hay que vivir
Lo que va de la tesis a Begoña
Disolver el Senado y no el Congreso sólo puede perseguir amordazar aún más a la oposición
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Cuando en 2018 ABC publicó la tesis fraudulenta del presidente Sánchez, el PP tenía mayoría absoluta en el Senado. En aquel momento, con el PSOE en La Moncloa desde junio, Pablo Casado coqueteó con abrir una comisión de investigación sobre tamaña bazofia académica. Habría ... sido muy interesante, porque llamar a declarar con obligación de decir verdad a los miembros del tribunal que le otorgaron el 'cum laude' habría sido esclarecedor. Sin embargo, da la sensación de que se produjo un cambio de cromos, dado que Casado tenía la escandalera –infinitamente menor– de su máster. No obstante, era evidente que si el PP hubiera dado ese paso Sánchez habría convocado elecciones, como se había comprometido. Cinco años y dos elecciones generales después, el PP de Feijóo vuelve a tener mayoría absoluta en el Senado. Me pregunto por qué ha renunciado a investigar la tesis, porque lo que sucedió en el marco de la Universidad Camilo José Cela no se puede dar por bueno ni para el doctorando, ni para el tribunal ni para la institución. Al final, el presidente sigue en La Moncloa sin dar explicaciones e, incluso, el coautor del libro resultante de la tesis es consejero de Telefónica.
En esos seis años de sanchismo, el presidente del Gobierno sólo ha perdido el 'oremus' en dos ocasiones. La primera fue con la tesis: llegó a enviar un burofax a este periódico anunciando medidas legales que nunca llegaron y decidió dar por finalizada su estrategia inicial de ejemplaridad. Tras forzar la dimisión de los ministros Huertas y Montón, él se atrincheró. La segunda fue con las investigaciones sobre su esposa. No solo lanzó una campaña de acoso a los jueces que sigue creciendo sino que llegó a retirarse cinco días a pensar. Desde entonces todo ha sido un acelerón en el desprecio al Legislativo, al Judicial y a esa mosca cojonera llamada periodismo.
Y así hemos llegado hasta aquí, con el juez Peinado demostrando valentía –entre algún tropezón técnico– para avanzar en el caso Begoña. En este contexto vuelve a aparecer el fantasma del Senado como amenaza a Sánchez, y en La Moncloa se está barajando una nueva vuelta de tuerca institucional, como adelantaba Zarzalejos: disolver esta Cámara (no el Congreso) y convocar su elección por separado. Pregunto a mi jurista de cabecera: «Cuando el Congreso cuestiona al Gobierno, éste o se ve obligado a dimitir o se anticipa disolviendo la Cámara para que el cuerpo electoral dirima el conflicto. Cuando quien lo cuestiona es el Senado no hay obligación de dimitir, pero resulta molesto». Ahora bien, cuando se disuelve la Cámara Alta para hacer desaparecer a la oposición, como es el caso, la pregunta es la siguiente: ¿es una estrategia contra su papel legislativo (hay dieciséis leyes aprobadas en la Cámara Alta que Armengol tiene en un cajón) o se hace para hurtarle su capacidad de controlar al Gobierno? Dado que no se puede legislar sin la Cámara Alta, esta estrategia sólo puede perseguir amordazar a la oposición y su capacidad de controlar al Gobierno.
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