visto y no visto
Muebles de felpa
La mala conciencia del pobre Nobel, equipada para ofrecer prebendas a «fabricantes de muebles de felpa»
La vía del Joker
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Iniciar sesiónLa dinamita Nobel y el premio Nobel son sólo dos caras del mismo hecho, al igual que bomba atómica y guerra justa, dicho por Carl Schmitt, para quien ninguna lengua del mundo podía expresar la repugnancia que sentía al escuchar la expresión «ganador del premio Nobel» ... .
—Schiller seguro que hubiese recibido el premio Nobel. Estaba predestinado al premio Nobel. Shakespeare en ningún caso. No obstante, eso no significa en absoluto la más mínima revalorización de Thomas Mann o Hermann Hesse.
Schmitt subrayaba la mala conciencia del pobre Alfred Nobel, un desesperado, solitario descubridor de sustancias explosivas y ecrasitas, esa verdadera mala conciencia equipada institucionalmente para ofrecer prebendas y subvenciones para personas como Thomas Mann y Hermann Hesse, es decir, «fabricantes de muebles de felpa de la industria del trabajo doméstico». Y el fundador de la ciencia constitucional exponía su teoría de los niveles: «Primer nivel: personas que no se avergüenzan de haber aceptado el Nobel. Nivel 2 aún más bajo: personas que no se avergüenzan de haber aceptado el premio nacional creado por Hitler para hacer frente al premio Nobel; el más bajo nivel, tres: personas que se dejan compensar por haber recibido un premio de Stalin y no de Hitler y se han presentado y se postulan como candidatos para el premio Nobel atlántico».
Al hilo de la mala conciencia de Alfred Nobel, en 'El mundo de ayer' cuenta Stefan Zweig cómo él, al día siguiente de haber experimentado por primera vez el miedo, tropezó con la baronesa Berta von Suttner, «la magnífica y generosa Casandra de nuestra época», que había vivido el horror de la guerra de 1866 en Bohemia, y con la pasión de una Florence Nightingale vio que tenía una sola misión en la vida: evitar una segunda guerra, cualquier guerra, eso que nuestros liberalios otanejos consideran «una mariconada». La baronesa escribió una novela, 'Abajo las armas', de éxito mundial, aunque el mayor triunfo de su vida fue despertar la conciencia de Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, al que conminó, dice Zweig, a que instituyera el premio Nobel de la Paz y la Comprensión Internacional como compensación por el mal que había causado con su invento. Ella fue la primera en llevárselo, y desde entonces, por los distintos niveles descritos por Schmitt, el galardón ha degenerado tanto (Kissinger, Arafat, Obama) que hoy nos suena a Nobel para misses, y dárselo a Trump, el presidente que habla como los 'gansters' de Scorsese en el cine neoyorquino, hubiera sido tratarlo de Priscilla, reina del desierto, aunque por un momento nos temimos que la piñata fuera, 'ex aequo', para David Petraeus y Abu Mohammad al-Julani, dos coristas de Obama, o incluso para el nuevo gobernador de Palestina, Tony 'Pilato' Blair. El asunto es tan peliagudo que el Rey de España sólo felicita a los Nobel españoles: Echegaray, Cajal, Benavente, Juan Ramón, Ochoa, Aleixandre y Cela.
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