La Tercera
Sobre lo auténtico
El deseo de autenticidad que alimentaba esa rebeldía está reduciéndose a poco menos que un objeto de consumo
¿Derecho al trabajo o renta básica universal?
Desde Rusia con Spengler
Javier María Prades López
¡Qué auténtico! Pocos elogios son más repetidos y tienen mayor impacto en nuestro tiempo. Queremos un modo de vida auténtico. Todos lo queremos. Bien lo sabe la publicidad, que nos ofrece los destinos turísticos o los productos gastronómicos apelando a lo auténtico. Es un ... adjetivo que estimula el consumo porque tiene que ver con la comprensión de la vida, de sí mismo y de la sociedad que compartimos. Las decisiones políticas, laborales o afectivas también parecen inatacables si se presentan como auténticas –o como sinceras–. Es secundario que sean verdaderas o no, que sean buenas o no, que respeten la dignidad de los demás o no, que hagan madurar la identidad de los afectados por ellas o no. ¿Quién se atreverá a discutir este valor supremo de las sociedades occidentales?
Hay que preguntarse cuál es el motivo de su éxito y qué riesgos comporta. Charles Taylor sostiene que desde finales del siglo XX aparece una «cultura de la autenticidad», de carácter individualista, que empuja a la gente a buscar su propio camino para realizarse. Esa ética de lo auténtico venía ya del romanticismo, pero se convierte en un fenómeno de masas a partir de la Segunda Guerra Mundial. Buscamos el modo de ser nosotros mismos y nos parece decisivo encontrarlo sin conformarnos con lo que «se hace en general», sin someternos a modelos impuestos por otros, sean las generaciones anteriores o las autoridades políticas o las religiosas.
Para confirmar el diagnóstico de Taylor viene a la mente la 'Casa de muñecas' de Henrik Ibsen. Nora es una mujer que se subleva frente a las reglas convencionales de su tiempo: «Ante todo soy un ser humano, yo, exactamente como tú... o, en todo caso, debo luchar por serlo. Sé perfectamente que la mayoría te dará la razón, Torvald, y que algo así se lee en los libros. Pero ya no puedo contentarme con lo que dice la mayoría ni con lo que se lee en los libros. Debo pensar por mí misma y ver con claridad las cosas». El portazo con el que Nora abandonó la casa familiar sacudió a la Europa decimonónica. El inconformismo de estas figuras literarias se puede rastrear igualmente en algunos pensadores europeos del siglo XX, baste mencionar la conocida crítica heideggeriana a la vida inauténtica.
Pues bien, el deseo de autenticidad que alimentaba esa rebeldía está reduciéndose a poco menos que un objeto de consumo. Observadores como Byung-Chul Han o Gilles Lipovetsky avisan del riesgo de someternos a una autenticidad tan impostada que se convierta en el emblema de lo inauténtico. ¿Qué es lo que merece la pena mantener y qué es lo criticable en esta ola de autenticidad?
Persiguiendo lo auténtico, la generación Z y sus sucesores aciertan cuando reabren la pregunta fundamental por la identidad. En la película 'Barbie', Billie Eilish canta: «¿Para qué he sido hecha?... Espero algo, algo para lo que he sido hecha«. En esa búsqueda rechazan los esquemas previos ya sean de carácter social, cultural o biológico porque los perciben como exteriores y, por tanto, impuestos. Suelen considerarlos opresivos: impedirían que cada uno elija lo que quiere ser. Nada ni nadie debería obstaculizar este deseo de ser uno mismo y de ser feliz.
Byung-Chul Han denuncia el peligro de un deterioro narcisista de esa «producción de sí mismo», estimulada por el neoliberalismo. La autenticidad como criterio para autodeterminarse libremente ha evolucionado desde un ideal ético a un ideal político y finalmente ha derivado en uno psicológico. Lipovetsky recalca el tremendo poder de ese ideal y sus graves equívocos sobre todo en la versión reciente de tipo psicológico-terapéutico. Donde Nora quería «pensar», hoy muchos contemporáneos solo reivindican lo que «sienten» respecto de su cuerpo, de su trabajo o de su nación: «no sé qué sentir, no sé qué sentir» tararea Eilish.
El estímulo de lo auténtico pone sobre el tapete la pregunta por la identidad de las personas y las comunidades. Nuestro panorama cultural está lleno de incertidumbres, dada la oferta casi ilimitada de alternativas y la dificultad para decidir quiénes queremos ser. Se nos brinda la ocasión de contribuir a la maduración de una identidad integral que respete la dignidad de todos, en toda circunstancia y con todas sus dimensiones. La exigencia actual de sinceridad puede ayudarnos a recuperar una visión crítica de las preguntas y las evidencias arraigadas en lo hondo del corazón, como ha buscado el pensamiento occidental desde sus inicios: «Conócete a ti mismo».
La tradición bíblica formula una pregunta imperecedera, que abre vías de reflexión sobre la identidad: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?». En verdad, el yo de cada persona tiene tal dignidad que Jesús de Nazaret lo considera superior al mundo entero: «¿De qué te sirve ganar el mundo si te pierdes a ti mismo?». Las raíces de esa dignidad se hunden en la relación insondable con lo que llamamos Misterio y que no podemos tratar más que como un Tú personal.
El Concilio Vaticano II enseñó que «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios». En esa relación del ser humano con su Hacedor se encuentra el motivo último e incondicionado de su libertad, y del respeto que merece. Una reciente declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe proclama el carácter incondicional de las cuatro dimensiones de esa dignidad (ontológica, moral, social y existencial) y denuncia las incontables violaciones contra ella en el mundo actual.
El pensamiento contemporáneo ofrece buenos compañeros de camino para dar razón de la dignidad infinita de cada ser humano abierto a lo otro, a los otros y al Otro. Ayudémonos no solo a reflexionar sino a promover las mejores condiciones culturales y sociales para alcanzar una plena identidad personal y comunitaria. Cada vez que alguien reivindique lo auténtico en una conversación familiar, entre amigos o en el trabajo tendremos la oportunidad de aportar algo valioso para el bien de todos.
es catedrático de Teología Sistemática en la Universidad San Dámaso (Madrid)
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete