diario de un optimista
David y Goliat
Los ucranianos y los israelíes protagonizan por nosotros la lucha contra dos regímenes monstruosos, organizadores del caos
Tormentas sobre la democracia
Un Chernóbil verde

Las guerras de Ucrania contra Rusia y la de Israel contra Irán son más parecidas de lo que a primera vista parece. En ambos casos, un país pequeño –en este caso David– lucha por su supervivencia contra un gigante que ni siquiera imagina que ... alguien se le pueda resistir. En ambos casos, el de Israel y el de Ucrania, sean cuales sean las controversias, ambos luchan por unos valores y un futuro que son los de la civilización occidental, es decir, los nuestros. Israel y Ucrania son enanos comparados con sus adversarios. Y los dos se juegan la vida y la muerte, como nación y como estado. Dos estados, Ucrania e Israel, ambos recientes en la historia y forjados en la batalla. Ambos, pueblos que han sufrido a manos de sus vecinos más poderosos. Ucrania fue asolada sucesivamente por Polonia, Stalin y los nazis, antes de caer bajo el pulgar de la Unión Soviética, un Goliat evidente. Lo mismo ocurre con Israel, nacido de una guerra iniciada por sus vecinos árabes, que se negaron a aceptar la creación de este estado en 1948, a pesar de haber sido aprobada por las Naciones Unidas. De hecho, desde su fundación, Israel nunca ha dejado de estar en guerra. ¿Por qué Goliat?
A escala regional, Rusia e Irán son gigantes, pero gigantes torpes que siempre han intentado imponer su visión del mundo y su ideología por la fuerza a vecinos que no la quieren. Ambos Goliat viven en la nostalgia de su imperio, ahora obsoleto. Sabemos que Putin quiere reconstruir el imperio soviético. Es menos conocido que los ayatolás que aplastan al pueblo iraní, igual que Putin asfixia a los rusos, también sienten nostalgia del Imperio persa y de su propia interpretación del islam, el chiismo, que consideran el único y verdadero, en oposición al sunismo árabe. El chiismo, que conste, sólo surgió como resistencia a la conquista árabe para perpetuar la ficción de un imperio persa de más de veinticinco siglos. Este imperio persa, en cierto momento de su historia antigua, colonizó Judea, el actual Israel. Del mismo modo, Rusia nunca ha dado cabida al deseo de independencia política, religiosa y cultural de los ucranianos.
Nuestros dos Goliat ya no son realmente Goliat, como demuestra su fragilidad política y militar. Pero habiendo sido Goliat una vez, desean volver a serlo. Esto explica la invasión de Ucrania después de Georgia. También explica el programa nuclear iraní, que nadie imagina que tenga ambiciones civiles y no militares. Según la Biblia, en la batalla entre Goliat y David, David ganó porque era más ágil y creativo. Estas cualidades se aplican a Israel y Ucrania. Pero Goliat tiene aliados porque asusta a la gente. David no tiene aliados, pero sí partidarios: la Unión Europea, ya que Estados Unidos se ha vuelto imprevisible. Los europeos damos a los David de Ucrania e Israel lo mínimo que necesitan para sobrevivir. Pero no necesariamente para que puedan ganar, y evitando cuidadosamente provocar una reacción de los dos Goliat.
Esta prudencia de los aliados de los David tranquiliza a la opinión pública, pero no es seguro que resulte moral, hábil o eficaz. Al fin y al cabo, los ucranianos y los israelíes protagonizan por nosotros la lucha contra dos regímenes monstruosos, organizadores del caos; estos dos Goliat son la negación misma de nuestra civilización y de nuestra democracia liberal. No ocultan sus ambiciones: desprecian a Occidente, al que consideran decadente. Creen que su cultura es superior a la nuestra.
Seamos modestos: abstengámonos de cualquier sarcasmo sobre los valores que Putin o la 'ayatolacracia' dicen defender. En estas dos batallas desiguales, la de Rusia y la de Irán, sería presuntuoso anunciar que ganará David. No sabemos absolutamente nada al respecto, porque el futuro de estos dos pueblos depende de la perseverancia de Europa en su apoyo. Para esto es necesario que los europeos se den cuenta de lo que está en juego exactamente en estos dos conflictos, y estamos muy lejos de hacerlo, porque la propaganda de los Goliat está activa, la opinión pública es crédula y ciertas facciones de Europa prefieren ponerse del lado de los gigantes antes que de los enanos.
No me olvido de Gaza. Pero el conflicto de Gaza no puede resolverse en su propio territorio. El final de este conflicto sólo puede formar parte de un acuerdo general que excluya a Irán y a su régimen teocrático. Sin paz con Irán, enemigo obsesivo de Israel y de los suníes, no habrá solución aceptable para palestinos e israelíes. Lo mismo ocurre con el otro Goliat: mientras Putin esté en el poder, y puesto que no puede permitirse perder, sólo un cambio de régimen en Moscú y Teherán garantizaría una paz duradera. Mientras tanto, sería indecente que nosotros, en nuestra zona de confort europea, emitiéramos juicios altaneros sobre los demás. Sin derramar una gota de sangre, nos contentaríamos con aportar un apoyo logístico sin ninguna información real ni implicación de nuestras opiniones internas.
Para poner fin a esto, y ponerle fin rápidamente, la solución evidente pasaría por informar a la opinión pública, por explicar mejor lo que está en juego. Que Europa nos grave tributariamente para que cada uno de nosotros pueda contribuir a una ayuda sólida, definitiva y decisiva para los David. Porque, una vez más, David somos nosotros: es nuestra lucha, pero de momento sin nosotros, como si los ucranianos y los israelíes fueran nuestros mercenarios.
Imagine que Europa despierta. Imagine que dejáramos de temer a los Goliat, que son más frágiles de lo que creen. La paz se restablecería rápidamente y los pueblos se liberarían: los palestinos liberados de Hamás, los rusos liberados de su oligarquía y los iraníes de sus ayatolás. Todos estarían agradecidos si Occidente les ayudara realmente a librarse de la teocracia nacionalista de Moscú y de la teocracia chiíta de Teherán. ¿Es excesivo lo que digo? Es deliberado.
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