Postales
Otoño
Volvemos a lo de siempre: a pelearnos, como si nos gustase o no supiéramos hacer otra cosa
Dos guerras calientes (15/10/2023)
Solo (14/10/2023)
Llega el otoño, la estación de los días más cortos, las noches más largas, la vendimia, el sol que acaricia en vez de abrasarte, hacer balance del año y prepararse para el invierno. Eugenio Montes decía que España es el país de «los frutos tardíos», ... poniendo como ejemplo que se pobló de afiladas cúpulas góticas cuando en Italia triunfaba la bóveda campanuda de Brunelleschi, mientras nosotros teníamos que levantar templos donde había mezquitas o crear monumentos graníticos, como el estado-nación que se estaba creando, que pronto sería un imperio donde no se ponía el sol. Montes, sin embargo, olvida que si apenas tuvimos Renacimiento fue porque, en nuestro afán de ir más allá en busca de las Indias, descubrimos un nuevo continente, al que trasplantamos nuestra identidad, costumbres y valores, buenos y malos, olvidándonos de la gran revolución que tenía lugar en Europa con el revivir del mundo clásico, las letras y las ciencias, lo que significó un retraso de las segundas, que iban a ser la locomotora de la Edad Moderna, sobre todo las segundas, con Galileo, Newton y Lutero, padres de la primera gran revolución con la ley de la gravedad y el libre examen, que cortamos encarcelando al traductor del 'Cantar de los Cantares, por y para ejemplo.' Perdónenme esta larguísima introducción a una vulgar postal, pero la situación actual de España me ha traído a la memoria lo que Menéndez y Pelayo llamó caritativamente «nuestros heterodoxos», que buscaban mantenernos en Europa.
Tras una decadencia que duró tres siglos, una derrota ante la nación más joven y dinámica, y no sé cuántas guerras civiles, como en aquel grabado de Goya en que dos individuos se muelen a palos, las dos Españas decidieron hacer las paces y caminar juntas. Hubo en el entretanto muchos intentos, todos fallidos, aunque dos merecen ser recordados. El de Joaquín Costa, que señaló lo que nos faltaba, «escuela y despensa», y el de Ortega –«España es el problema, Europa, la solución»– que pronto tuvo que cambiar por el «No es esto, no es esto», referido a la Segunda República, tras haber ayudado a traerla.
Ahora estamos en Europa, tenemos una democracia y sufrimos una doble invasión, de turistas y de inmigrantes. Pero nosotros volvemos a lo de siempre: a pelearnos, como si nos gustase o no supiéramos hacer otra cosa.
España es un pequeño continente en el que hay tantas similitudes como diferencias, como en tantos otros. Un prusiano y un bávaro se diferencian tanto como un catalán y un andaluz, y sin embargo pueden convivir perfectamente. ¿A qué se debe? A que han aprendido que juntos viven mejor que separados y que la democracia es la menos mala de las formas de gobierno. Derechos y deberes, responsabilidad, individual y colectiva. En vez del «¿qué hay de lo mío?», respeto a la ley que nos hemos dado. Con un Gobierno que ha tenido que echar mano de la última carta: Zapatero. No para ganar votos en el centro, sino para no perder los suyos. Se lo explicaré, si soy capaz, mañana.