EDITORIALES
Lecciones de una asonada
Por estrafalarios que sean los intentos de interrumpir la normalidad democrática, no se puede bajar la guardia ante los que se empeñan en poner en peligro el sistema constitucional
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Iniciar sesiónLa sorpresa y la incredulidad ante lo ocurrido el pasado domingo en la plaza de los Tres Poderes de Brasilia no pueden aplazar un instante la condena sin paliativos que merece el intento de un sector del bolsonarismo de interrumpir la normalidad democrática. No estamos ... ante una simple manifestación de descontento que pretendía rodear las sedes de los tres poderes del Estado que se desbordó y acabó en desmanes y destrucción de bienes públicos, sino de un intento planificado de agraviar a las instituciones y prender la mecha de una desestabilización mayor.
Diversos sectores de Brasil sabían que las acampadas de bolsonaristas frente a unidades militares pidiendo que se interrumpiera el proceso constitucional constituían una amenaza plausible. Por eso, la conducta del responsable de la Policía de Brasilia –los efectivos que custodiaban la capital eran claramente insuficientes– y de su superior, el gobernador del distrito federal, resultan por lo menos negligentes y justifican que fueran removidos al instante mediante una orden del Gobierno nacional. Aunque el presidente Luis Inácio Lula da Silva estaba visitando unas zonas inundadas en el estado de Sao Paulo, la actuación enérgica y ajustada a la legalidad de su ministro de Justicia, Flávio Dino, quien consiguió hacerse rápidamente con el control de la situación, evitó males mayores. Dino, además, evitó nombrar interventor del distrito federal a un político y designó a un alto funcionario, el secretario general de su ministerio, Ricardo Capelli, quien está ahora a cargo de la situación.
Mientras en Brasil es muy probable que lo ocurrido acabe reforzando el liderazgo de Lula, porque no es lo mismo ser el presidente que salvó la democracia que el líder de la mitad del país, la salida de Bolsonaro hacia Florida, dos días antes del término de su mandato, puede acabar convirtiéndose en un dolor de cabeza para Joe Biden. El expresidente brasileño fue internado ayer en un centro hospitalario con dolores abdominales, después de rechazar tibiamente en la víspera la acción de sus seguidores. En otro gesto reprochable, se refirió a Lula como «jefe del Ejecutivo» cuando es el jefe de Estado brasileño.
Lo ocurrido deja varias lecciones. Primero, subraya el valor de las instituciones constitucionales como seguro de vida de las democracias. Tal como ocurrió en EE.UU. con el asalto trumpista al Capitolio en 2021, lo que hace más difícil creer que estas asonadas pudieran llegar a tener éxito es el poderoso contraste con unas instituciones serias y respetadas, que actúan ciñéndose a las normas preexistentes. La segunda lección tiene que ver con los aspectos inmateriales de la convivencia democrática. Esta requiere que, además de la vigencia de las leyes y normas que constituyen el Estado de derecho, se protejan y estimulen los aspectos rituales de lo que se denomina 'amistad cívica'. Nos referimos a los simples gestos de civismo y buena educación, como reconocer y aceptar la victoria de un rival en un lance electoral o comparecer en las ceremonias de transmisión del mando en las instituciones. Bolsonaro, siguiendo el ejemplo de su maestro, el estadounidense Donald Trump, ni aceptó el resultado de las urnas ni acudió a la ceremonia de toma de posesión de su sucesor. Se rompió así una tradición centenaria en EE.UU. y menos antigua, pero igualmente importante, en Brasil.
La tercera y última lección es lo fácil que resulta para un líder populista manipular a una población radicalizada por los mensajes polarizadores. Un riesgo que va más allá del signo político y donde los mecanismos viscerales pueden ser muy sutiles, pero siempre acaban enfrentando a la sociedad.
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