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la huella sonora

Un botijo

Se puede tener un móvil, un iPad y hasta un reloj digital que mide pasos y calorías, pero nada es comparable a un jamón o a un botijo

La temperatura del botijo tiene otros matices ANA PÉREZ HERRERA
José F. Peláez

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Algunos tienen fondos indexados al índice Nikkei, otros tienen criptomonedas y hay quienes tienen acciones de Alphabet. Pero yo tengo un botijo. Y eso es algo que no tiene todo el mundo. Recuerdo que una Navidad me llamó Chapu para decirme que había visto a ... un tipo con un jamón y que su cara era la cara de la felicidad. Le entiendo bien: se puede tener un móvil, un iPad y hasta un reloj digital que mide pasos y calorías, pero nada es comparable a un jamón o a un botijo. El que tiene un jamón tiene un proyecto, una ilusión, una temporada por delante llena de alegría. Porque tú puedes estar en una reunión, aburrido y triste, pero recuerdas que tienes un jamón. Y sonríes. A mí me pasa lo mismo cuando recuerdo que tengo un botijo: sonrío, voy a buscarlo y, aunque no me apetezca, echo un trago de agua, que brota hacia mis labios como un maná líquido a una temperatura difícil de explicar, una temperatura que no puede ser descrita con convencionalismos científicos. No tiene grados centígrados, tiene otra cosa, esa temperatura lleva adjetivos que yo ni siquiera sé que existen pero que, en todo caso, aluden a algo más profundo que a una ordinaria escala Celsius. Y crean contradicciones surrealistas. Por ejemplo, el agua de mi botijo está a una temperatura aterciopelada, honrada y blanda. No sé cómo se mide eso, pero es más suave que el agua de una botella normal, más densa que la realidad y sabe que es mía, como lo sabe un perro o una deuda. Puede que si nos pusiéramos pesados y técnicos hayamos de convenir que está a veintidós grados, pero desde luego, yo puedo asegurar que no son los mismos veintidós grados de una triste nevera. La temperatura del botijo tiene otros matices, la ausencia de electricidad cambia la calidad de los grados y los vuelve imperfectos, delicados, humanos, como si la creación entera quisiera agradarme sin otra ayuda que la de la naturaleza y el lenguaje.

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