taconeando
Un español cien por cien
No sabemos qué progresismo es aquel que vuelve a la España de los particularismos
Y digo yo que el catalán, con su 'slang' de arrabal profundo, de patio de vecinas del gótico, su gracia sobria y bien plantada en José Pla, es un idioma bellísimo. Cómo olvidar a aquel payés de Palafruguell, su cuaderno gris y esa página de ... lo nuestro, cuando dijo: «El catalán es un ser que se ha pasado la vida siendo un español cien por cien y le han dicho que tenía que ser otra cosa».
Los literarios, los poetas y los escritores no podemos reñir por la lengua de José Pla ni evitar elevarnos con la dicción y el acento de Salvador Dalí. Quien critica las lenguas no es más que un pobre con cultura de conserje de hotel. Pero sucede que la lucha por las lenguas, que hoy padecemos, no es cosa de músicos de la palabra, sino que va de oscuros empeñismos, de nacionalistas y arribistas, propagandistas y la horterísima 'intelectualidá'.
El español podría quedarse en una lengua menor para ir a comprar el pan, pero resulta que es la lengua materna de Cervantes y de 496 millones de hablantes en el planeta. El dialecto o idioma catalán, con estos números, es lo que menos me molesta, y el vasco, tan bizarro y oscuro, me parece un idioma encantador. Cualquiera que lee un poco sabe que el debate de ayer no va de lenguas ni de derechos lingüísticos, más que garantizados en la cooficialidad. Esto va de escenificar la lucha nacionalista. Han hecho del idioma un arma feudal para combatir un centralismo que ya no existe, gracias a la fluidez y apertura del espíritu castellano.
Mientras en Cataluña o País Vasco han convertido el castellano en un rehén para demarcar más sus particularismos, este proceso ahora se extiende desde la periferia hasta el centro, en un proceso de ingeniería lingüística apañado entre las élites. Pienso que después de todo, nos aliviarán, por fin, de esta inculpación sobre Madrid, siempre Madrid, de un imperialismo con el que naturalmente no tenemos ya nada que ver.
El Congreso ya se va viendo que no va a ser el lugar donde se debatan las cuestiones nacionales en el idioma de todos, sino que empieza a tener algo de capilla ardiente, cosa panteónica y sin muerto. El muerto es la lengua común, que van a cepillarsetodos los miércoles.
Del caos de patio de vecinos que es nuestro Congreso, veremos que la lucha por las lenguas no es mas que un empeñismo de trajineros, de prestamistas políticos de poca monta. El espectáculo más distraído que estamos dando a Europa, después del beso no consentido, es esta farsa de los idiomas que, en lugar de enriquecerse e intercambiarse de forma natural, se convierten en arma feudal y moneda política.
Castilla se afanó en superar el hermetismo aldeano, construyó una nación y un idioma común, lo exportó al nuevo mundo. No sabemos qué progresismo es aquel que vuelve a la España de los particularismos, la España invertebrada y hermética que denunciaba Ortega (y el impopular señor Valls, subido a su marsellesa). Pero la cosa no va de derechos lingüísticos, va de unos españoles cien por cien que se encierran, cada vez más, en su pueblo del Mediterráneo.
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