editorial
Crimea, el pecado original de la guerra de ucrania
La gestación histórica y la genuina nacionalidad de Crimea aún resultan hoy discutibles, pero aquella anexión no solo tuvo un carácter territorial, también imperial, sino que fue la expresión violenta de Vladímir Putin contra la permeabilización de sus antiguos satélites soviéticos a una democracia
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El décimo aniversario de la anexión de Crimea, arrebatada a Ucrania por una Rusia que desde la disolución de la URSS aspiraba a recomponer su mapa histórico, recuerda al mundo libre, ahora desplegado en la retaguardia del frente ucraniano, los riesgos de consentir que el enemigo se crezca ante su pasividad. No se puede entender la invasión de Ucrania sin el precedente de Crimea, conquistada sin resistencia por Vladímir Putin tras la revuelta del Maidán y la caída de Víktor Yanukóvich, títere que el Kremlin había colocado en Kiev para asegurarse la sumisión de los ucranianos.
La gestación histórica y la genuina nacionalidad de Crimea aún resultan hoy discutibles, pero aquella anexión no solo tuvo un carácter territorial, también imperial, sino que fue la expresión violenta de Vladímir Putin contra la permeabilización de sus antiguos satélites soviéticos a una democracia que todo autócrata considera su principal amenaza. Cuando Kiev quiso mirar al mundo libre para integrarse en él, Moscú envió el mensaje claro y directo de que no lo iba a tolerar. Fue Europa la que, debilitada y amedrentada, respondió con una pasividad que está en el origen de lo que hoy sucede en Ucrania. Putin no solo quiere tierra quemada, sino obediencia.
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