el contrapunto

Agencia Tributaria, sinónimo de terror

De Montoro a Montero, todos los ministros de Hacienda se han servido de esa herramienta en beneficio propio o de sus partidos

En este «y tú más» no hay prostíbulos

'Caza del moro' en Torre Pacheco

El organismo encargado de recaudar los impuestos en España es un instrumento de terror al servicio del gobierno de turno. Lo ha sido siempre, desde su creación precisamente con el propósito de cumplir esa finalidad, aunque a medida que pasan los años aumenta el ... descaro con el que desempeña esa función bastarda: atemorizar al contribuyente de a pie sirviéndose de caras famosas quemadas en la hoguera de su inquisición, extorsionar a rivales políticos, enemigos internos o periodistas incómodos, y beneficiar a amiguetes, socios o clientes capaces de abonar la factura de ese trato de favor. Desde Borrell a Montero, pasando por Montoro, todos los ministros de Hacienda se han servido de esa herramienta en beneficio propio o de sus respectivos partidos. ¿Por qué? Porque podían. Porque la Agencia está adscrita al ministerio en cuestión y tanto su presidente como su director general son cargos nombrados por el Ejecutivo. Porque, lejos de ser una entidad independiente, como dictarían el sentido común y la decencia, es un arma de grueso calibre puesta a disposición del poder político como pieza clave en el arsenal destinado a la guerra sucia.

No es casualidad que, cuando todo lo demás falla, la Agencia Tributaria funcione como un reloj. A falta de citas disponibles, el ciudadano no podrá gestionar su pensión, su prestación por desempleo, su consulta sanitaria o cualquier otro servicio dependiente del Estado, pero pagará sus tributos hasta el último céntimo y con puntualidad helvética. En caso contrario, recibirá una carta cuyo mero membrete le pondrá los pelos de punta, dado que, a efectos del Fisco, todo investigado es culpable mientras no demuestre lo contrario. Y, para hacerlo, antes es preciso depositar a tocateja la cantidad reclamada, armarse de paciencia y gastarse la fortuna que cuesta dar una batalla en los tribunales, lo que excluye de antemano a la gente corriente, condenada a liquidar y callar. El monstruo es insaciable. Devora incansablemente el fruto de nuestro trabajo, inspecciona de forma arbitraria y tritura sin misericordia a cualquiera cuyo linchamiento público resulte útil al amo. Borrell puso en la picota a Lola Flores para demostrar que nadie escapaba a sus garras, Montoro filtró las declaraciones de Aznar, Aguirre o Soria a fin de destruir sus carreras y Montero aireó el expediente de Alberto González Amador, pareja de Ayuso, con la determinación de dañar a la presidenta madrileña. ¿Por qué? Porque podían. Porque tenían acceso a una información que debería haber sido secreta y cuya divulgación pende cual espada de Damocles sobre cualquier hijo de vecino que ose incomodar al que manda. Ahora que Feijóo está tomando nota de cuanto tiene que derogar apenas llegue a la Moncloa, debería añadir la Agencia Tributaria a su lista. Reformarla en profundidad, desvincularla del Gobierno, garantizar su independencia y cambiarle el nombre, sinónimo de abuso y terror.

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