desde ogigia
Los ganadores que siempre pierden
«Como es habitual en los líderes del PP (salvo Casado, y míralo), Feijóo intenta no decir nada. Entre otras razones de peso, porque cuando lo hace ante los suyos, que en principio son fiables, la gente se pone a gritar ¡Ayuso, Ayuso!»
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Iniciar sesiónQue Sánchez hable de investidura o que lo haga Feijóo, o, mejor, que lo hagan los dos a la vez. Pon una voz por cada casquito inalámbrico, coloca bien izquierda y derecha, y disfruta de la experiencia del sinsentido. Ruido, ruido. Todo ruido. El ... más dañino la palabrería de esta política zafia y tirada de democracia obsolescente. Escuchas e inevitablemente esperas que lo dicho signifique algo. Como siempre, te defrauda, hasta que dejas de escuchar y solo oyes. Pero la palabra es tan poderosa que, incluso pronunciada por casi nadie, qué sé yo, por Armengol, vuelves a buscarle sentido. Sí, ya sabes que ahí no hay nada. ¿Y qué? Estás condenado a distinguir una frase –incluso las que que emita esa señora, o Patxi López, o Batet, por poner a tres presidentes de las Cortes– del cricrí de un grillo.
Más irrita otra trampa de nuestra estructura epistemológica. Fíjense. Cuanto más sentido común se le supone al emisor, más te decepciona. ¿Qué será eso del sentido común? Lógicamente, no aludo a la farmacéutica separata que se acaba de convertir en tercera autoridad de España, manda huevos, sino de alguien, repito, a quien se le supone sentido común. A Feijóo se le supone. Yo no, pero el «se», que es media España, sí lo hace. Entonces, claro, vas de decepción en decepción. Como es habitual en los líderes del PP (salvo Casado, y míralo), Feijóo intenta no decir nada. Entre otras razones de peso, porque cuando lo hace ante los suyos, que en principio son fiables, la gente se pone a gritar «¡Ayuso, Ayuso!» Y así no hay manera. Prefieren callar, e incluso no hacer nada, al modo de Bartleby el escribiente. Es sello distintivo de los líderes del PP. ¿Cómo olvidar el intenso silencio, la escalofriante ausencia, la huida a Canarias de Rajoy tras las elecciones que siguieron a los atentados del 11-M? No se fue más lejos porque más lejos ya no había España, y habría parecido que se fugaba. Un agudo instinto de supervivencia indica a los presidentes del PP que en los peores momentos hay que quedarse quieto, callarse y desplegar las habilidades miméticas sin las cuales no habrían llegado ahí.
Los columnistas hemos estirado mucho lo del bolso de Soraya SS, la aciaga tarde en que Sánchez se hizo con el poder. Pero no se ha contemplado la posibilidad de que don Mariano siguiera allí. Que comprendiera la gravedad de la situación e hiciera como una mariposa Heliconius, manteniéndose muy quieto en su sitio mientras los demás veíamos ese escaño vacío, con el toque del bolso a modo de distracción, un bolso que tampoco existía porque era una espontánea mancha natural de camuflaje de Mariano Heliconius. ¿Por qué no? ¿Y si la propia Soraya SS hubiera sido ficticia, o si al menos en algunas ocasiones ella fuera Rajoy muy agachado en un despliegue de alas decoloradas y vueltas a colorear en un nanosegundo: ahora estoy, ahora no, ahora soy Soraya, ahora su bolso, ahora me he ido, ahora soy periodista deportivo. Pero nos estamos concentrando en el sentido de la vista y sus engaños. Volvamos al sentido del oído.
No hay modo humano de evitar el tropiezo con la misma piedra, la insaciable sed de significado, treinta veces, trescientas. Por eso vuelven a votar al PP, decepción tras decepción. Es lo que tienen las palabras, que no podemos acogerlas sin sentido, no podemos apreciarlas sin más, como el ruido que a menudo son en el ámbito de la política. Sabes que vas a volver a tropezar pero no puedes evitarlo. Ya observó Octavio Paz que entre los nombres y las cosas había un vacío insondable, advirtiendo del peligro de caer en el abismo y volverse loco; «…entre sus nombres vacíos / pasan y se desvanecen / agua, piedra, viento». Así que mejor no te detengas en el hiato entre igualdad y la palabra igualdad, entre el progreso y la palabra progreso, en especial si las pronuncia un izquierdista. Un 'woke', por resumir: la izquierda no 'woke' es ya solo la excepción que confirma la regla. Y bien que lo siento por mi querido Félix Ovejero, y por nadie más.
Los números, más aburridos salvo para unas pocas mentes privilegiadas, son sin duda más fiables. Ahí ya puedes tirar de frases sin sustancia, ya puedes mimetizarte con los diferentes entornos: si crees que cuentas con 172 escaños y le das una patada a 33, no cuentas con 172 sino con 139. Según nos ha contado aquí Víctor Ruiz de Almirón, esto afirma al respecto un barón del PP: «No se quiere asumir la realidad y se compra el marco mental del PSOE». Exactamente. El feijoísmo, o feijooísmo, o feijoooísmo, vive, con al menos dos tercios de su partido, en el PSOE 'state of mind', según feliz hallazgo de Miguel Ángel Quintana Paz. Que afecte a la izquierda es normal, la desgracia es que la acompañen en ese estado tantos miembros de la burbuja político-mediática que se creen de derechas, o incluso con autoridad para establecer quién es salvo y quién no en la derecha. Me chupan un pie, por decirlo rápido y bien, porque lo de izquierda y derecha es una conveniencia para ahorrar palabras y un atajo para no tener que analizar realidades políticas que no entiendes. Nadie razona como un 'woke' mejor que un 'woke', así que esos complejitos y ese querer alinearse con lo correcto produce entre pena y grima. El PP de Feijóo no es el Partido Popular sino el Partido de los Perdedores. Vocacionales, además. Ya solo falta que sigan presionando al Rey con lo del «¡He ganado yo!». Carecen de armas intelectuales para abandonar el PSOE 'state of mind', por eso el Partido de los Perdedores lo sigue siendo cuando gana, e incluso cuando gobierna, lo que aún no es descartable dado el estado de Puigdemont.
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