DIARIO DE UN OPTIMISTA
España enriquece a los demás
España crece sin fortalecerse: el aparente dinamismo económico de 2025 se apoya en el turismo y la inmigración masiva, mientras el Gobierno de Sánchez presume de un éxito aparentemente efímero que oculta salarios estancados, dependencia estructural y falta de visión industrial
¿Cómo interpretar nuestra época?
De Plutarco a Putin
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Iniciar sesiónCon una tasa de crecimiento anual del orden del 2,5 por ciento en 2025, la economía española parece ser una de las más dinámicas de la Unión Europea. Esta cifra equivale aproximadamente al doble de la media del continente, que en general se muestra ... renqueante. El Gobierno de Pedro Sánchez se felicita, evidentemente, por este excelente resultado, aunque de manera errónea. En primer lugar, este Gobierno no constituye en absoluto un factor de crecimiento; más bien, todo lo contrario. Su incapacidad para aprobar los Presupuestos Generales del Estado durante los últimos tres años ha impedido cualquier reestructuración necesaria de la economía, perpetuando sus rasgos más arcaicos y las situaciones adquiridas. Además, el principal motor que explica el aparente éxito de la economía española es el turismo. Cuesta ver en qué medida el sanchismo ha contribuido a la vitalidad de este sector, que es obra exclusiva de la iniciativa privada.
Con 94 millones de visitantes anuales, España se sitúa por delante de Italia y Francia. Sin embargo, en estos dos países competidores el turismo representa una parte mucho menor de la renta nacional: en España ronda el 15 por ciento, frente al 8 por ciento en Francia y el 10 por ciento en Italia. Para España, esta proporción es enorme y extremadamente frágil. Bastaría un nuevo covid –previsible a largo plazo– para que este sector desapareciera del mapa durante algunos años y los españoles se empobrecieran en consecuencia. Esta dependencia del turismo también explica por qué el desempleo, del 10,5 por ciento, sigue siendo el más alto de Europa: el sector ofrece salarios bajos y empleos intermitentes que no atraen a los españoles.
Si buscamos con honestidad, más allá de las proclamas del Gobierno, las verdaderas fuentes de crecimiento, debemos relacionarlas con la inmigración masiva y el turismo antes mencionado. En los últimos tres años, dos millones de inmigrantes han llegado a España; la mayoría trabaja en hostelería y restauración. Ahí radica la razón real y esencial de la aparente prosperidad del país. Al aumentar la población –ya sea por nacimientos o por inmigración– el crecimiento se vuelve mecánicamente positivo. Eso es exactamente lo que ocurre en España. Los principales beneficiarios de este desarrollo son, por tanto, los inmigrantes. Un trabajador en hostelería, restauración o turismo suele sostener económicamente a una familia entera en Marruecos, Guinea o Bolivia. Nos alegramos por ellos: la economía española contribuye así a sacar a pueblos enteros de la pobreza masiva.
En cambio, los ciudadanos arraigados desde hace generaciones obtienen pocos beneficios. Prueba de ello es que el crecimiento medio de los salarios en los últimos treinta años, descontada la inflación, apenas alcanza un 3 por ciento en total, mientras que en Francia –cuya economía no es especialmente dinámica– los asalariados han ganado en el mismo periodo un 30 por ciento de poder adquisitivo. Podría decirse, paradójicamente, que España enriquece a los demás, pero no a los españoles.
A esto se suma el encarecimiento constante de la vivienda, con subidas del 10 por ciento anuales, lo que dificulta cada vez más la vida de la clase media. Y el futuro no parece prometedor. Más allá del turismo y del sector inmobiliario, apenas se observa inversión significativa en la industria o en sectores prometedores como la inteligencia artificial. Tales inversiones exigirían una política gubernamental de largo plazo, especialmente en materia de infraestructuras, lo que claramente no ocurre hoy.
También requerirían recursos energéticos sólidos, actualmente deficientes, como ilustró el gran apagón del pasado abril, aún sin explicación, que sumió a la península ibérica en la oscuridad. En realidad, el uso excesivo de energías renovables –eólica y solar– parece haber debilitado el sistema energético, justo cuando las industrias del futuro necesitan un suministro eléctrico estable y considerable. En definitiva, la apuesta ecológicamente valiosa por las energías renovables puede satisfacer a los amigos del planeta, pero desalienta cualquier inversión industrial importante. En particular, resulta imposible que España logre atraer centros de datos, que son el corazón de la inteligencia artificial.
¿Estamos siendo excesivamente severos o partidistas con el Gobierno de Pedro Sánchez? Este responde, además de con la gloriosa tasa de crecimiento, que las agencias de calificación internacionales otorgan a España una nota favorable, lo que significa que el Estado puede pagar sus deudas a tipos de interés ligeramente inferiores a los de Francia o Italia. Sin duda, es honorable pagar las deudas, pero el país sigue extraordinariamente endeudado –alrededor del 100 por ciento de su producción anual–, lo que no resulta alentador. Una buena calificación solo es motivo de satisfacción para los acreedores, que por lo general no son españoles.
La situación española puede analizarse, por tanto, como un conjunto de paradojas. Hay crecimiento, sí, pero aparente, más virtual que real. Hay beneficiarios, sin duda, pero no entre los nacionales, ya sean trabajadores, inmigrantes o acreedores. El futuro se asemeja a un castillo de arena, vulnerable a cualquier cambio en los flujos turísticos. España es una lección de economía que muestra hasta qué punto las estadísticas pueden ser engañosas, especialmente la más utilizada: la tasa anual de crecimiento del PIB. Este indicador suele ignorar si la población aumenta o no; y lo importante para una nación no es la tasa de crecimiento en sí misma, sino su distribución entre los habitantes. Por desgracia, la economía es una ciencia ingrata y poco comprendida, lo que facilita la propaganda de los gobiernos, que hábilmente seleccionan las cifras más favorables. Así, hoy España va bien y va mal al mismo tiempo. Sobre todo, carece de una reflexión global sobre su futuro, sus opciones a largo plazo y su verdadero lugar en Europa. Admitamos que seguirá siendo un polo turístico cuyas joyas culturales son indiscutibles; pero no se puede basar el porvenir de una gran nación únicamente en el turismo.
¿Dónde están los sectores prometedores? Los buscamos con linterna, y no los encontramos. En gran parte, porque el Gobierno, con su tono triunfalista, impide la reflexión profunda que debería ser colectiva y científica, y no obedecer a exigencias partidistas. Todas estas condiciones, lo admito, no se dan en este momento. Y ello no facilita en absoluto la reflexión estratégica que tanto se necesita.
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