El beso de Leonor

Son flashes recientes que vienen ahora, en octubre, a confrontarles con solemnidad a una caterva progresista que anda corta de palabra y larga de gramática parda. Teatrillos con SUMAR y el mamotreto de Waterloo, y España ya con sístoles y diástoles silentes en espera ya de lo inapelable. De lo más sucio.

Se me queda Sánchez en Granada en estampas pasadas; un Boabdil en alzas de sí mismo con las llaves más grandes y más colgonas. Las que abren presidios y entregan el paraíso no a la Cruz, sino a la barretina. Por eso, es una calma mínima de este octubre requemado la imagen de Leonor, fortaleza de todo, baluarte de que la resistencia, el somatén constitucional, existe. Ya es mayor para saberlo.

Se vio el domingo en Barcelona, y se verá siempre que haya que verlo. Que hace tiempo que despertó este país, y tanto da el bolso de Soraya, un Narciso camaleónico como un prófugo que quedará, haga lo que haga, de 'botifler' de lengua larga y bravura corta. Aunque también revive la rojigualda que sale de las ciclostiladas o del tejer amoroso de una madre.

De la bandera a la Pilarica, con flores a María, flores a porfía, la España sana será un beso conjunto, no un pico 'rubialesco'. Sino el amor sin condiciones de ese tercer estado por su futuro. Ese tercer estado en el que Sánchez nos ha convertido con un pin 2030, mala fe, y un traje de dos tallas menos.