hombres y mujeres, superventas y periféricos, los que suben y los que bajan. Así ha quedado demostrado el viernes pasado, cuando Lara Sánchez, presidenta de la Asociación Soy de la Cuesta –entidad que lucha por la memoria, la intendencia y la dignidad de Moyano– consiguió reunir a en un mismo acto a la Reina Letizia, a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida; al ministro de Cultura, Ernest Urtasun, y a más de treinta escritores para resaltar un mensaje tan sencillo como contundente: un lugar también es su espíritu.
De poco vale alojar circos ajenos si un lugar se vacía de sentido. Si París tiene a sus 'buquinistas' en el Sena y Buenos Aires, la calle Corrientes, Madrid tiene Moyano. Hay algo antiguo y remoto en el oficio de quienes mantienen sus casetas. Hijos, nietos y bisnietos de libreros que día a día suben la persiana y colocan en orden sus volúmenes: ediciones Aguilar de Quevedo, Cervantes o Lope encuadernadas en piel; enciclopedias; anuarios e historias de la pintura, también las colecciones Crisol y Crisolín, esos libros enanos con aspecto de misal.
Junto al Jardín Botánico, entre la glorieta de Carlos V y el parque del Retiro, se despliegan treinta casetas en las que Hemingway y Gómez de la Serna buscaron libros. Nosotros tenemos la suerte de poder hacer ese mismo recorrido, cien años después.
Si hasta parece que la vida es eso que ocurre entre libro y libro cuando los vendedores los cambian de sitio y los limpian con una bayeta. Esa estela, esa presencia y memoria de lo creado y vivido es lo único que distingue un parque temático en Abu Dabi de una ciudad viva.
Esta glosa barbitúrica a Moyano nada tiene que ver con la identidad de una región. Menuda estupidez acaban siendo la patria, la familia o cualquier clase de pertenencia –por pequeña o grande, por noble o desinteresada que sea– cuando hay quienes las usan a su medida. Lo trascendental de Moyano no es su espíritu madrileño, ni siquiera su naturaleza libresca, sino esa libérrima y maravillosa facultad de permanecer, de generación en generación, como algo que dota de sentido. Yo no soy de ningún lado –me ha tomado veinte años entenderlo–. No soy de un país, ni de una ciudad. Pero de algo sí que soy: de la Cuesta. Feliz centenario a ella y a sus habitantes.
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