ANTIUTOPÍAS
Emanciparnos de la realidad
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Iniciar sesiónMirando en retrospectiva, qué optimista fue la década de los ochenta del siglo pasado. Y no lo digo por la jovial liviandad de su música, inevitablemente alegre, así intentara ser sombría, sino por las ideas que se desarrollaron en aquellos años. Entre los filósofos, sobre todo en esa camada que se conoció como los posmodernos ... , se impuso con entusiasmo la idea de que el mundo occidental podía deshacerse de los conceptos de verdad y de realidad. Esas ideas, decían, al igual que la fe cuasi religiosa que habíamos depositado en la razón y en la ciencia, habían creado sociedades monolíticas que aplastaban la diferencia. Lo demostraba la aparición de los 'mass media', que ahora, dándole voz a las identidades marginales, estaban desafiando la linealidad de la historia y la universalidad de la razón.
La multiplicidad de visiones sepultaba el principio de realidad, pero, qué más daba. El caos era emancipador, decía el italiano Gianni Vattimo. Y, en efecto, esta mutación epistemológica, que desligaba al individuo de todo referente externo o universal, alentó el ejercicio de autocreación. Ahora las personas podían definirse en torno a consensos grupales, no a lo que dijeran la ciencia o la razón. Destruido ese terreno compartido que proporcionaban la realidad y la verdad, o sin eso que Richard Rorty llamaba «el punto de vista de Dios», ninguna autoridad podía decirme quién era yo, cómo debía vivir o con qué modelos debía identificarme. El mundo explotaba en identidades que se validaban por el reconocimiento mutuo, formando un 'nosotros', y el suelo común y neutral se fragmentaba bajo el peso de la particularidad.
Ese universo de pequeños islotes autorreferentes iba a ser mejor, confiaba el optimista Rorty, porque, en lugar de buscar la verdad, buscaríamos la solidaridad. Intentaríamos calmar el sufrimiento de los otros, incluyendo en nuestro grupo a gente cada vez más diversa, cuyo malestar nos resultaría intolerable. Pero algo se le escapó a Rorty, y es que el 'nosotros' suele construirse menos por empatía interna que por la animadversión al otro. El enemigo compartido aglutina. Los posmodernos socavaron las ideas de realidad y de verdad, nos dejaron sin elementos universales ni referentes externos que dirimieran la racionalidad o la justicia de los propósitos y, sin nada de esto, quedó la pugna entre un grupo y otro por el poder y la hegemonía.
Quedaron la emotividad, la pasión y, sobre todo, el odio; la necesidad de crear discursos y de imponerlos mediante todos los trucos a la mano, incluyendo la manipulación, la mentira, la invención de amenazas y la demonización del otro.
Rorty quitó los anclajes modernos, creyendo que así se defendía mejor la democracia liberal, y acabó desplegando un tapete rojo por donde llegó Ernesto Laclau, anunciando una nueva era populista. Un tiempo en el que no importa tener la razón ni la verdad, solo ganar el relato: ser más. Queriendo emanciparnos de la realidad, acabamos encerrados en las ficciones de los caudillos populistas.
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