LA TERCERA

¿Extinción de la cultura conservadora?

«¿Se cuenta con un plan B basado en una cosmovisión humanista de talante liberal-conservador? Desdichadamente, debe de responderse de modo negativo a asunto de gravedad extrema para el porvenir inmediato de uno de los pueblos que modelaron la civilización occidental con mayor paralaje e intensidad en sus principales áreas»

José Manuel Cuenca Toribio

Una constante preside el curso actual de la cultura española de signo liberal-conservador: su reducido protagonismo. A despecho de su roborante y crucial papel en el pasado –incluso en el más próximo– y de las muchas riquezas que aún atesora, se encuentra acorralado y ... muchas veces hasta expulsado del escenario español de nuestros días. Para sus comentaristas más propicios, la hegemonía incontestable de la cosmovisión progresista no es efecto de su infirmidad y desnortamiento sino de la prepotencia escandalosa de unos gobernantes ineptos y sectarios. La llamada 'guerra cultural' declarada por sus sectores más ardidos contra la ahincada agresión de los poderosos media subvencionados o respaldados a tambor batiente desde el poder no obedece así más que a un recurso de supervivencia, desasistido por contera del apoyo del ideario liberal-conservador, dado su invencible complejo de inferioridad moral y política cara al credo progresista, prevalido de una irrefragable, aunque muy discutible superioridad ética. Panorama, pues, en verdad, desmoralizador y desmotivador, que únicamente con el recuerdo de un ayer ciertamente grandioso y la apelación a un hoy de incontables virtualidades cabe afrontar con esperanza de victoria.

Mas, bien calibrada en exiguas parcelas del desarrollo cultural de 2022, se hace ostensible la mediáticamente tan pandereteada superioridad de inspiración progresista. En áreas como las politológicas o más acentuadamente sociológicas dicho ascendiente se visibiliza de manera a menudo irrebatible. Pero en las vertientes más genuinamente humanísticas como, por ejemplo, las filológicas e historiográficas se invierten las tornas. Así, v. gr., materias tan cruciales para la identidad nacional y, por ende, para la misma convivencia cotidiana como el nacimiento de España o la Reconquista se hallan cultivadas, entre otros colegas de acendrada honestidad intelectual, con insuperable tino, talante científico y pulso narrativo por el combatido medievalista vasco Armando Besga Marroquí, autor de obras elevadas ya a la cumbre de una especialidad sumamente prestigiada, dentro y allende de nuestras fronteras, por la celebridad de las escuelas de los egregios maestros Ramón Menéndez Pidal, Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro. No otra cosa sucede con el capítulo clave del desenvolvimiento de la España moderna como es el de la Ilustración, hoy en el candelero de la más estricta actualidad que tiene en Ricardo García Cárcel un investigador de autoridad rigurosamente internacional y acrisolada probidad científica; como a su vez ocurre con la cuestión de los orígenes y desarrollo del liberalismo doceañista, analizada con acribia y perspicacia sumas por los herederos y epígonos de la gran escuela del ferrolano José Luis Comellas García-Llera (1928 -2021), a la fecha venturosamente rectorada por el más cosmopolita de nuestros contemporaneístas, el catedrático emérito de la Universidad de Sevilla Rafael Sánchez Mantero.

Un colega suyo de la mayor proximidad afectiva y profesional, José Valera Ortega, nieto del más famoso pensador del mundo iberoamericano del siglo XX y miembro descollante de la escuela hispano-británica de Oxford, se ha revelado pocos años atrás como un buido y enciclopédico antólogo de una materia de permanente interés historiográfico como es la proyección de nuestro país en la imagen de los pueblos europeos de mayor rivalidad con 'El imperio ultramarino de Austrias y Borbones. España. Un relato de grandeza y odio' (Madrid, 2021). Monumento de crítica y contrastados saberes, sus páginas confirman que, para el historiador debelador de arraigadas leyendas y ganoso de imparcialidad, no existen temas tóxicos o inaccesibles. En la misma dimensión de la colonización del Nuevo Mundo como pieza mayor del retablo de la Leyenda Negra, la susomentada capital hispalense continúa manteniendo el cetro de los estudios iberoamericanos, enhiesto en su universalmente conocida Escuela de Estudios Hispanoamericanos, con el profesor Luis Navarro García, celebrado sin excepción de países o instituciones como el maestro por excelencia y máxima figura de ambos hemisferios en dicha temática.

No obstante la importancia del territorio humanístico roturado con esteva afilada como el acabado de mencionar, su influencia en la España de 2022 no admite cotejo con la ejercida por la opinión prevalente en el ámbito cultural de la nación. Desde escasos ángulos, esta es informada por un pensamiento progresista casi indeficientemente hipercrítico y descalificador de la tendencia liberal-conservadora, silenciada o tergiversada por unos oponentes que se ven como soldados de una cruzada de inigualable trascendencia: la libertad de un pueblo todavía aherrojado por unas clases dominantes con singular sobretasa de egoísmo. Por grotesco o ridículo que semeje, tal será el horizonte educativo y cultural que enmarque la enseñanza española en sus dos primeros grados y asimismo con presencia nada desdeñable igualmente en la impartida en la universidad y escuelas superiores.

¿Se cuenta con un plan B basado en una cosmovisión humanista de talante liberal-conservador? Desdichadamente, debe de responderse de modo negativo a asunto de gravedad extrema para el porvenir inmediato de uno de los pueblos que modelaron la civilización occidental con mayor paralaje e intensidad en sus principales áreas. Harto hacen, desde luego, sus reducidos adalides con guarecerse a muy duras penas de las impugnaciones incesables de unos adversarios con todos los elementos y resortes del poder más rocoso y diversificado a su favor. Yermos o estériles ya los terrenos más idóneos a la sembradura de la hierba buena del ideario liberal-conservador y sometidos de continuo a una campaña de silencio atronador y muy notable eficacia administrativa, no es justo ni agible demandarles una capacidad numantina de resistencia. El juego político y la dinámica parlamentaria alientan estacional y pasajeramente los ensueños de cambio y mudanza en los núcleos más entusiastas de una cultura desahuciada alhacarientamente por sus enemigos. A redropelo de ello, la realidad social del país demuestra sin descanso que dicho anhelo es flor de un día, sin pasar de convertirse en un placebo o lenitivo para una dolencia que se esfuerza por ser cancerosa.

Si el plan B para la cultura liberal-conservadora española se sitúa en el mundo de los sueños, por el contrario los posibles recursos para un ilusionado renacimiento se muestran sólidos. Si un día entre los días sin expirar del calendario de las próximas décadas se produjera, por causas que hoy semejan muy lejos de materialización, el retorno de la cultura liberal-conservadora al primer plano de la vida española, los materiales para su actualizada renovación estarían prestos para su reconstrucción. Generaciones formadas en la severa e instructiva forja del trabajo contracorriente, del esfuerzo alimentado por el noble servicio a un digno pueblo darían un paso al frente por el camino que les lleve a la meta de la recuperación de un alzaprimado e insustituible factor de su genuina identidad.

SOBRE EL AUTOR
José Manuel Cuenca Toribio

Es académico de la Real de Doctores de España.

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