EDITORIAL
La derecha y el sistema
Vox practica un táctica de desplantes y ausencias que está siendo eficaz para propagar su mensaje de derecha alternativa, pero preocupante por el hábito al que está acostumbrando a sus seguidores
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Iniciar sesiónLa ausencia en las instituciones y la violencia en la calle han sido, y siguen siendo de manera simultánea o alternativa, las manifestaciones tradicionales empleadas por la extrema izquierda y los partidos separatistas para expresar su desafección por el orden constitucional, la monarquía parlamentaria y ... la democracia liberal. Al mismo tiempo, y aprovechándose de la benignidad del sistema democrático, los mismos que lo atacan se benefician de él a manos llenas, accediendo electoralmente a las instituciones democráticas y, por efecto de los pactos de oportunidad, a puestos de responsabilidad, con sus respectivas nóminas públicas, viviendas y coches oficiales y aforamientos judiciales. Así se explican las paradójicas vidas políticas de quienes se sientan en el Congreso, pero quieren romper la unidad de España –después de su militancia activa en organizaciones terroristas–, o de partidos que forman parte del Gobierno y alientan la algarada callejera contra los tribunales.
La derecha que podría llamarse tradicional, es decir, la liberal-conservadora y democristiana, siempre ha tenido un afecto por las instituciones del Estado democrático y sus manifestaciones oficiales en tanto representan el orden constitucional y vertebran la organización política del país. La derecha en España, desde Alianza Popular al Partido Popular, ha sido siempre leal con la Constitución, la Corona y el Parlamento, porque ha tenido el sentido político de pertenencia a un proyecto común histórico. No ha sido su estilo la espantada, ni la violencia, que más bien la ha sufrido desde el inicio de la democracia. La opción participativa del conservadurismo español ha consistido en el reformismo desde las instituciones, para mantener la cohesión de su electorado siempre en el espacio democrático de las libertades públicas y los derechos individuales.
Hace tiempo que Vox, legítimo representante democrático de millones de españoles, practica una táctica de desplantes y ausencias que, ciertamente, está siendo eficaz para propagar su mensaje de derecha alternativa, pero preocupante por el hábito al que está acostumbrando a sus seguidores. El partido de Abascal se ausentó de la tribuna de autoridades en el desfile del 12-O, pero su líder no renuncia a su condición de autoridad parlamentaria. También se ausentó de los actos conmemorativos del cincuenta aniversario de la Corona, a los que asistieron los Reyes de España, pero Vox se presenta como un partido lealmente monárquico. Ayer no acudieron, como los separatistas y Podemos, al izado de la bandera nacional en el Congreso de los Diputados, pero Vox quiere ser el contrapunto de la izquierda irrespetuosa con los símbolos nacionales. La explicación de Vox es que no quiere compartir espacio público «con un gobierno corrupto y criminal», argumento que debería llevar a los de Abascal a abandonar el Congreso y del Senado cuando comparecen el presidente del Gobierno o sus ministros. Además, la oportunista ruptura por Vox de los pactos de gobierno autonómicos con el PP permite pensar que, excusas aparte, todo forma parte de una campaña para mantener a Abascal en un terreno fácil, sin los costes del ejercicio del poder y de las responsabilidades políticas.
En algún momento, esta especie de 15-M de derechas en el que quiere vivir Vox –ya se sabe cómo acabó el 15-M de la izquierda– tendrá que dar paso a una explicación seria de qué va a hacer el partido de Abascal para colaborar en la reversión de estos años de sanchismo tóxico, una reversión que llevará mucho tiempo, que será liderada, según las encuestas, por el PP y que necesitará una derecha plenamente reformista y plenamente leal con los valores del sistema democrático.
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