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¿Quién cree a Pedro Sánchez?

¿Quién puede creer a quien se alía con los mayores enemigos de su Estado, que tiene pesadillas con la extrema izquierda, pero la mete en su Gobierno?

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¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Porque sin huevos no hay gallinas, ni gallos, aunque su papel es más discreto pese a sus kikirikíes, pero de todas formas importante. Pero sin gallinas no hay huevos, con lo que volvemos al punto de ... partida. Esta antinomia, que prefiero llamar paradoja, clásica desde la antigüedad sin que nadie la haya resuelto, me parece el símil más apropiado para el pulso que libran Esquerra Republicana de Catalunya y Junts, la vieja Convergència de Jordi Pujol, que en el fondo es entre los dos hombres que los lideran, Pere Aragonès y Carles Puigdemont, que luchan por marcar el camino hacia la independencia por vías distintas.

Pere Aragonès quiere llegar paso a paso, aprovechando que al frente del Gobierno español está un hombre, Pedro Sánchez, chantajeable, dispuesto a darles lo que piden, siempre que parezca legal, aunque no lo sea, como sería ponerle otro nombre, como se hizo con la amnistía de los condenados por el fallido golpe del 1-O de 2017, ya por un decreto ley cuando hayan logrado mayoría en el Parlamento español a base de reconstruir el Frankenstein de la pasada legislatura. Mientras que Junts quiere la amnistía ya, por no fiarse de Pedro Sánchez, dispuesto a hablar cuanto quieran de ella, pero a la hora de convertirla en hechos se echa atrás al saber que no en ya su partido, sino en su propio Gobierno, hay quienes están contra esa gracia, nunca mejor usada la palabra, al no depender sólo de él. Y no me refiero a la vieja guardia socialista, representada por Felipe González y Alfonso Guerra, entre otros, sino a miembros de tanto peso en el Partido Socialista como Nicolás Redondo Terreros, que se ha convertido en uno de los mayores críticos de Pedro Sánchez.

Tan desesperados deben de estar que, mientras dicen que el Partido Popular anda perdido, ellos han tenido que expulsar a Redondo Terreros para que no sigan otros de tanta o más importancia si Sánchez sigue aceptando el chantaje al gerundense errante, sobre todo entre los barones regionales, que serán quienes más pierdan al aceptar la desigualdad entre los españoles.

La partida que empezó para acabar con la España de la Transición entra en las cuarenta últimas, con un Sánchez defendiendo espada en mano su tienda, como ya se vio cuando en la sede de la calle de Ferraz intentó refugiarse en una urna cubierta de una sábana y tuvo que salir no por la ventana, sino por la puerta de atrás. ¿Quién puede creer a alguien que se alía con los mayores enemigos de su Estado, que tiene pesadillas con la extrema izquierda, pero la mete en su Gobierno, que asalta en los pasillos de Bruselas a quienes rigen el mundo? Pues ya lo conocen todos, como al presidente que besa en la boca a sus jugadoras.

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